Historia

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La maldición de los Canalejas

Asesinato de José Canalejas
Asesinato de José Canalejaslarazon

El apellido llevaba implícita un aura negra: el que fuera presidente del Gobierno murió asesinado; su hijo, fusilado al principio de la Guerra Civil, y un sobrino pereció en el naufragio del Titanic

El mismo año de su brutal asesinato, el 14 de abril de 1912 para ser exactos, el presidente del Gobierno José Canalejas Méndez tuvo noticia de la muerte de su sobrino Víctor Peñasco y Castellana en la no menos terrible tragedia del célebre Titanic que conmocionó al mundo entero.El destino preservó, en cambio, a Canalejas de ver morir a su primogénito José María Canalejas Fernández, II duque de Canalejas, salvajemente fusilado al inicio de la Guerra Civil española.

La maldición de los Canalejas «zarpó» así la tarde del miércoles 10 de abril de 1912, cuando Víctor Peñasco y su esposa María Josefa Pérez de Soto, acompañados por su doncella y costurera Fermina Oliva Ocaña, embarcaron en el puerto de la comuna francesa de Cherburgo, rumbo a Nueva York, en el vapor más grande jamás construido. Cada pasaje del ticket número 17758 que compartían los tres viajeros costó 108 libras de la época.La pareja había contraído matrimonio dos años atrás y, como era costumbre entre la gente adinerada de entonces, prolongó su intensa y larga luna de miel adquiriendo tres pasajes de primera clase en aquel famoso transatlántico sepultado cuatro días después en las profundidades del océano, como un fantasma, tras impactar contra un iceberg al sur de las costas de Terranova.

Como en otras grandes tragedias de la historia, la de los Canalejas tuvo también aires premonitorios: antes de subir por la escalerilla del buque, la doncella Fermina Oliva presagió lo peor mientras evocaba el hundimiento del crucero español Reina Regente, el 9 de marzo de 1895, cuyos 420 tripulantes se los tragó también para siempre el inmenso océano.

«A mí de pronto me dio miedo y no quise ir», confesó, años después, la propia Fermina Oliva, fallecida en Madrid el 28 de marzo de 1969, a la edad de 96 años. Y no fue la única que intuyó el peligro. La propia madre de Víctor Peñasco, Purificación Castellana, también les previno de una posible catástrofe: «Viajad a donde queráis, pero no toméis ningún barco», imploró en vano. De hecho, el matrimonio ocupó poco después el camarote C-65, en la cubierta C de primera clase, mientras la doncella se alojaba en una cabina sencilla, la C-109, situada frente a la de sus señores.

En su excelente investigación «Los diez del Titanic», en alusión a los únicos españoles de entre los 2.222 pasajeros embarcados en aquel buque, Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero reconstruyeron en su día al alimón este fascinante episodio.

El sobrino de Canalejas murió con tan sólo 24 años, pero su esposa Pepita, con dos menos que él, logró salvarse y falleció a los 83, en 1972. El gesto heroico del marido, resignándose a permanecer en cubierta para que las mujeres y los niños pudiesen salvarse, mientras su esposa y la doncella subían al bote salvavidas número 8, le honró para la posteridad.

En el cementerio de Halifax

Su cadáver jamás apareció. Cuentan que la madre del infortunado consiguió finalmente un certificado de defunción emitido por las autoridades españolas para facilitar los trámites de la herencia familiar y la posibilidad de que su nuera pudiese contraer segundas nupcias antes de veinte años, según la ley vigente entonces. Un misterioso «Víctor Peñasco» fue inhumado así en el cementerio canadiense de Halifax. Cuatro días después de la tragedia, el 18 de abril de 1912, La Vanguardia publicó este suelto: «Entre los españoles ahogados a consecuencia del naufragio del Titanic, figuran don Víctor Peñasco y su esposa, que tenían algún parentesco con el presidente del Consejo [su padrastro era hermano de Canalejas]. El señor Canalejas se ha dirigido a los embajadores de España en Londres y en París, interesándoles remitan cuantas noticias tengan relativas a la suerte que hayan corrido los españoles que figuraban en el pasaje del Titanic. Al recibir el jefe del Gobierno a los periodistas, el señor Canalejas, comentando la magnitud de esta catástrofe de impresión mundial, ha enaltecido la conducta de los pasajeros del Titanic que se han sacrificado, reservándose la muerte para salvar a las mujeres y a los niños».

Otro de esos paladines del sacrificio fue, como decíamos, el primogénito de José Canalejas, fruto junto con sus cinco hermanos del matrimonio del insigne político con Purificación Fernández y Cadenas.

Aludimos, claro está, a José María Canalejas Fernández, nacido en Bayona (Francia) el 30 de marzo de 1904 y asesinado el 21 de septiembre de 1936 en Madrid, con 31 años, en plena Guerra Civil española.

Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras por las universidades de Londres y Madrid, José María Canalejas se convirtió en Grande España en 1919 tras heredar el título de duque de Canalejas por parte de su madre, quien lo había recibido a su vez del rey Alfonso XIII con motivo del atentado que costó la vida a su marido.

El monarca distinguió también a María del Carmen Barrenechea y Monteguí, viuda de Eduardo Dato, presidente también de su Consejo de Ministros asesinado en otro atentado, con el ducado de Dato en 1921.

En 1940 se publicó en «La Vanguardia» una gran esquela confeccionada por la Diputación y Consejo de la Grandeza de España donde se mencionaba a José María Canalejas, precisamente, como uno de los asesinados vilmente en la retaguardia madrileña. Lo mismo que otros representantes de apellidos nobiliarios como Alfonso Pérez de Guzmán y Escrivá de Romaní, Cristóbal Colón y Aguilera... e incluso apellidos regios, caso de los hermanos y primos del rey Alfonso XIII, Alfonso y Enrique de Borbón y León, cuyo hijo Jaime de Borbón y Esteban fue fusilado en su compañía con tan sólo quince años. Sus cuerpos, como el de José María Canalejas, fueron agujereados sin piedad por los mosquetones milicianos y abandonados a su suerte.

A bocajarro y por la espalda

José Canalejas se libró al menos de la noticia de la escabechina perpetrada contra su hijo mayor, ya que veinticuatro años antes, el 12 de noviembre de 1912, a las 11:25 de la mañana exactamente, el anarquista Manuel Pardiñas le disparó a bocajarro por la espalda.

El jefe del Gobierno permanecía ensimismado entonces ante el escaparate de la librería San Martín, en la Puerta del Sol, cuando un hombre de veintiséis años, abrigado con zamarra clara, pantalón azul marino y tocado con sombrero negro disparó dos veces contra él con una pistola Browning. Canalejas cayó desplomado al suelo con 58 años. Horas antes, se había reunido con Alfonso XIII en el vecino Palacio Real y, tras abandonar luego su domicilio en la calle Huertas, se encaminó hacia la citada librería en cuya antigua fachada figura hoy una inscripción conmemorativa del asesinato. Curiosamente, en aquella época todo un presidente del Gobierno se paseaba sin escolta por la calle como si tal cosa. La autopsia evidenció que la primera bala penetró por debajo del oído derecho, atravesó el bulbo raquídeo y salió por el oído izquierdo; de ahí, que la víctima se llevase las manos a la cara antes de caer al suelo.

El magnicida fue reducido a golpes por un agente de policía, pero al percatarse de que no tenía escapatoria se pegó dos tiros en la cabeza, realizando una macabra pirueta. Igual de tétrica y fúnebre que la propia maldición de los Canalejas.