El desafío independentista
La Diada clandestina de Pujol
Pujol, bajo cuya presidencia emanó y se reinventó el mito de 1714, no apareció ayer en los actos
La ocupación principal de los analistas de fondo en esta última Diada ha sido examinar atentamente las fotos de las manifestaciones para ver si en ellas se encontraba a algún miembro de la familia Pujol. Al fin y al cabo, una Diada sin el ex president es un hecho notable. Sobre todo, porque fue bajo su presidencia desde donde emanó, se reinventó y se promocionó (con todas las armas institucionales autonómicas) el mito sangriento de 1714. Antes del «pujolismo», los catalanes celebrábamos mucho más como día propio el de Sant Jordi (23 de abril, Día del Libro) que los desafortunados hechos de septiembre que ahora se quieren mitificar. Sólo en el medio rural se recordaba el resultado adverso para los carlistas de la guerra civil de 1714. Era una parte de la población sin mucho peso que deseaba confrontaciones de separación, pero todo el mundo prefería celebrar como propio un día del libro que un día de las armas. Esa celebración del victimismo y la posible revancha empezó a sobredimensionarse a partir de la llegada de Pujol. Con todos los mecanismos de la propaganda que la Generalidad ponía a su servicio, se empezó a promocionar un relato según el cual la guerra de sucesión no había sido una guerra civil entre catalanes, tal como los documentos demuestran, sino una especie de ataque de un supuesto gobierno totalitario español contra otra supuesta rebelión popular democrática de los catalanes. Poco importaba que la abundante documentación que se conserva contradijera ese relato mítico; a Pujol le interesaba promocionarlo y hacerlo pasar por Historia.
Durante esa época, y gracias a los oficios de Francesc de Carreras, tuve un día la oportunidad de compartir un arroz con el historiador norteamericano Gabriel Jackson, que se había instalado en Barcelona. No se vaya a pensar que fue un arroz de diseño de esos que hipotecan los locales de cuatro tenedores, qué va. Nos lo tomamos de menú, en la clásica terracita barcelonesa del Ensanche. Jackson era un enamorado de nuestra ciudad, un estudioso tranquilo y razonable (Harvard y Stanford) que llegó a nuestro país atraído por los mitos adolescentes de la lucha por la libertad. Vestía a la manera que los anglosajones negocian el verano mediterráneo, con pantalón corto y sandalias, y me instruyó sobre cómo el relato que Pujol proponía no era otra cosa que los mitos que sobre el siglo dieciocho había creado, con muy poco rigor documental, el romanticismo catalán de finales del XIX y principios del veinte. A poco de llegar, había tenido la ocasión de hablar con Pujol y el retrato que me hizo fue devastador. Me habló de un hombre de carácter despótico que no quería ni oír hablar de la ciencia si ésta contradecía sus mitos personales. Por lo visto, la entrevista que habían tenido no fue afortunada. Jackson trajo las malas noticias documentales de que la Historia no era el jardín de uso propio que Jordi quería para su beneficio particular y la cosa acabó con cajas destempladas. En el especialista asomaba el escándalo del hombre de ciencia, que ha dedicado toda su vida a una especialidad, cuando se ve enfrentado a la soberbia del ignorante. No se pronunció sobre si ese dogmatismo ignorante provenía de un fingimiento interesado o del fanatismo ciego del creyente.
Hoy ya sabemos que los hechos de 1714 fueron una guerra civil entre catalanes y no un rechazo a la monarquía española. Los textos administrativos originales de la época están ahí y se consultan científicamente, no como en el XIX, cuando se nombraba historiador orgánico a un poeta como Víctor Balaguer que tenía fortuna personal propia. Cuando a los poetas se les coloca como historiadores es porque no se busca la verdad, sino el mito y la imaginación en lugar de la ciencia y los datos. La torpe insistencia de Pujol en sus creencias personales, por encima de los estudios históricos, ha servido finalmente para exhumar documentos donde se muestra a los catalanes divididos a partes iguales, unos apoyados por los ingleses y otros, por los franceses. Donde aparecen los supuestos mártires que ahora se ensalzan en el Fossar de la Moreres bombardeando cruelmente a su propia ciudad y a su paisanos en 1705. Donde se registra la absurda votación de Les Corts en julio de 1713 que podía haber salvado las leyes propias catalanas de haber sido de signo contrario. Donde se registra la oferta de rendición del Duque de Berwick a Barcelona cuando ya estaba todo perdido y cómo, en contra del criterio de sus asesores militares (como Villarroel), un político cínico y cretino como Rafael de Casanovas la rechazó para mantener su buen nombre y volver a trabajar años después para el rey, sacrificando a miles de sus conciudadanos.
Gabriel Jackson dejó Barcelona, tras 26 años de estancia, y vive actualmente en Oregon. Cabe pensar que, por razones de distancia, es difícil que haya sido visto asistiendo a la Diada. Jordi Pujol reside actualmente a veces en Queralbs, a dos horas de Barcelona, o a veces en paradero desconocido. Lo importante es que tampoco ha sido muy visto en esta última Diada.
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