Política

El desafío independentista

«No voy a darle el gusto a Puigdemont de dimitir»

Francesc Homs reconoce estar «hasta los huevos» porque el president «sólo hace caso a ERC y, lo que es peor, a la CUP»

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (d), junto al el exconseller y exdiputado Francesc Homs Francesc Homs
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (d), junto al el exconseller y exdiputado Francesc Homs Francesc Homslarazon

Uno de los consejeros díscolos, también miembro del PDeCAT dijo hace unas horas a un grupo íntimo «yo no me iré. Si quiere que me vaya, que me cese. No le daré el gusto de dimitir a Puigdemont».

La galería gótica del Palau de la Generalitat tembló en sus cimientos. Las viejas piedras se sorprendieron cuando, a media tarde, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, despotricaba a gritos por doquier tras cesar a Jordi Baiget, su traidor consejero de Empresa. Dicen que el presidente catalán perdió las formas.

«Se ha vuelto loco», cuentan personas que vieron la escena. El habitual remanso de paz del Palau, con piedras con historia y naranjos que transmiten sosiego en el vetusto edificio, fueron testigos de cómo la máxima autoridad «clamaba a gritos».

Ciertamente, no era para menos. Carles Puigdemont acababa de cesar a un conseller que se atrevió a ver al rey desnudo y contarlo. Lo hizo en contra del parecer de la decisión de la dirección de su partido, desautorizando con todas las de la ley a su coordinadora general, Marta Pascal, que apenas cinco horas antes había afirmado sin titubear que el conseller Baiget seguiría en su cargo. Lo hizo contra el sector del partido que confiaba en Puigdemont y que, con Marta Pascal al frente, se había partido la cara por el President ante el sector de la vieja guardia «masista». Y, lo hizo contra la voluntad del todavía presidente del partido, Artur Mas, del que Baiget había sido un hombre de confianza, vamos un «masista» de toda la vida. Puigdemont con el cese de Baiget abrió el lunes las hostilidades larvadas en el PDeCAT, un partido que está en plena guerra civil.

Baste un dato. Uno de los consejeros díscolos, también miembro del PDeCAT dijo hace unas horas a un grupo íntimo «yo no me iré. Si quiere que me vaya, que me cese. No le daré el gusto de dimitir a Puigdemont».

Esta es la realidad que se ha agravado con el procés. No se descartan más dimisiones o deserciones. Joan Vidal de Ciurana, secretario del Govern, el mismo que ayer leyó el decreto de nombramiento de Santi Vila y que hoy leerá el de Lluís Puig como conseller de cultura, ha dejado entrever su intención de dimitir. Vidal fue jefe de gabinete de Artur Mas.

Fuentes del PDeCAT no descartan más movimientos en las segundas filas de la administración porque «hay muchos que apuestan por la independencia, pero no quieren poner en peligro su puesto de trabajo».

Desde el congreso de renovación, la vieja convergencia se ha sumido en el caos. Siempre se ha dicho que ERC era imprevisible y que existía en el partido republicano una tensión cainita que le llevaba a la autodestrucción. En el mundo soberanista, este perfil ha cambiado de bando. Ya no es ERC, es el PDeCAT. La magnitud de la tragedia todavía no se puede cuantificar, pero los síntomas de tranquilidad brillan por su ausencia.

Las crisis se suceden con demasiada frecuencia. La última, hace apenas dos semanas que acabó con la marcha de Germà Gordó, el que fuera el hombre fuerte de Mas en el partido y en la Generalitat, al grupo mixto y su baja del partido. Este hecho no es baladí. Gordó se va por estar investigado en supuestos casos de corrupción. Una losa que el PDeCAT no puede asumir porque todavía tiene pendiente la sentencia del Caso Palau y varias investigaciones abiertas que señalan a una supuesta financiación irregular con la que nadie quiere darse la mano. Ni la actual dirección ni los socios. Sólo Mas y los suyos apoyan a los encausados y niegan los hechos.

Quien mejor ha retratado la situación es el condenado por el 9-N, Francesc Homs. «Hasta los huevos», dijo el que fuera el hombre fuerte de CDC. La vieja guardia convergente cree que Puigdemont «no hace caso a nadie, sólo a ERC y lo que es peor, a la CUP». El cese de Baiget hay que leerlo en esta clave.

Los contrarios a su cese son duros con el president Carles Puigdemont por ceder a las presiones –la CUP pidió su dimisión de forma inmediata– y se preguntan «¿Cómo es que de momento solo somos los del PDeCAT que nos condenan los de Madrid y nos quieren fuera algunos de Catalunya?», tuiteaba Homs. Ciertamente, hasta hoy sólo los líderes del PDeCAT han sido condenados o tienen causas abiertas. Sin embargo, son señalados como los culpables de los fracasos del procés, algo que Puigdemont no está dispuesto a asumir porque quiere «pasar a la historia como el que hizo posible la independencia. No atiende a nada más», apunta un cercano ex colaborador.

El presidente catalán ha nombrado nuevo conseller de Empresa a Santi Vila, al que muchos señalan como la solución futura. Vila y Puigdemont siempre han tenido una relación compleja en la que no son ajenos sus orígenes. Vila fue alcalde de Figueras, Puigdemont de Girona, dos poblaciones tradicionalmente rivales. Vila podría aunar a los sectores masistas y los de la nueva dirección ante una cita electoral forzada tras el más que previsible fiasco del referéndum previsto para el primero de octubre, el fracaso de Puigdemont. El nuevo consejero Santi Vila puede ser la esperanza blanca en un escenario en el que sólo se ven negros augurios electorales en el futuro próximo.