El personaje

Iván Espinosa de los Monteros: entre purgas y deserciones

El exportavoz de Vox en el Congreso se convirtió en un "halcón" de la política que llegó a eclipsar a Abascal

Ilustración Iván Espinosa de los Monteros
Ilustración Iván Espinosa de los MonterosPlatónLa Razón

Un auténtico terremoto político inunda las filas de Vox. Hace ya tiempo, desde la salida abrupta de Macarena Olona, que el ya exportavoz en el Congreso y fundador del partido, Iván Espinosa de los Monteros, se sentía incómodo y distanciado de Santiago Abascal. El poder de los llamados «Kikos», integrados en la línea dura de Kiko Méndez Monasterio, Ignacio Hoces y José María Figaredo, bajo la batuta del vicepresidente de Acción Política, Jorge Buxadé, le acorralaba cada día más. Iván, un liberal brillante, estupendo orador y de sólida formación, había comentado a su entorno más cercano lo incómodo que se sentía. La situación se agravó con las purgas de Buxadé contra los llamados liberales de la formación, entre ellos Rubén Manso o Víctor Sánchez del Real. Los resultados del 23J vaticinaban un «corte de cabezas» y Espinosa, poco dado a las componendas, llamó a su amigo Santi y le dijo sus protestas. Máxime cuando supo que pensaban destituirle como portavoz en el Congreso. «Después de las purgas vendrán más bajas», comentó a su círculo íntimo antes de anunciar su dimisión y abandono de la política.

El vaticinio se cumplió. Horas después de su salida, el doctor Juan Luis Steegmann, siguiente en la lista al Congreso, también anunciaba su renuncia al escaño y a su puesto en el Comité Ejecutivo del partido. «Habrá más deserciones», advierten sectores críticos , que ponen ahora el foco en la figura de Rocío Monasterio, esposa de Iván, y a quien el «ala dura» pretende ponerle una gestora bajo grandes críticas por sus resultados en Madrid frente a Isabel Díaz Ayuso. Las declaraciones del secretario general, Ignacio Garriga, acusando a los medios de «querer enterrarnos», sin un ápice de autocrítica por la pérdida de 19 escaños el 23J, revelan una «caza de brujas» en el partido de Santiago Abascal, a quien muchos ven como «una marioneta» en manos de la nomenclatura ultraconservadora liderada por Buxadé. Lo cierto es que la decisión de Iván abre la pista de salida a otros dirigentes que estuvieron en el núcleo fundador de Vox y ahora optan por abandonar. «Empieza un camino hacia el abismo», dicen los sectores más críticos del partido.

La figura de Iván Espinosa de los Monteros lo ha sido todo dentro de Vox. Amigo personal de Abascal y pilar fundador del partido, llegó a tener tanto poder que miembros de la dirección le acusaban de haber dejado en un segundo plano al propio Abascal. Estas voces filtraban desde hace tiempo que actuaba en el Congreso «como un caudillo» y le bautizaron junto a su mujer, Rocío Monasterio, como una «pareja de guillotina». Lo cierto es que Espinosa de los Monteros ha sido un brillante portavoz en el Congreso, gran parlamentario y muy preparado. A él se le atribuye la frase de «la derechita cobarde», en alusión al PP. Dicen que ha heredado de su padre, Carlos Espinosa de los Monteros –IV Marqués de Valtierra, título creado por el Rey Alfonso XIII– su carácter altivo, orgulloso, distante y a veces antipático. «Era un poco borde», cuentan antiguos compañeros de Icade, donde cursó sus estudios de Económicas y Empresariales.

Con una sólida formación económica, formado en Chicago y hablante de varios idiomas, se convirtió en un «halcón» de la política y tuvo el mando absoluto de Vox. Los diputados de su grupo parlamentario le temían y los miembros de la dirección dura de Vox susurraban en silencio sus maniobras. «Ha eclipsado a Santi», afirmaba uno de los «pata negra» que estuvo en los aledaños del partido derechista, en relación al actual papel a la sombra de su fundador, Santiago Abascal. Nadie sabe si, por dejación de Abascal o por el látigo fustigador de Espinosa de los Monteros, estos sectores iniciaron una campaña contra él bajo el apodo de «Iván el terrible». Un poderoso jefe que, al igual que el zar de todas las Rusias, no dejaría títere con cabeza.

Hijo de familia aristocrática y acomodada, Espinosa de los Monteros fue siempre el ojito derecho de sus padres: Carlos, empresario VIP por excelencia, consejero de grandes empresas del IBEX y comisario de la Marca España, le introdujo en los círculos económicos. Su madre, María Eugenia de Simón, en los sectores del arte, en especial la pintura. Pero fue su padre quien forjó sus alianzas políticas y personales a través de la Fundación Denaes y colectivos cubanos en Madrid. Por la primera, emblemática en la defensa de España, conoció a Abascal. Y por los segundos, a su esposa, la arquitecta Rocío Monasterio, descendiente de una dinastía de exiliados cubanos tras la caída del régimen de Batista. Su activismo contra Fidel Castro fue el inicio de su carrera política y, según algunos fundadores, el germen ideológico del actual partido de Vox. «Se ha hecho con todo», aseguran estas fuentes.

Ha sido el artífice de las grandes iniciativas políticas del partido, donde Abascal le otorgó gran poder mediático al nombrarle portavoz en el Congreso, cargo que ha asumido con brillantez. En su despacho de la Cámara Baja figuran sus sellos personales: algún cuadro de su pinacoteca privada, fotos de Rocío y sus cuatro hijos, y una Biblia antigua de gran valor histórico. Se confiesa padre y esposo amantísimo, heterosexual declarado, católico, taurino, melómano y senderista. La defensa de la familia es su lema y atacar a quienes vulneren sus cimientos, su batalla. Para sus adversarios es un extremista, una especie de Atila que arrasa con todo cuanto le molesta, y en opinión de sus leales, un hombre de verbo acerado, «un fiel legionario» de los valores morales y la fe.

En la crisis que desangra a Vox ha puesto tierra de por medio. Como persona, Iván es un líder transgresor. A quienes le acusan de ser un radical de extrema derecha, les lanza su biografía de economista liberal. Lleva la bandera española y algún emblema religioso en su atuendo. «Cuatro hijos a cada cual más maravilloso», dice de su familia. Se define como «cristiano hasta las cachas» y a quienes le tildan de fascista y derechoso, les espeta: «Me importa un bledo, mi conducta me avala. Somos el partido de Ortega Lara y no el de Otegi». Apasionado del senderismo y las motos, en sus ruedas de prensa acuñó la frase: «Vengo llorado de casa».