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Los perfiles de los protagonistas de la negociación

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Pedro Sánchez

El hombre «enganchado» a Borgen; por Toni Bolaño

Pedro Sánchez cumple dentro de tres semanas 44 años aunque en realidad el secretario General del PSOE sólo ha podido cumplir, de forma estricta, 12 años. La causa no hay que buscarla en una venganza familiar que le haya negado la posibilidad de apagar las velas sino en el día de su onomástica. El líder socialista es uno de los pocos españoles que ha nacido un 29 de febrero. A finales de mes, el líder socialista podrá celebrar, después de cuatro años, un nuevo aniversario. A día de hoy, no se sabe sí lo hará como el nuevo presidente del Gobierno de España o habrá fracasado en el intento.

Desde que el Rey Felipe VI le encargó hace unos días que se hiciera cargo de hacer gobierno y se sometiera a la sesión de investidura, Pedro Sánchez Pérez-Castejón lleva una alocada agenda. Ana Oramas, Cayo Lara, Alberto Garzón, Mónica Oltra, Joan Baldoví, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Andoni Ortuzar, Aitor Esteban, se han reunido con el líder socialista que, entre reunión y reunión, prepara con su núcleo duro la estrategia que le ha de llevar a La Moncloa. Esta semana que viene el plato fuerte: Mariano Rajoy.

La situación, para unos, es alambicada, intrincada, endemoniada y esquizofrénica y, para otros, es sencillamente imposible, pero Sánchez la asume con convicción y una fe envidiable en el triunfo. Sabe que si consigue su objetivo no sólo habrá salvado su liderazgo en el PSOE sino que habrá salvado al propio PSOE. Este jugador de baloncesto del Estudiantes está acostumbrado a las duras defensas, codazos y empujones, y a hacer requiebros para conseguir el anhelado enceste e imponerse. También es posible que pida ayuda a su hermano pequeño que fue campeón de judo, y miembro del equipo nacional, para que le aleccione en el arte de las llaves que noqueen e inmovilicen al contrario, y para que le aporte los conocimientos necesarios para dirigir la complicada orquesta de los pactos mientras los barones del partido socialista hagan el coro sin desafinar. No en vano, David Azagra –el nombre artístico de su hermano pequeño– es uno de los más reputados directores del momento. Por si acaso con esto no es suficiente, Sánchez sigue atentamente las andanzas de Birgitte Nyborg y su jefe de prensa Kasper Juul en «Borgen», la serie de culto que narra las peripecias de la primera ministra danesa en un Gobierno de coalición. «Está enganchado», afirma Verónica Fumanal, su mano derecha en temas de comunicación, que lo llevó a programas televisivos que no eran para políticos y por los que Sánchez fue denostado. Luego, todos los líderes han pasado por los mismos programas.

A pesar del desbarajuste de su agenda, Sánchez siempre que puede va a dormir a su casa. «Y si no puede también», comentan sus más allegados que padecen en primera persona las maratonianas jornadas del líder socialista. Con Begoña, su mujer, con la que tiene dos niñas, aprovecha los pocos momentos. El último cuando asistió a la Tamborrada en San Sebastián. Unas semanas antes se escaparon a La Bañeza a comer un buen chuletón. José Miguel Palazuelo, el alcalde socialista de la población castellana que tiene mayoría absoluta, conocía la visita de su líder pero no le incordió porque «hay que respetar su vida privada que no debe tener mucha».

Cuando Sánchez asume las riendas del PSOE, el partido no estaba en su mejor momento. Se estaba desangrando desde que en mayo de 2010, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo de timonel de las políticas de la troika. En las elecciones de 2011, los socialistas perdieron cuatro millones de votos bajo la dirección de Pérez Rubalcaba y el PP, con Mariano Rajoy al frente, logró una amplia mayoría absoluta. En los años siguientes, el partido languidecía y La Moncloa se alejaba a pasos agigantados. La debacle de las europeas, sólo atenuada por el sonoro tropezón del PP, hizo saltar las alarmas y los socialistas se plantean el cambio al frente del partido, con grandes reticencias de la vieja guardia y las viejas glorias que consideraban al PSOE «como una finca de su propiedad».

En este complicado escenario, aparece un joven madrileño del barrio de Tetuán, Doctor en Economía y Empresa por la Universidad Camilo José Cela, que se había afiliado al PSOE con sólo 21 años. Cinco años después trabajó como asesor en el Parlamento Europeo con Bárbara Dührkop, la eurodiputada socialista esposa del asesinado –por ETA– senador Enrique Casas, donde coincidió con Óscar López, el actual portavoz socialista en el Senado y uno de sus más estrechos colaboradores. Con López vuelve a coincidir años después en el entorno del todopoderoso secretario de Organización, José Blanco. Allí compartieron ambos cuitas con otro joven socialista, Antonio Hernando, hoy portavoz en el Congreso y mano derecha de Sánchez. Ahora las relaciones de los tres con su mentor son pésimas.

Pedro Sánchez lleva 560 días al frente del PSOE. En el verano de 2014, unas primarias le auparon a la Secretaria General después de derrotar a Eduardo Madina y Pérez Tapias y el 27 de julio, un congreso le ratificó al frente del partido. La cosa no empezó bien. Sánchez recibió los apoyos de una aplastante mayoría pero esa misma mayoría le quiso condicionar: era el secretario general pero no el candidato. No se arredró y «ejerció de secretario general» echando un pulso a los barones. Fue el primero. Lo ganó porque consiguió ser el candidato socialista en las elecciones de 2015 después de una dura carrera de obstáculos.

Durante este año y medio, muchos le han dado por muerto en numerosas ocasiones. Porque los resultados electorales de municipales y autonómicas no fueron excelentes, por sus enfrentamientos con los barones –con la líder andaluza las relaciones son malas y los encuentros escasos–, por su golpe de mano contra Tomás Gómez, porque era incapaz de recuperar la iniciativa, porque era un insolvente y porque el PSOE sacó un pésimo resultado en las elecciones de 2015. Sin embargo, el líder socialista parece tener una mala salud de hierro y ha tomado la iniciativa política, algo que el PSOE no tenía desde aquel aciago mayo de 2010. Hoy Sánchez ha pasado su particular Rubicón emulando a Julio César y su «la suerte está echada».

Pablo Iglesias

El revolucionario entre Moncloa y elecciones; por A. Rojo

Esta semana, el estilo de negociación de Iglesias recordaba al de un jugador de póquer que se sabe con una mano ganadora. Las dos posibilidades que se vislumbran más plausibles en el futuro –pacto con el PSOE o convocatoria de elecciones– benefician a la formación de extrema izquierda que dirige. La primera le otorgaría una visibilidad privilegiada: vicepresidente del Gobierno, es decir, portavoz encargado de dar la cara cada viernes tras el Consejo de Ministro para informar a la opinión pública de las inciativas del «gobierno del cambio»; propuestas que seguirán sin duda punto por punto el programa electoral de Podemos. Si Sánchez, acorralado, termina por arrojarse a los brazos de Podemos, Iglesias estará en posición de mandar un mensaje letal a las bases del PSOE: votar morado es votar políticas eficaces y realistas de izquierdas, votar morado es votar útil para desalojar a Rajoy de la Moncloa.

La segunda posibilidad –elecciones a principios de verano– también es una victoria para Podemos. El partido confía en su maquinaria de campaña y en la movilización de sus bases. El PSOE parte del peor resultado electoral de su historia y el nuevo candidato tendrá apenas margen de maniobra para revertir la situación.

Por eso no sorprende que Iglesias, preocupado siempre de ganarle la mano a Sánchez, se atreviera el viernes a dictar al candidato a presidente sus propias condiciones para negociar. El secretario general de Podemos sólo se sentará a negociar la investidura de Sánchez si las conversaciones simultáneas con Ciudadanos cesan inmediatamente. Es aquí donde la retórica de Podemos hace agua y se puede ver que el objetivo de Iglesias no es paliar las consecuencias de los ajustes en los más desfavorecidos o establecer un gobierno progresista sino, sencillamente, acceder al poder para implementar un programa de extrema izquierda convenientemente maquillado durante el último año. Si lo urgente para Podemos fuera revertir las políticas del PP, parar la corrupción y regenerar la política española, Iglesias no tendría ningún problema en aliarse temporalmente con PSOE y Ciudadanos. Pero la urgencia es otra: robarle protagonismo al PSOE y marcarle la agenda con la intención de fagocitar el sector de su electorado que quedó sin fagocitar el 20 de diciembre.

Albert Rivera

Un «sentido de Estado» que gira a la izquierda; por José María Marco

Albert Rivera se figuró, como mucha gente en nuestro país, que iba a ser el fiel de la balanza para el gobierno que se formaría tras las elecciones del 20-D. No ha sido así y se ha repetido la situaciónsegún la cual ni la izquierda ni la derecha pueden formar gobierno por sí solas. Y el problema es un poco más agudo para Rivera, que se ve clasificado entre las fuerzas de derechas. Algo que no le gusta. Está claro que una parte muy importante de sus votantes procede del PP. Los del PSOE se han reconocido más en Podemos que en los naranjas. Esto debería haber llevado a Rivera a intentar priorizar el acuerdo con el PP, que es aquello para lo que buena parte de sus electores le votó. El análisis de C’s, sin embargo, es distinto. Han llegado a pensar que si no han conseguido más respaldo es porque en la campaña se mostraron demasiado tibios y favorables al PP, y que han aparecido más a la derecha de lo que conviene en un escenario cuyo eje se ha movido hacia la izquierda a causa de la crisis. Tal vez en previsión de posibles futuras elecciones Rivera tiende siempre a inclinar la balanza del lado del socialismo. Así, conciben un escenario de gobierno PSOE-C’S y presionan (y presionarán aún más) al PP para que se abstenga, en caso de lograr un acuerdo con PSOE. En cambio, no parece estar en su estrategia la idea de un gobierno PP-C’s con la abstención del PSOE, siendo así una solución más democrática que la otra, por haber sido el partido más votado. Intentar explorar la posibilidad de un gobierno PP-C’s lo ven como una pérdida de tiempo y de energías. Esto parece en contradicción con el hecho de que los votantes de C’s vengan en su mayoría del PP. Eso no debe engañar acerca de las convicciones de Rivera y su partido con una reticencia visceral e instintiva, muy española, contra el PP. Reticencia estética, típica de la izquierda de nuestro país, que lleva a ver en los populares un relente de actitudes rancias, bastas, poco afinadas. Reticencia social y de clase: el PP es un partido de gente atenida a virtudes pequeño burguesas (católicas, para más inri), despreciables desde el punto de vista más estiloso, elitista (y barcelonés) de los miembros de C’s. Además, para que ellos demuestren que son de centro, y no de izquierdas, resulta indispensable que el PP aparezca como un partido de derechas.