Cataluña

La antigua Convèrgencia prepara una operación para desbancar a Mas

Los nuevos líderes de Convergència se reunieron el pasado viernes para preparar la estrategia ante los escándalos de corrupción. El ex president ratifica su intención de continuar en el escenario político con la hoja de ruta soberanista: «A mí, nadie me bajará del tren»

El ex president Artur Mas, en la Generalitat
El ex president Artur Mas, en la Generalitatlarazon

Los nuevos líderes de Convergència se reunieron el pasado viernes para preparar la estrategia ante los escándalos de corrupción. El ex president ratifica su intención de continuar en el escenario político con la hoja de ruta soberanista: «A mí, nadie me bajará del tren»

Cada día más acorralado y distanciado de su partido, Artur Mas no piensa rendirse. El explosivo sumario del tres por ciento con las graves acusaciones hacia Germá Gordó, a quien Mas otorgaba el papel de «recaudador», según la Guardia Civil y la Fiscalía Anticorrupción, han provocado gran convulsión en la antigua Convergència Democrática de Cataluña. La nueva dirección, encabezada por Marta Pascal y David Bonvehí, celebró una tensa reunión el pasado viernes para analizar la situación. Según fuentes del partido, las críticas hacia Mas fueron enormes. «Su retirada es lo único que nos salva la cara», dijeron varios dirigentes. De la misma opinión es el actual presidente de La Generalitat, Carles Puigdemont, cuyas relaciones con Mas atraviesan su peor momento. Pero su antecesor hizo oídos sordos al mensaje y plantea todo un desafío. En otro encuentro paralelo con algunos de sus leales, Artur Mas ratificó su intención de seguir en la política bajo la hoja de ruta soberanista. «A mí, nadie me bajará del tren», aseguró rotundo, mientras en su entorno lanzan una advertencia: «Mas saca pecho».

El cruce de llamadas y contactos fue incesante. Desde la actual dirección quieren «un lavado» del PDeCAT y desmarcarse de la etapa de Mas, máxime tras la filtración de las órdenes dadas por el propio ex presidente a los empresarios para contactar con el ex consejero Germá Gordó, a quien la Fiscalía imputa por financiación ilegal, cohecho, tráfico de influencias y prevaricación. Algunos dirigentes exigen su dimisión como diputado de Junts pel Sí en el Parlament, a lo que Gordó se niega tajante. Tras un tira y afloja, Mas habló con algunos miembros del grupo parlamentario, entre ellos con el portavoz Jordi Turull, y logró que se montara una página web para «seguir el acoso de España contra el procés», en palabras de algunos convergentes. A pesar de las declaraciones públicas, la desolación entre los nuevos «cachorros» del PDeCAT era patente. «Muchos años haciendo trampas y al final te pillan», reconoce uno de los críticos contra Artur Mas.

Pero no solo en Convergència saltaron las alarmas. A la misma hora, la cúpula de ERC también mantuvo una reunión en la sede del partido. Según ha sabido este periódico, un sector planteó claramente la necesidad de romper el acuerdo de gobierno en La Generalitat. «No podemos contaminarnos con lo que está saliendo», dicen varios republicanos. La tesis de Oriol Junqueras, actual vicepresidente del Govern, pasa por forzar unas elecciones que disfracen el referéndum, de cuyo fracaso culparía a Puigdemont, y sacar ventaja de las encuestas. «Cuánto más tarde, peor», admiten en Esquerra, un partido no envuelto en asuntos turbios que contempla con estupor la corrupción de Convergència y cómo el círculo judicial se cierra con furor contra sus antiguos dirigentes.

Ajeno a todo el polvorín, Mas tiene diseñada su estrategia en diferentes fases. Negarlo todo, bajo «una conspiración de Madrid» para arrojarle de la política. Denunciar a Jaime Millet y Jordi Montull, antiguos jefes del Palau, como «mentirosos». El entorno de Mas ha puesto en marcha toda una campaña de desprestigio contra ambos. En el caso de Millet destacan su avanzada edad y problemas de salud: «No le rige bien la cabeza desde hace tiempo». En cuanto a Montull, le consideran «mediatizado» por su pacto para rebajar las penas de su hija Gemma. El otro flanco de defensa de Mas es ratificar la legalidad de todas las adjudicaciones y acusar al gobierno de España. «Estorbo mucho en el proceso soberanista y me quieren quitar de en medio a toda costa», asegura el ex presidente. De igual modo, se aferra a la inocencia de su consejero Germá Gordó, vinculado a la trama del tres por ciento, y a la del antiguo tesorero de CDC, Daniel Osácar. «Le han hundido la vida», afirma Mas. El ex presidente de La Generalitat tampoco piensa dimitir de la presidencia del PDeCAT y quiere ser candidato en unas elecciones, a pesar de la oposición de Puigdemont y un sector del partido. Su objetivo es defender el «procés» y buscar el choque de trenes con Madrid, de cuyos vagones no piensa apearse. Ni siquiera en el caso de una inhabilitación, que siempre podría recurrir ante el Tribunal Supremo. Para sus leales, Artur Mas es una víctima del acoso a Cataluña. En opinión de sus adversarios, sólo busca envolverse en la independencia «para ocultar sus fechorías». En todo caso, la división en el partido es muy fuerte, la tensión latente, aunque Mas no tirará la toalla. En su contraataque, llega a denunciar el uso de «fondos reservados» del Estado español para pagar a confidentes y testigos que digan mentiras con la intención de mancillar su nombre y perjudicarle.

Mas no admite pasar a la papelera de la historia y mantiene un reducido grupo de leales, entre los que figuran su antiguo hombre fuerte en La Generalitat, David Madí, el portavoz en el Congreso, Francesc Homs, el ex consejero Germá Gordó, y el diputado en el Parlament Jordi Turull. Desde que abandonó la Plaza de San Jaume, sede de La Generalitat, ha realizado numerosos viajes al extranjero con gran despilfarro de dinero. Pero sus gastos, según su entorno, se cargan en la remuneración que percibe como anterior presidente, a veces en su bolsillo personal, y muy pocas bajo su puesto honorífico en el PDeCAT. Los llamados «arturistas», leales al ex presidente y muy críticos con su sucesor, piensan que Mas tiene asegurado su papel de víctima por el horizonte judicial que le atenaza. La Fiscalía le solicita diez años de inhabilitación por prevaricación, desobediencia y malversación de fondos públicos en la jornada del 9-N. El calendario previsto sitúa el juicio oral en los primeros meses del año próximo, lo que le convierte en un candidato mártir del «procés».

Fuentes de este sector afirman que tiene puesta la vista en el sillón de La Generalitat, que se resigna a haber perdido por el chantaje de la CUP, en total lejanía de Carles Puigdemont, designado por él pero a quien ahora considera con escasa cultura de partido y un frágil liderazgo. En su entorno insisten en que Convergencia no tiene, hoy por hoy, otro candidato, que aguanta el tipo y mantiene sus planes de volver a primera línea. «Algunos me veían muerto y aquí estoy», les dijo recientemente a un grupo de empresarios a los que recibió en su despacho del Palau Robert. Con quien no mantiene mucho contacto es con el patriarca Jordi Pujol, cuya familia, en especial Marta Ferrusola, le critica por la «tibieza» en la defensa de sus hijos imputados.

El fundador de CDC sí recibe muchas visitasen su despacho del Eixample, que le cedió su gran amigo, el mecenas millonario Antoni Vila San Juan. Personas próximas al clan Pujol no ocultan sus recelos hacia Artur Mas, a quien acusan de haber dilapidado todo su legado. Uno de ellos así lo define: «Mas se ha cargado el oasis catalán». Ahora, desde luego, convertido en cloaca.

Una semana de declaraciones de alta tensión

Las declaraciones en el juicio del Palau de esta semana han acelerado la intensidad de los ataques de Artur Mas para como parte de su estrategia de defensa. Acusó al Estado de preparar una intervención en Cataluña y se envolvió en la senyera para tratar de diluir las acusaciones de presunta financiación ilegal que en los tribunales han apuntado claramente hacia su gestión al frente de la Generalitat.