El desafío independentista
La excursión permanente
Mucho antes de que se inventara el 15-M, ya todos los hijos del nacionalismo cuando un día se enrocaban en una discrepancia con los suyos, lo primero que hacían aquí en Cataluña era acampar en la Plaza Sant Jaume
Mucho antes de que se inventara el 15-M, ya todos los hijos del nacionalismo cuando un día se enrocaban en una discrepancia con los suyos, lo primero que hacían aquí en Cataluña era acampar en la Plaza Sant Jaume.
Entre las protestas de anteayer al desbaratamiento del simulacro de referéndum, una de las más extravagantes fue una concentración de unos cuantos tractores que intentaron tomar las calles de Barcelona. Atención, leámoslo detenidamente y comprendámoslo bien: tractores. No Harley-Davidsons ni nada similar, no. Tractores. Obviamente, la Policía Municipal apenas tuvo que recurrir a un par de coches patrulla y una moto para darles caza, porque si hay algo en que los tractores precisamente no destacan es ni en velocidad punta ni en penetración aerodinámica. La chocante imagen de unos cachazudos vehículos a motor venidos del agro trasplantados al asfalto ciudadano (sin litigio del precio de las verduras por medio) puede servir para explicar a los de fuera de Cataluña los mundos simbólicos que laten detrás de las dos visiones que dividen actualmente la región. Gran parte del arcón sentimental de la abuela que anima el independentismo procede de dos lugares: de una parte, de los relatos que generaban los centros parroquiales locales hacia el final del franquismo y, de otra parte, del adoctrinamiento ideológico en los clubes excursionistas que eran, en los sesenta y setenta, aparte del deporte y la música popular, el único lugar para socializar de los jóvenes.
Los centros parroquiales tuvieron más peso en los pueblos que en los barrios de las grandes ciudades, donde su mensaje quedaba más difuminado entre otros que le disputaban el espacio. Los clubes excursionistas funcionaron mejor en los barrios urbanos, pero tenían que ser barrios un poco menestrales, porque en los de clase baja de la inmigración no había dinero ni para enviar a los niños el fin de semana con una mochila al monte. El mensaje excursionista caló, por tanto, mucho más en el mundo nacionalista que en el mundo mestizo y urbano de la inmigración. El nacionalismo a su vez le veía al excursionismo sus ventajas de cara al adoctrinamiento sobre esencias (en torno a la hoguera con guitarras) y también para crear una especie de preparación paramilitarista «light», con aire de resistencia francesa, por si algún día tuviera que necesitarlo.
Y ese día ha llegado. No se defrauda impunemente a las leyes de hospitalidad de mis paisanos. Ellos nos han invitado a votar y cuando muchos hemos dicho que no nos apetecía montar una ceremonia ilegal en ese sentido se lo han tomado como un «sinpa». Se han enfadado y han salido a la calle a protestar. Con el panorama descrito de valores excursionistas, telúricos y rurales, la única protesta concebible para ellos será con el termo, la mochila y la tienda iglú de Decathlon. ¿Entienden por qué los tractores simpatizan con ellos?
Mucho antes de que se inventara el 15-M, ya todos los hijos del nacionalismo, cuando un día se enrocaban en una discrepancia con los suyos, lo primero que hacían aquí en Cataluña era acampar en la Plaza Sant Jaume. Los autóctonos de a pie, ya acostumbrados, tendremos que ir a trabajar cada día sorteando unas cuantas tiendas de campaña durante cierto tiempo; esperando que la otra mitad que no piensa como nosotros se canse y empiece a echar de menos la pasta de dientes y el llevar los niños personalmente a la guardería. Luego, las tensiones no dejarán de existir, pero volverán a sus cauces de litigio habituales. Quien tenga que hacerlo pagará sus multas y los barrenderos pasarán la manguera de madrugada.
Rubalcaba decidió no desalojar el 15-M y dejar que la gente se hartara de ellos. El precio a pagar fue la mítica fundacional de Podemos. Pero la mítica, en Cataluña, ya lo tenemos creada y amortizada desde hace tres décadas.
Por cierto, los únicos que intentaron desalojar un 15-M fueron precisamente los gobernantes de Mas y las iniciativas de sus Puig y Homs se saldaron con ojos tuertos y porrazos en la Plaza de Cataluña.
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