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Los jesuitas niegan un funeral por Francisco Franco
En los últimos años la familia Martínez-Bordiú Franco se reúne a rezar en una misa recordando a su abuelo Francisco Franco Bahamonde en su parroquia: la Iglesia de San Francisco de Borja, el día en que se cumple el aniversario de su muerte, el 20 de noviembre.
Así, y siguiendo una vieja tradición cristiana, este año, de nuevo, la familia ha solicitado ofrecer una misa por el descanso de su alma: la de su abuelo, en ningún caso por la del Jefe de Estado que fue.
La Iglesia de San Francisco de Borja, a través de su párroco, ha denegado el funeral alegando orden superior, amén de otras «sandeces» y mentiras como que el del año anterior adquirió tinte político, algo que el actual párroco conoce tan solo por referencias de terceros toda vez que él no estuvo allí, más yo que sí estuve confirmo dicha aseveración del párroco como una falacia descomunal.
Conocido es el acoso al que se encuentra sometida esta familia con ataques de todo tipo y por todas partes, más nunca me imaginé que este podría llegar hasta el extremo de negar la celebración de una misa por el eterno descanso de su abuelo.
Vaya por delante que escribo por mi cuenta y riesgo sin siquiera el conocimiento de la propia familia a la que pido disculpas por mi atrevimiento, más es tal mi indignación por esta ignominia que no me resisto a hacer unas ligeras reflexiones.
Educado en los jesuitas, al igual que mi padre y abuelo, durante mi infancia y adolescencia, recuerdo tiempos en los que acudía a esa parroquia como congregante que fui de San Estanislao de Kostka y lejos estaba entonces de imaginarme que hoy tendría que escribir estas líneas con rabia contenida.
De mi formación religiosa allí aprendida recuerdo que los católicos no consideramos la muerte como el final sino la partida a una nueva vida frente a Dios y que el funeral católico tiene como objetivo el rezar por la salvación de nuestra alma y que la Iglesia actúa como intercesor o mediador para una persona fallecida siendo el párroco el responsable de la «communitas christifidelium». El pastor guía en la colaboración fraterna con los fieles en el más absoluto respeto de los derechos y deberes de los feligreses.
Al denegar este derecho de unos feligreses de esta parroquia el párroco incumple seriamente lo que yo aprendí. Incumple con su obligación. E insisto en que la misa solicitada no es por quien fuera Jefe de Estado y Caudillo de España, Francisco Franco, más ya que el nombre de esta persona asusta y amedrenta al párroco en cuestión paso a explicarle a este sacerdote jesuita por si lo ignora a quien le niega este derecho cristiano.
Y nada mejor para ello que el reproducir un extracto de un magnífico artículo publicado el 11 de junio de 2018 en el diario ABC por Don Luis Felipe Utrera-Molina.
Entérese Padre y sea consciente de su desagradecimiento como jesuita con la persona de Francisco Franco:
«Ahora que la historia y la verdad parecen y perecen en cuanto desafían al pensamiento único dominante, pocos recuerdan que la Compañía de Jesús fue disuelta en enero de 1932 por el Gobierno presidido por Manuel Azaña, en aplicación del artículo 26 de la Constitución republicana, que declaraba disueltas aquellas órdenes religiosas que impusieran un voto especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. La disolución afectó a los 3.622 jesuitas españoles y, de la noche a la mañana, se clausuraron y nacionalizaron ochenta casas en España, dos universidades, tres seminarios, veintiún colegios de enseñanza secundaria, 163 de enseñanza elemental y profesional, conventos y casas de ejercicios, diecinueve templos, 47 residencias, 33 locales de enseñanza, 79 fincas urbanas y 120 rústicas. Se incautaron también saldos de cuentas bancarias y valores mobiliarios y todos sus bienes pasaron a manos del Estado.
En mayo de 1938, en plena guerra, Franco derogó el decreto de 1932, devolvió a la Compañía todas las propiedades incautadas por la República y parte del patrimonio incautado por Carlos III en 1772. En señal de agradecimiento, el entonces general de la Compañía, el P. Ledochowski, añadió el nombre del Generalísimo al de los fundadores y grandes benefactores de la Compañía y, posteriormente, en 1943, el P.Magni, vicario general, hizo llegar al Generalísimo un documento por el que la Compañía le agradecía el inmenso beneficio de la devolución de todos los bienes que la revolución le había arrebatado. En dicho documento –conocido como «Carta de hermandad»– se le comunica que se le hacía «participante de todas las misas, oraciones, penitencias y obras de celo que por la gracia de Dios se hacen y en adelante se harán en nuestras provincias de España». Con tan alta y excepcionalísima distinción, la Compañía cumplía con lo previsto en el capítulo I de la IV Parte de sus Constituciones, «De la memoria a los fundadores y bienhechores», afirmando que «es muy debido corresponder de nuestra parte a la devoción y beneficencia que usan con la Compañía».
¿Lo ha leído?, ¿se ha enterado?
Suelo acudir a misa los domingos a esa parroquia y siempre me paro a rezar delante de la tumba del heroico Padre Huidobro que allí se encuentra. Tenga por seguro, Padre, que ante su negativa a ofrecer la misa por la persona de Francisco Franco, el citado Padre Huidobro debe estar removiéndose en la tumba con la misma indignación que siento yo por su persona, por su gravísimo error de caridad cristiana y por su falta de valentía.
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