Jorge Vilches

Un manicomio minado

El partido de Sánchez tiene miedo de que el panorama general aumente la abstención de sus electores

Pedro Sánchez interviene en el Congreso en presencia de las ministras Irene Montero e Ione Belarra, impulsoras de la ley junto al presidente del Gobierno
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y las ministras Irene Montero e Ione BelarraAlberto R RoldanLa Razón

El PSOE quiere mostrar que controla la situación, y que las ministras podemitas son díscolas e irresponsables, pero que acaban tragando. Es lógico. Los socialistas no se pueden presentar a las elecciones locales pidiendo la confianza para gobernar cuando su Gobierno nacional es un manicomio minado. El partido de Sánchez tiene miedo de que el panorama general aumente la abstención de sus electores.

La fe ciega tiene un límite que ya se traspasó, por lo que toca escenificar unidad de miras y acción. Vox ha ofrecido en bandeja la oportunidad. Batet, presidenta del Congreso, pondrá la fecha para el debate de la moción cuando Moncloa ordene. Todo se hará en función de los intereses de Sánchez. Parecerá que socialistas y podemitas están a partir un piñón contra el enemigo. Además unirán esfuerzos para difundir el bulo de que Feijóo tiene una «agenda oculta». Para ello se remitirán a la experiencia del gobierno de Rajoy en 2011, cuando los populares tuvieron que acometer ajustes para solventar el desaguisado provocado por la negligencia de Zapatero.

El teatro de la unidad empezó esta semana con el pacto de las pensiones, fraguado por un ministro socialista de perfil bajo y Yolanda Díaz, el poli bueno a la izquierda del PSOE. Se presentó como una medida que diferencia a la «coalición de progreso» de la «coalición del miedo», la que supuestamente tienen PP y Vox para desmantelar el Estado social. Sin embargo, el acuerdo en la derogación de la «ley mordaza» es imposible. Todo apunta a un nuevo lío en este manicomio gubernamental. Marlaska no va a ceder ni un milímetro en la eliminación de las pelotas de goma o las «devoluciones en caliente». Mientras, Podemos se echa en brazos de ERC y Bildu, lo que perjudica al PSOE.

Todo es de locos y la calma es impostada. Por esto la crisis de Gobierno obligada por la salida de Reyes Maroto y Carolina Darias no afectará a las ministras podemitas. Socialistas y yolandistas prefieren no tocar a Belarra y Montero y que se carbonicen solas, aunque sean quienes perturban la salud mental del Ejecutivo. Yolanda Díaz, mucho más lista que las otras, está esperando a que pase el cadáver de Podemos tras las elecciones de mayo. Será el momento óptimo para su nuevo partido, Sumar. Una buena derrota de las populistas y su desaparición en algunas regiones, como Madrid, bajará los humos a Belarra, Montero y Echenique. Eso de hablar en nombre del pueblo o de las mujeres y que luego no te vote nadie es demoledor. Solo así una organización que no existe, como la de Yolanda Díaz, puede negociar en buenas condiciones con las arrogantes dirigentes de Podemos. Por cierto, ¿qué fue de las primarias en el «partido de la gente»? Pues murieron, lo habitual en organizaciones de izquierdas donde manda el déspota de turno.

Vox, por su parte, se ha metido voluntariamente en un cenagal. La moción de censura, pensada para denunciar la «tibieza» del PP aprovechando la crítica a Sánchez, no les va a rentar. Es incomprensible que la gente de Vox no estudiara antes si el candidato Tamames encajaba con su ideario. El catedrático está más cerca de la socialdemocracia que defendía Ciudadanos, con alguna salida que nos deja ojipláticos, que de los postulados de Vox.

El PP, sin embargo, tiene pocos escollos. El PSOE de Sánchez es incapaz de retener al votante de centro-izquierda, ese que piensa que el presidente y los ministros socialistas no son más listos y honrados que él. La abstención socialista y el trasvase de votos benefician al PP. Vox, además, no da la sensación de partido serio y de gobierno, capaz por sí solo de sacar a Sánchez de Moncloa, lo que arrastrará votantes a Feijóo. Al PP solo le queda nadar y guardar la ropa; esto es, mostrarse cuerdo frente al manicomio minado, a punto siempre de estallar, que es el Gobierno.