El personaje
María Isabel Perelló: un cambio histórico en el CGPJ
La también nueva presidenta del Supremo es consciente de los grandes retos que afronta tras casi seis años de paralización del Consejo
Reservada, enormemente discreta, sencilla y muy comprometida con sus principios, está ahora en el epicentro del protagonismo público. María Isabel Perelló Doménech representa todo un cambio histórico en la Judicatura española al ser la primera mujer que accede a la Presidencia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo (TS).
«Quiero salir menos y trabajar más», me confesaba ella misma en un acto cultural en el que coincidimos hace unos días en el Ateneo de Madrid, la presentación del último libro de nuestra común amiga Julia Navarro, «El niño que perdió la guerra».
Pero, muy a su pesar, Isabel ha sido y será objeto de atención permanente en un momento de alta tensión política y jurídica en nuestro país.
Su nombramiento alberga una trastienda de intrigas pero, sin ella proponérselo, logró el apoyo de 16 de los 20 vocales del CGPJ, auspiciado precisamente por los votos del sector conservador.
Un auténtico testimonio de su capacidad para unir diferentes ideologías, ella es progresista, y conseguir un consenso tras casi seis años de parálisis en el máximo órgano del gobierno de los jueces.
Aunque nunca estuvo en las ternas iniciales, e incluso algún ministro del Ejecutivo de Pedro Sánchez la sacó de las quinielas, Isabel consiguió lo que parecía imposible: romper el techo de cristal y convertirse en la única mujer que llega al puesto más importante de la Justicia española.
La promesa de su cargo ante el Rey Felipe VI en La Zarzuela, y sobre todo su discurso en la solemne apertura del Año Judicial, donde invocó la independencia de los jueces ante intromisiones o presiones de cualquier poder del Estado, han marcado un hito histórico.
Preparó ese discurso con tan solo doce horas de tiempo, a sabiendas de que iba a ser mirado con lupa. No defraudó y, curiosamente, después de varios intentos políticos por colocar en tan elevado rango a otras magistradas más afines al PSOE, concitó el elogio de todos.
No solo por su brillante currículum desde que ingresó en la carrera judicial en el año 1985, sino por su capacidad de diálogo y trabajo en silencio. «Le costará estar ahora en el centro de atención pública», dicen compañeros que bien la conocen como magistrada en la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo.
Es la suya una trayectoria sólida y discreta, a la que le ha venido dado un broche de oro que nunca pensó ni buscó. Consciente de los grandes retos que afronta, en un delicado momento de convulsión política tras los casi seis años de paralización del CGPJ y en plena polémica con asuntos espinosos que salpican la política con los tribunales, ella lo tiene claro: «Hay que dejar trabajar a los jueces sin ninguna injerencia».
Catalana, nacida en Sabadell (Barcelona), pero con un fuerte rasgo gallego, ya que sus padres se trasladaron a La Coruña cuando era una niña para montar un negocio textil. Isabel estudió en la Compañía de María de la ciudad gallega y se licenció en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela.
Preparó sus oposiciones a juez en el Colegio Mayor César Carlos y pasó por diferentes destinos en los juzgados de Carballo, Menorca, la Audiencia Provincial de Barcelona y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Magistrada especialista en lo Contencioso-Administrativo, sirvió en las Salas del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, en la Audiencia Nacional y en el Tribunal Constitucional como letrada.
En el año 2009 ascendió a magistrada del Tribunal Supremo, cargo en el que ha supervisado la actividad de organismos reguladores como la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), de la Competencia (CNMC) o el Banco de España.
Sus compañeros la definen como una mujer de perfil progresista, pertenece a la Asociación Jueces y Juezas para la Democracia (JJpD), es feminista, muy discreta y nada sectaria.
Ello demuestra el apoyo de los vocales conservadores del Consejo General del Poder Judicial para su nombramiento, que desatasca una situación sin precedentes.
En el plano personal, María Isabel Perelló es una mujer muy celosa de su vida privada. Divorciada de un magistrado portugués y madre de dos hijos, aborrece las redes sociales y el protagonismo, algo que ahora le será difícil de combatir.
Recuerda con cariño sus primeros pasos judiciales en Mahón, en el único Juzgado de Primera Instancia e Instrucción que existía en la isla de Menorca. Allí llegó con apenas 27 años de edad y quienes la conocieron la definen como una juez cercana, muy amable y estudiosa.
A pesar de su juventud, funcionarios del Juzgado de aquella época destacan su preparación, las horas que se entregaba a estudiar y ver papeles, «sin aires de grandeza», como una verdadera profesional.
Después, en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y en el de Cataluña consolidó su formación jurídica en las áreas de lo Contencioso-Administrativo. También es autora de numerosas publicaciones en esta materia, criminología y derechos fundamentales.
«Su pasión es el Derecho», dicen sus amigos. Políglota, habla varios idiomas, le apasiona viajar y conocer otras culturas. Su estilo es sencillo, nada estridente, con melena larga y trajes sastre, como lució en su toma de posesión.
Isabel Perelló tiene mucho trabajo por delante en su propia Casa, el Tribunal Supremo, el mayor con desigualdad de género, pues únicamente el 21 por ciento de sus miembros es mujer, un paradigma de la falta de paridad en la cúspide judicial.
Ahora, el destino la coloca en el mayor puesto al que puede aspirar un magistrado en la carrera judicial. Sabe que no lo tiene fácil y piensa hacerlo con su lema de siempre: mucho trabajo con rigor y en silencio.
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