Opinión
Jar Jar Binks en el Congreso
Pagaríamos por ver a ese asesor de Moncloa explicando a todo un presidente del Gobierno por qué le ha metido una referencia galáctica
Estaríamos dispuestos a pagar dinero por ver la escena a través del ojo de la cerradura. Ese asesor de Moncloa explicando a todo un presidente del Gobierno por qué le ha metido una referencia a Jar Jar Binks en una comparecencia en el Congreso. La cara de Sánchez preguntándose si le estará hablando de un rapero del Bronx o de un campeón de Artes Marciales Mixtas de Coslada. «¿Jar Jar Binks cómo se pronuncia?». Y del dicho al hecho:
«Voy a ser comprensivo, y sobre la situación en Madrid no le voy a reprochar nada. Porque ambos sabemos que usted en esta comunidad autónoma manda menos que Jar Jar Binks en el Senado Galáctico».
Chúpate esa, Núñez Feijóo. No cuesta imaginar a los artífices chocar las cinco mientras se felicitan por tener en el bolsillo el voto del dependiente de la tienda de cómics de Springfield. Por más que aspire a «El ala oeste de la Casa Blanca», la tramoya política española tiende irremediablemente a «La que se avecina».
El hito tuvo el mérito de eclipsar otros grandes momentos de la última sesión del Congreso. Una jornada caótica en la que los portavoces aprovecharon para sacar a colación todo tipo de temas extraordinariamente diversos entre sí. No hace falta una gran sagacidad para unir los puntos: estábamos ante la consecuencia lógica de no haber celebrado ni un solo Debate sobre el Estado de la Nación desde el verano de 2022.
Ni el Gobierno lo convoca ni la oposición hace por poner el asunto entre las prioridades del debate político. De modo que nadie se quedó sin aprovechar la ocasión de confrontar con el presidente sobre todo aquello que se ha ido acumulando sobre la mesa de trabajo.
Fue una radiografía nítida de unos tiempos tristes. En un país que tiene un problema serio de comprensión del lenguaje figurado, una portavoz habló de «reventar» al adversario sin que sobreviniera la sincronización de aspavientos vista no ya con la mención a «cavar una fosa» de otro portavoz, sino con el chascarrillo acerca de la sobrevaloración de las vacaciones.
Hablando de chascarrillos. En la intervención de Gabriel Rufián hubo hueco para las mofas sobre Juan del Val. En eso hemos convertido, poco a poco y casi sin darnos cuenta, el Congreso de los Diputados. Un lugar desde el que burlarse de un ciudadano particular que paga con sus impuestos el sueldo de quien se echa unas risas a su costa.
Probablemente, mentar a Jar Jar Binks responda a la misma lógica que ha llevado a Sánchez a visitar los estudios de Radio 3, la radiofórmula pública que tanto dice escuchar en esos vídeos de TikTok con los que se quiere humanizar exhibiendo la misma variedad de registros que el escaparate de una Ortopedia. No queremos ni pensar en las tribulaciones que habrá pasado alguien a sueldo de Moncloa para dar con cómo vestirlo para la ocasión. Suponemos que, en el momento en el que se escriben estas líneas, el Oficialismo ya estará sacando punta hasta el último detalle del outfit, tan estudiado en su manera de no parecer estudiado. Tras las gafas y la guayabera, no se descarta recurrir para la próxima cortina de humo a presentarlo en un mitin con alguna reliquia del guardarropa de Loco Mía.
Pero volvamos a Jar Jar Binks. «La guerra de las galaxias» supone uno de los fetiches más obvios de toda una generación de politólogos. Imposible hacer recuento de todas las analogías más o menos sesudas que han echado mano de situaciones salidas de esas películas. Si alguien se las enseñara a George Lucas, quizá ocupado todavía en contar los 4.050 millones de dólares que le sacó a Disney por venderle Lucasfilm, las carcajadas del rancho Skywalker (Nicasio, California) se podrían oír aquí.
Hace años que tirar de Yoda o de Obi-Wan Kenobi como argumento de autoridad dejó de ser transgresor. Esta mención tiene otra naturaleza. Un dardo que utiliza al personaje más odiado de la saga. «La amenaza fantasma» fue un éxito gigantesco en taquilla cuando se estrenó en 1999. Pero, por algún motivo, su prestigio fue decayendo con el paso de los años, arrastrando consigo a toda esa trilogía de precuelas que terminó en 2005. Ya entonces, Jar Jar Binks fue mal recibido. De hecho, su presencia fue testimonial en las dos siguientes entregas.
Lucas escribió esta suerte de Roger Rabbit galáctico con el afán de convertirlo en referencia del público infantil. (Y, quizá, vender muchos muñecos). Pero ni el humor «slapstick» derivado de su torpeza ni su habla peculiar basada en onomatopeyas absurdas cayeron bien en su momento. Dirigirte a los niños no tiene que implicar adoptar un tono pueril.
Mira tú por donde, a la gente no le gusta que la tomen por imbécil.