Política

La unidad de España es indiscutible

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El fallo contra los líderes separatistas catalanes, con penas de entre 9 y 13 años de prisión, y la emisión de órdenes de arresto internacionales ha revivido la crisis catalana. La región está bloqueada por disturbios muy violentos y una huelga general ampliamente seguida.

Los temores europeos sobre las implicaciones geopolíticas de los problemas en Cataluña están justificados. España es uno de los estados más antiguos de Europa, unificado a finales del siglo XV, unos cuatro siglos antes que Alemania e Italia. A pesar de los frecuentes cambios en la geografía política de Europa, especialmente después de las dos guerras mundiales y después de la caída del comunismo en 1989-1991, España permaneció intacta.

Esteban González Pons, quien encabezó la delegación de Partido Popular en el momento del referéndum, dijo: “Si hoy dejas que España rompa con Cataluña, se produciría un efecto dominó en todo el continente. En lugar de una Europa de 27, tendremos una mini-Europa no europea”.

Incluso si los conservadores españoles exageran el riesgo del colapso del sistema europeo, ningún gobierno europeo tiene ninguna ilusión sobre lo que podría estar en juego tras el ataque de los secesionistas catalanes contra la integridad territorial de España. Si bien las crisis de la deuda soberana y los bancos de la zona euro casi ponen fin a décadas de construcción europea, los reclamos de los nacionalistas catalanes por la independencia, que no cuentan con el apoyo de al menos la mitad de la población de la región, pueden abrir una verdadera caja de Pandora. Lo único que traerá es que otros movimientos europeos separatistas y autonomistas puedan presumir de la atmósfera insurreccional que dominará Europa.

Los gobiernos europeos y los principales partidos políticos están preocupados de que, en caso de independencia de Cataluña, las controversias sobre las fronteras nacionales, la autodeterminación y los derechos de las minorías, que alguna vez fueron la causa de muchas guerras europeas, lleguen a atormentar el continente.

La secesión catalana proporcionaría un ejemplo estimulante a la moral de las fuerzas de independencia en Escocia, que perdieron un referéndum en 2014, y proporcionaría nuevos argumentos a los nacionalistas irlandeses que apoyan la integración de Irlanda del Norte en un estado totalmente irlandés.

Al igual que el Brexit, la crisis europea de refugiados y migrantes y el uso del antiliberalismo en Hungría y Polonia, Cataluña puede poner a prueba la unidad, la fuerza y los valores de la UE.

Al agregar el separatismo militante al populismo de la extrema derecha y el terrorismo entre los desafíos que enfrentan las democracias europeas, Cataluña puede mantener dudas persistentes en Washington, Beijing y Moscú sobre la capacidad de la UE para hacer frente a todas sus dificultades y avanzar hacia una unión más estrecha.

Pero la Cataluña y su eventual independencia sería un peligro para toda el área mediterránea, donde varias identidades fuertes fueron sedimentadas por la historia. Córcega y Sicilia son ejemplos vivos en Europa.

En el sur, Argelia con Kabylie, Marruecos con el Sáhara, Libia con Tuaregs, se podrían ver, asimismo, reforzados los reclamos de identidad y resurgir con fuerza movimientos independentistas, envalentonados por el ejemplo catalán.

Esto sería un verdadero cataclismo. Primero, porque estas naciones están muy apegadas a su unidad e integridad territorial. Esto presagiaría problemas y conflictos interminables en una región del sur del Mediterráneo, que más que nunca necesita estabilidad. Desafíos como la lucha contra el terrorismo o el fenómeno de la migración requieren estados estables. Económicamente, esta región no puede soportar ningún desmoronamiento.

Por el contrario, necesita más integración, un mercado más profundo, para asegurar su despegue y satisfacer las aspiraciones de su población mayoritariamente joven.

Hay una solución al callejón sin salida: más autonomía para Cataluña, especialmente en asuntos financieros, combinada con una reelaboración del complejo y pesado sistema de 17 gobiernos regionales autónomos de España. Al igual que el Reino Unido, España no es un verdadero estado federal, sino un país donde las iniciativas puntuales han conferido diferentes grados de autonomía en diferentes áreas.

El tratamiento apasionado de los problemas de identidad no es un buen augurio. La solución racional, en Cataluña como en otros lugares, es otorgar una gran autonomía que permita la expresión de identidades específicas, pero dentro del marco de la soberanía nacional. El separatismo va en la dirección opuesta en la que marcha la historia.