Política

Casa Real

La conjura del pendrive

La conjura del pendrive
La conjura del pendrivelarazon

Todo empezó el seis de enero, con el discurso de la Pascua Militar en el Palacio Real. Don Juan Carlos se da cuenta de que ya no puede ni leer bien y, concluido el acto, le pide a Rafael Spottorno que prepare un papel sobre cómo puede hacerse la abdicación: los pasos a dar y las cuestiones a tener en cuenta. Pero el Jefe de la Casa no se fía. Tenía sus razones. Dos años antes, el Rey también había pensado en abdicar, pero sucedió algo que le hizo cambiar de opinión y, por el contrario, comenzó una actividad frenética –estamos en el año 2012–, para intentar hacer olvidar el asunto de Botswana. Sus viajes se multiplicaron, y también sus actividades. Quizá por aquel recuerdo, a lo largo de todo el mes de enero, entre tres y cuatro veces a la semana, Spottorno preguntaba al Rey si estaba seguro, si estaba convencido, si estaba dispuesto a dar aquel paso... Don Juan Carlos contestaba invariablemente que sí, y en vista de ello, a finales de enero redactó el primer informe. Nadie sabía aún nada: sólo el Rey y el Jefe de su Casa.

A primeros de febrero Don Juan Carlos se lo contó al Príncipe. Y días después a Felipe González y a Landelino Lavilla. La confidencia al ex presidente del Gobierno era un gesto de confianza, pero también la búsqueda de apoyos dentro del partido socialista que vivía horas bajas y revueltas. Por otro lado, el gesto con el consejero permanente del Consejo de Estado, tenía otro fin: que colaborase en toda la parte legal que afectaba a la abdicación. No había una ley prevista y había que redactar una y tramitarla en el Parlamento. Ambos dos fueron tumbas. A nadie lo filtraron y su silencio fue total. Y así transcurrieron los meses de febrero y marzo.

El 31 de marzo, tras el funeral de Adolfo Suárez, Don Juan Carlos se lo comunicó a Mariano Rajoy en un despacho ordinario. Y dos días después a Alfredo Pérez Rubalcaba. El presidente del Gobierno se quedó bastante sorprendido y le preguntó si lo había pensado bien. Don Juan Carlos sonrió y dijo que sí. También le convenció de la importancia de hacerlo cuanto antes. El problema del tiempo, del cuándo, empezaba a plantearse. Y se hizo aun más patente en la conversación con el secretario general del PSOE. Rubalcaba le pidió que lo retrasara hasta finales de año, pero el Rey dijo que no, que no podía esperar tanto tiempo. Urgía que fuera cuanto antes.

Mientras Don Juan Carlos iba comunicando a los líderes políticos su decisión, en Zarzuela se creo, a primeros de abril, un equipo de trabajo. Lo integraban cinco personas: Rafael Spottorno, jefe de la Casa del Rey; Alfonso Sanz Portolés, secretario general de la Casa; Jaime Alfonsín, jefe de la Secretaría del Príncipe de Asturias; Domingo Palomo, jefe del Gabinete de Planificación y Coordinación de la Secretaría General de la Casa; y Javier Ayuso, jefe de Relaciones con los Medios de Comunicación. Desde el primer momento se decidió que todos trabajarían sin papeles. Cada uno tenía un pendrive con el que acudían a las reuniones, siempre en el despacho de Spottorno. Allí se imprimían los folios y allí quedaban destruidos esos mismos folios en la trituradora al finalizar. Salía cada uno con su pen y vuelta a empezar.

Durante los meses de abril, mayo y junio, las reuniones tenían lugar cada 4 o 5 días. El grupo de trabajo era compacto –todos trabajaban juntos en Zarzuela– y no había miedo a posibles filtraciones. El pacto de silencio era total, y el único temor era el propio Rey, del que todos temían sus confianzas con amigos y allegados. Don Felipe acudía a las reuniones de los cinco de vez en cuando, y la Princesa de Asturias también. Se trabajaba rápido en todos los frentes. De hecho, en menos de un mes ya estaba redactado el primer discurso de abdicación. Don Felipe hizo algunos retoques y cambió cosas. También lo leyeron Rajoy y Rubalcaba y sugirieron otras. A la Princesa le preocupaban especialmente los actos de abdicación y proclamación: si iban a ser como los de Don Juan Carlos, o algo más laico y sin actos religiosos. Don Felipe se metía en todo y en todos los detalles: leyes, calendario, el plan de comunicación, las llamadas que tendría que hacer Don Juan Carlos tras su abdicación, las que tendría que hacer el Jefe de la Casa, las que tendría que hacer él tras su proclamación...

Especial importancia tuvo la elaboración de un calendario con las actividades y viajes de los nuevos Reyes durante los cien primeros días de reinado. Los Príncipes hacían sugerencias y se ponían tareas para la siguiente reunión. Pero la almendra de todo este plan eran los 17 días que se calculaban entre el anuncio de la abdicación (día D) y el de la proclamación (día P). Todo debía estar previsto; sin embargo, cada vez surgían más problemas de coordinación. Quizá por eso, a partir de abril, Don Juan Carlos pidió al presidente del Gobierno que alguna persona de su equipo se integrara en aquel grupo. Rajoy, que no se fiaba ni de su sombra, pensó que sólo podía ser la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Además, desde mayo, se incorporó Jaime Pérez Renovales, Subsecretario del Ministerio de la Presidencia. En total eran ya siete: cinco de Zarzuela y dos de Moncloa.

En una de aquellas primeras reuniones a siete, se decidió que la mejor fecha para la abdicación sería entre las elecciones europeas y el verano. Tras las vacaciones estaba prevista una Diada que presagiaba inestabilidad política. También se vio conveniente que Don Juan Carlos informara a los dos ex presidentes del Gobierno: José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Otra idea en la que todos coincidieron fue hacer los trámites parlamentarios dentro del periodo ordinario de sesiones del Congreso de los Diputados, para no ampliar tiempos y dar sensación de normalidad a una decisión que, verdaderamente, tenía pocos precedentes en la historia de la monarquía española. Por todo ello, se barajaron tres posibles fechas: última semana de mayo, primera de junio o segunda semana de junio. Al principio se prefería la primera pero, por diferentes razones, se pensó que el 2 de junio sería la fecha idónea. Sin embargo las cosas iban a cambiar.

Lo primero que cambió fue el escenario. Tras las europeas Rubalcaba llamó al Rey para decir que esa fecha no era muy adecuada y debía retrasarse. El batacazo del PSOE había sido mayor de lo previsto y el secretario general socialista quería marcharse dejando aquello arreglado. Finalmente lo gestionaría ya dimitido. Así las cosas, el 29 de mayo, a las ocho de la tarde tuvo lugar una reunión en el despacho del Rey. Además de Don Juan Carlos y Rafael Spottorno, asistían el Príncipe de Asturias, Rajoy y Rubalcaba. La cita comenzó con una información inquietante: dos periodistas habían llamado a Zarzuela preguntando por la abdicación. José María Aznar había informado del asunto a Javier Zarzalejos, y Zapatero se lo había contado a María Teresa Fernández de la Vega. Por ahí habían venido las filtraciones... aunque ni Aznar ni Zapatero conocían la fecha del anuncio. Ante esta situación, Rajoy y Rubalcaba opinaron que no se podía esperar más.

Esta idea de anunciar cuanto antes la abdicación coincidía con uno de los papeles que mayor consenso había conseguido entre los integrantes de aquella reunión zarzuelera: el factor sorpresa. El anuncio debía hacerse con todo previsto, pero sin que nada hubiera trascendido. Y aquello comenzaba a resquebrajarse. La recomendación de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba tomó fecha: cuanto antes, es decir, el lunes siguiente, 2 de junio. El resto ya es conocido... aunque no del todo.