El personaje
Íñigo Urkullu: el perdedor de una soterrada batalla
Después de casi doce años como Lehendakari, tres elecciones ganadas y político mejor valorado en Euskadi, la férrea dirección del PNV ha decidido que no repetirá
A pesar de la sorpresa en las bases del partido, en las últimas semanas el rumor cobraba fuerza en círculos políticos y empresariales vascos. El lehendakari Íñigo Urkullu llevaba tiempo soportando un duro enfrentamiento con el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, y su guardia pretoriana encabezada por el portavoz en el Congreso, Aitor Esteban. La investidura de Pedro Sánchez y la visita de Ortuzar a Waterloo para entrevistarse con el fugitivo Carles Puigdemont fueron la gota que colmó el vaso. Urkullu, quien mantiene una excelente relación personal con Alberto Núñez Feijóo desde su etapa al frente de la Xunta de Galicia, era partidario de la abstención y nunca entregarse a la izquierda y a JuntsxCat. “Si por él hubiera sido Feijóo estaría hoy en La Moncloa”, dicen en su entorno de Ajuria Enea. Meses de mucha tensión entre el jefe del gobierno vasco y la cúpula del Euskadi Buru Batzar (EBB), una soterrada batalla entre la huida hacia adelante de Ortuzar y el nacionalismo pragmático de Urkullu ha culminado con la caída de este último. Después de casi doce años como Lehendakari, tres elecciones ganadas y político mejor valorado en Euskadi, la férrea dirección del PNV ha decidido que no repetirá. La decisión busca radicalizar el partido para impedir el ascenso de EH-Bildu que pisa los talones a los nacionalistas vascos.
La tensión llegó a su punto álgido tras la fotografía de Andoni Ortuzar y el prófugo Puigdemont en Bruselas, un personaje a quien Urkullu detesta desde el año 2017 en que intentó mediar con el entonces gobierno de Mariano Rajoy para impedir la declaración unilateral de independencia (DUI). El fugitivo la proclamó y Urkullu se sintió traicionado y engañado. Estos antecedentes, su nacionalismo práctico, sus tesis económicas de corte liberal, sus convicciones morales y su estrecha amistad con Núñez Feijóo llevaban a Urkullu a defender la abstención, rechazar la investidura de Pedro Sánchez y no votar con el bloque “Frankenstein”. Ello chocó frontalmente con Ortuzar y el portavoz en el Congreso, Aitor Esteban, que desea a su mujer Itxaso Atutxa, actual presidenta del partido en Vizcaya, como candidata a la Lehendkariza y sucesora de Urukullu. Con EH-Bildu en puertas de arrebatarles la hegemonía política, la cúpula del PNV ha decidido “abertzalizarse” y colocar a una mujer como candidata. Además, los “jetzales” han suscrito un pacto parlamentario en el Congreso con JuntsxCat para impulsar proyectos que mermen la influencia de Esquerra Republicana y el partido de Arnaldo Otegui.
La convulsión en las bases nacionalistas es total y los partidarios del llamado nacionalismo blando, defendido por Íñigo Urkullu, están aterrados ante la deriva adoptada por Andoni Ortuzar y los “halcones” del EBB. En un partido tan piramidal y marmóreo como el PNV el peso de la dirección en Sabin Etxea es total y la tradicional bicefalia con Ajuria Enea, que siempre funcionó desde los tiempos de Xabier Arzallus, se ha roto por completo. El entonces todopoderoso líder nacionalista era un pragmático entre dos aguas que sabía, como hizo Jordi Pujol, sacar rédito. Hace muchos años, cuando era diputado en el Congreso, yo misma le pregunté: ¿Entre la paz y la independencia, con qué opción se quedaría?. “Con la transferencia”, me respondió rotundo en prueba de que siempre el PNV ha sido un partido práctico, de auténticos mercaderes, negociadores del dinero con el gobierno de Madrid y plenamente de derechas. Ahora, con el giro abertzale y de izquierdas muchos ven con preocupación un electorado huérfano que puede recalar en el PP vasco.
De todos cuantos han pasado por Ajuria Enea el más práctico, educado y metódico es sin duda Íñigo Urkullu Rentería. Un hombre serio, religioso y familiar, que aborrece los excesos verbales. Enormemente tímido, casi hermético, es una persona discreta y afable en las distancias cortas. Después de tres Legislaturas al frente del gobierno vasco, esta última en coalición con el Partido Socialista de Euskadi, su caída abre una incógnita impredecible bajo la amenaza del bloque radical abertzale liderado por Arnaldo Otegui, el gran aliado de Pedro Sánchez en el Congreso. Nacido en Alonsótegui, Baracaldo, sin el fuerte carisma de Xabier Arzallus o Carlos Garaicoechea, y las veleidades de Juan José Ibarreche, es un hombre forjado en el partido desde muy joven, pues a los 23 años ya formaba parte de su Consejo Nacional. Estudió Magisterio y como tantos otros nacionalistas vascos pasó un tiempo por el Seminario, dónde arraigó sus profundas creencias religiosas. Diplomado en Filología Vasca, impartió clases en colegios de Portugalete y Bilbao. En su pueblo natal y círculo familiar aprendió el euskera y todos cuántos le conocen destacan su fama de político dialogante. El rostro amable del nacionalismo vasco.
Apegado a su familia, cuando fue elegido Lehendakari por vez primero decidió conjugar la residencia oficial de Ajuria Enea con su chalet adosado en Durango. Allí esta su casa de siempre con su mujer, Lucía Arieta-Araunabeña, perteneciente a una saga familiar de históricos peneuvistas. Allí han crecido sus tres hijos Karman, Malen y Karlos, unos jóvenes veinteañeros que reparten su vida entre la Universidad y los entrenamientos deportivos. Y por los bosques del histórico municipio vizcaíno pasea con sus dos perros, a los que adora. Es hombre de raíces y tradiciones muy vascas, como el aurresku que baila con destreza. Unas veces como “chistulari” y otras como “dantzari”, según el rito de esta danza vasca a modo de reverencia. Durante estos años ha vivido a caballo entre Vitoria y su residencia en Durango para equilibrar la atención a su familia y las exigencias del cargo. Frente a la quiebra económica de Cataluña, Íñigo Urkullu pude presumir de buenas cifras y renta per cápita en Euskadi. Desde que entró en política como un “jobovi”, acrónimo de jóvenes burukides vizcaínos, su lema ha sido no hacer ruido y sacar tajada. Un líder práctico en toda regla a quien hoy han expulsado por la puerta trasera.
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