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Los supervivientes de La Rambla: La vida después de rozar la muerte

Quienes estuvieron en la zona cero de los atentados justo hace un año explican a LA RAZÓN las secuelas psicológicas tras haber visto algún momento del atropello masivo

Cuatro de los supervivientes del atentado de Barcelona que tuvo lugar el pasado 17 de agosto de 2017 / Fotos: Alberto R. Roldán
Cuatro de los supervivientes del atentado de Barcelona que tuvo lugar el pasado 17 de agosto de 2017 / Fotos: Alberto R. Roldánlarazon

Quienes estuvieron en la zona cero de los atentados justo hace un año explican a LA RAZÓN las secuelas psicológicas tras haber visto algún momento del atropello masivo.

Era un día normal de verano. No había especialmente mucha gente. Turistas comprando abanicos a vendedores ambulantes, niños con patinetes sorteando turistas y el bullicio habitual de La Rambla, la vía más icónica de Barcelona. Pero la normalidad se vio interrumpida a las 16:50 horas. Una furgoneta blanca, Fiat Talento, con matrícula 7086JWD de la empresa Telefurgo que había sido alquilada en Santa Perpetua de la Mogoda irrumpió en el bulevar central de La Rambla por Plaza Cataluña y, haciendo zigzag, avanzó a unos 60 kilómetros por hora tratando de arrollar a su paso al mayor número posible de viandantes. Fueron poco más de 500 metros. En el famoso mosaico de Joan Miró, justo donde empieza la zona de veladores, Younes Abouyaaqoub, el yihadista que los días después fuera el terrorista más buscado, bajó de la furgoneta y huyó del lugar perdiéndose entre el gentío del mítico Mercado de la Boquería con un puñal bajo el brazo. Detrás había dejado el horror. Gritos, cuerpos en el suelo, sangre y mucho desconcierto porque nadie sabía muy bien aún qué había sucedido. Algunos creyeron incluso que rodaban una película. LA RAZÓN ha hablado con testigos –la mayoría comerciantes que acogieron en sus locales a gente que buscaba refugio tras la estampida que se produjo tras el atropello– y recuerdan el pánico vivido aquellos primeros minutos iniciales. No son ninguno de los 13 fallecidos ni del centenar de heridos que provocó el muyahidín de Ripoll, pero podrían haberlo sido porque estuvieron muy cerca y eso les ha dejado unas secuelas psicológicas muy fuertes. «Nunca vi a nadie queriendo atropellar de verdad y, cuando lo ves, impresiona, eh». Alfonso trabaja en el tercer quiosco de La Rambla y dice que recuerda de forma muy nítida el «sonido del acelerón» que pegó Younes tras chocar contra el segundo quiosco «para seguir atropellando». Dice que la furgoneta tiró un expositor de imanes de su puesto y él entró en pánico y se subió al altillo. Todavía recuerda «aquí, delante mío» el cuerpo inerte de un niño. «Estuve yendo al psicólogo porque tenía terror a volver de trabajar y ahora escucho cualquier grito y me acojono». Es una de las secuelas que más se repiten entre los testigos: sobresaltos por ruidos cotidianos. Es un trastorno originado por un ataque terrorista y tienen derecho a indemnización por ello. Toda la información al respecto la tienen detallada en un tríptico que les han entregado hace pocos días desde el Ayuntamiento: «¿Estuviste presente en los atentados del 17 y 18 de agosto en Cataluña? Conoce tus derechos». En Interior explican que pueden recibir asistencia psicológica y los requisitos para ser reconocida como víctima del terrorismo (RVT), cuyo plazo de solicitud expira hoy, justo un año después, y será por el Ministerio del Interior.

Para quienes vieron todo en primera fila, lo más impactante fue «ver a la gente volar dos metros hacia arriba». «Cuando te atropellan a cierta velocidad no caes», recuerda un compañero de otro joven que permaneció durante unos segundos sobre el parabrisas de la furgoneta hasta que se cayó. Algún hostelero «bendijo» no tener instalada ninguna terraza en el bulevar, como los del Hotel Internacional, que justo un mes antes, el Ayuntamiento les había revocado el permiso porque les faltaba un papel. Muchos rehusan hablar del tema: «Es nombrarlo y mira», dice señalando el vello del brazo la dependienta de una floristería. Frente a la última de este tramo murió, por ejemplo, Luca, un joven italiano de 25 años que estaba de viaje de novios. «Sus padres vinieron a poner su foto y nunca me he olvidado de su cara», dice. La dueña de la última floristería que arrolló Younes, «Felices plantas y llavors», no ha vuelto a trabajar y «engordó 20 kilos por el tratamiento para la ansiedad y las pastillas que tiene que tomar para dormir». El mismo problema de insomnio tiene aún hoy alguna dependienta de «I love Barcelona». En este local se refugiaron muchos de los heridos más graves; de hecho, había una mujer inconsciente que no sabe qué sería de ella, dice mostrando la foto del local aquel día, con gente tumbada por el suelo y restos de sangre por todas partes. En la mayoría de los locales entró la gente despavorida y cerraron por dentro durante varias horas siguiendo las instrucciones de la Policía. La instalación de bolardos por donde entró Younes (siete a la izquierda y cuatro a la derecha) además de cubos de cemento a modo de barrera no dan especialmente tranquilidad a los que tienen que venir aquí a diario. «Da igual. Si quiere venir un loco a inmolarse no se puede evitar». Lo que sí quieren evitar es el olvido a las víctimas y para ello, otros testigos mudos de la barbarie, los árboles de La Rambla, llevan mensajes de esperanza tatuados en su «piel»: «Derribemos el odio, construyamos la paz» o «Barcelona no os olvidará nunca» en decenas de idiomas.

Los testigos

► Sohail Rhnimi

Tiene 36 años, es marroquí y ofrece menús frente al restaurante turco «De Istambul», al comienzo de La Rambla. Tras «oír un grito» vio la furgoneta de Younes bajar a toda velocidad. «Decían que tendría problemas de frenos y yo pensé que era alguien que huía de la Policía». Como musulmán, siente que los padres «no enseñan lo que es el Islam a sus hijos, sólo se preocupan de que coman bien». Dice que no podrá borrar esas imágenes de su cabeza porque «es la primera vez» que vio «el horror».

► Violeta Stoyanova

Lleva cuatro años trabajando en el puesto 45, donde vende abanicos, souvenirs y bufandas de equipos de fútbol y recuerda los gritos «y como ruido de disparos». Estaba con una compañera (que dejó de trabajar desde ese día) y se encerraron en el puesto hasta por la noche. Cuando salieron «aún había cuerpos en el suelo» y «ningún taxista nos cogía». Dice que después de los ataques venían «sectas» repartiendo folletos «de que Dios te va a ayudar a olvidar y es peor porque te lo recuerdan».

► Juan Salmerón Tiene 52 años y aquel día estaba en el puesto de souvenirs con otro compañero, que sí tiene en su retina la imagen de Younes al volante. Como el resto, al escuchar los gritos y ver a la gente corriendo, se asomaron para ver qué pasaba. «Al principio no sabes ni qué hacer. Vi la furgo venir de cara y conseguí quitarme de en medio. Creo que estuve 10 minutos en shock», reconoce con sentimiento de culpa, algo muy frecuente entre los supervivientes.

► Tijani Makrini

Tijani Makrini, holandés de 34 años, es propietario de «Barcelona is my Style» y estaba de obras el día del atentado. «Estaba dentro con los obreros pero metí a un centenar de personas que vinieron a refugiarse. Cerré por dentro y puse dos vigas por si trataban de entrar». Su local queda enfrente del mosaico de Miró, donde acabó todo. De las imágenes que recuerda, «la peor es una niña ensangrentada». A pesar del miedo, el terrorismo no le impidió abrir su negocio tres meses después.