Parlamento Europeo
«Hablamos de hacer política», por Antonio López-Istúriz
Todos los partidos políticos en un estado razonable de salud tienen algún tipo de desacuerdo a nivel interno. En todo grupo humano, y aun concediendo en lo fundamental, es natural que se tengan distintos puntos de vista sobre cómo alcanzar los objetivos compartidos.
Lo realmente insano es de una parte, negar la mayor, es decir la posibilidad misma del desacuerdo en nombre de la deslumbrante hermosura del proyecto. Y de otra, que ese disenso sí refleje una discrepancia en lo esencial. Creo que Podemos adolece de ambos males.
Desde el punto de vista del marketing político, Podemos hizo una extraordinaria campaña electoral. Demostrando los reflejos políticos de un partido joven y sin compromisos, enarbolaron la bandera social demócrata con la habilidad de un exultante majorette. A tal punto, que se hicieron con una gran parte del electorado de izquierdas moderado, provocando una autentica sangría de la base electoral del PSOE.
Pero tras el ensayo general de las elecciones, vino el gran estreno del debate de no investidura. El histriónico y vindicativo discurso de Pablo Iglesias, galopando por los escaños a lomos de la rabia y la cursilería, sorprendió a algunos. Desde luego, no al Partido Popular. Pablo Iglesias está donde se le esperaba. Pero resultó que los grandes gestos casi ocultaron los pequeños. Los besos de tornillo, los puños en alto, las soflamas setenteras casi sepultan la cara de pasmo de Errejón cuando Iglesias salpimentó su discurso con cal viva. Casi. Esa reacción no haría sino anticipar la crisis interna que ahora afronta Podemos. Se han hecho mayores.
No opinaré sobre los problemas internos de otro partido. Pero sí sobre la solidez del proyecto político. Pablo Iglesias quería ser Khaleesi, un héroe libertador que inventaría su lugar en la historia reclamando para sí la idea del centralismo democrático, redefiniendo al pueblo no como un conjunto de individuos libres y responsables, sino como un magma revolucionario y corrosivo que aspiraría a alterar lo que nos ha hecho crecer como país: la solidez institucional, el espíritu de la transición, la unidad y la vocación europeísta. Errejón y Monedero serían sus dragones, en una especie de versión en alta definición del VTsIK. Pero el trono de hierro les viene estrecho. Monedero ya emprendió el vuelo y Errejón rehúsa ahora a sentarse sin rechistar en el regazo del líder supremo.
Todos estos movimientos tectónicos evidencian algo más que un choque de personalidades. Es un choque de proyectos dentro del proyecto. Las confluencias no confluyen y las asambleas no se hablan. Y como gran parte del recorrido del partido, tiene gusto a déjà vu. Tsipras y Varoufakis no acabaron mejor. Cada uno representaba una facción de la contradicción estructural del discurso de su plataforma política. Miren a Grecia y comprenderán cual ha sido el precio de esa contradicción.
Creo que todos los partidos políticos españoles tienen ahora una especial responsabilidad. Son momentos decisivos para nuestra economía y nuestro lugar en Europa. Confío en que los partidos constitucionalistas acabarán asumiendo esta responsabilidad. Sin dejarse llevar por los histéricos arrebatos del populismo. Hablamos de hacer política.
Antonio López-Istúriz
Eurodiputado y Secretario General del Partido Popular Europeo
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