Política

El desafío independentista

«Las colas del hambre» en la capital del separatismo

Un hombre de avanzada edad recoge comida de la basura en un céntrico barrio de la Ciudad Condal donde los comedores sociales están desbordados
Un hombre de avanzada edad recoge comida de la basura en un céntrico barrio de la Ciudad Condal donde los comedores sociales están desbordadoslarazon

«En los comedores sociales de Cataluña se habla catalán». En los últimos años la población local que utiliza este servicio se ha incrementado exponencialmente, llegado al punto de que en algunos de ellos ya hay casi más catalanes que extranjeros. Y es que en el «país de nunca jamás» con el que sueña Artur Mas existe una realidad, hay pobreza.

En la ciudad Condal, la zona del Fórum ha perdido actividad y decenas de establecimientos han tenido que echar el cierre. En el polígono de San Martín, en el corazón de la ciudad, la basura se acumula por las esquinas y las fábricas abandonadas se han convertido en trasteros de cartón y chatarra. La estación de autobuses del norte, a donde llegan autocares desde todos los puntos del país, es el lugar elegido por los sin techo para pasar las frías noches de invierno. Además, hasta allí se dirigen voluntarios de distintas organizaciones religiosas para repartir una cena caliente varias veces al mes. Y esto se ha convertido en leitmotiv en la capital catalana, donde se localizan más de 10 colas diferentes de personas a la espera de comida. Éstas ya han sido bautizadas como «las colas del hambre».

En 2013 se abrieron dos nuevos comedores sociales –dependientes del Ayuntamiento de Barcelona–, sumándose a los ya existentes, se cuenta con 17, pero todos ellos se encuentran desbordados, pese a la ayuda que aportan también las congregaciones religiosas. Así lo confirma Irene, una de las educadoras sociales del comedor de Paralelo. «Tenemos 180 plazas, pero atendemos a casi 250 personas cada día», indicó.

Los usuarios de estos comedores sociales se muestran recelosos a la hora de decir sus nombres, pero no les molesta hablar con los medios de comunicación. «Esto de la independencia es una pantomima, no tiene sentido y no se va a hacer realidad», comentó una mujer que asiste desde hace 13 años al comedor. Así, dijo que en el caso de que prolifere abandonaría Cataluña. Al mismo tiempo que esta señora contaba su historia otro usuario del comedor gritaba «viva Rajoy».

Para esta señora, se hace muy complicado ir al supermercado, ya que cuenta con alrededor de 400 euros de pensión. Además, vive con su hijo que apenas llega a los 200 euros de sueldo por el trabajo de fin de semana que realiza en un bar de la zona. «Entre el alquiler, la comunidad, el agua, la luz y el gas no llegó ni al día 15», sostenía con una voz apagada.

Los usuarios de estos comedores sociales dicen no tener vergüenza. «Es un servicio y lo usamos», comentaba Pedro –que no quiso dar su apellido–. Él comenzó a usar este servicio en 2011, cuando lo despidieron del trabajo. Aún continúa esperando por su liquidación, «cuando me la den dejaré de venir», afirmaba.

Por su parte, Ramón lleva desde el año 2000 acudiendo a comer cada día al comedor de Paralelo. «Mi mujer falleció y me quedé solo y sin nada», comentó. Es más, el año pasado recayó de un cáncer de colon que padecía y del que espera recuperarse pronto.

El problema de los nuevos pobres azota Barcelona. Mendicidad aparte, el número de personas que tenían una vida acomodada y se han visto en la calle crece. «Mucha gente que viene aquí ha sido desahuciada, otros simplemente vivían bien, pero no han sabido gestionar su dinero», relataba Tatiana, una de las educadoras sociales de El Café Just, cercano a la plaza Sant Jaume. A este local perteneciente también al ayuntamiento acuden cada día cientos de personas entre las 12:30 y las 14:00 horas. «No vienen todos los que deberían», señaló, porque «algunos lo ven como un hecho del que deben avergonzarse, pero el problema es que falta mucha información», añadió. El 6% de la población del área metropolitana está en situación de pobreza, según un informe de Cáritas.

Ellos, además de los diferentes comedores que tienen repartidos en Cataluña, ayudan a familias enteras con tickets de comida. En la céntrica calle Tallers en Barcelona, por ejemplo, hay un local de comida para llevar de la Fundación Futur, que con la ayuda de algunas asociaciones –entre ellas Cáritas– dispensa alimentos a los que más lo necesitan. Pero además también está abierto al público. Allí también eran derivados algunos usuarios de los servicios sociales del ayuntamiento, pero al poco tiempo dejaron de ir porque el consistorio ya no podía hacer frente a los gastos, según afirmó Esteban, dependiente de la tienda.

A Artur Mas parece que se le acaba el argumento de «España nos roba». La mayoría de competencias en Sanidad, Educación y Servicios Sociales están transferidas a las comunidades autónomas y la realidad es que los servicios sociales, aunque se mantienen, continúan en descenso.

Por otro lado, muchos menores catalanes todavía aprenden a sumar y restar entre barracones. Aunque pueda parecer de otra época éste es el caso del colegio Universo, situado en el barrio de Gracia de la capital. Los vecinos catalogan de vergonzosa está situación en la que llevan desde 2009. Pese a que la Generalitat se comprometió a construirles un colegio, a día de hoy su aprendizaje se desarrolla entre esas casetas de obra.