Secuestros
«Me sacaron a rastras y en pijama»
La cooperante secuestrada en Mali explica al juez Pedraz sus nueve meses de cautiverio
La cooperante española secuestrada durante nueve meses en Mali, entre octubre de 2011 y el pasado julio, revivió ayer en la Audiencia Nacional su cautiverio junto al también voluntario Enric Gonyalons, pendiente todavía del visto bueno de los médicos para declarar ante el juez Santiago Pedraz. El magistrado escuchó a Ainhoa Fernández durante 45 minutos en el marco de la investigación que lleva a cabo para esclarecer las circunstancias del secuestro y la posterior liberación de ambos cooperantes.
Fuentes jurídicas explicaron que la joven aseguró al juez desconocer si finalmente se pagó o no rescate para conseguir que recuperaran la libertad. Sus captores, miembros del grupo terrorista Movimiento de Unidad y Yihad en África Occidental (Muyao), llegaron a reclamar el pago de 30 millones de euros y la liberación de varios presos yihadistas.
Durmiendo a la intemperie
Fernández recordó cómo el 22 de octubre de 2011 se encontraba en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (en el sur de Argelia) cuando escuchó ruidos fuera. «Pensó que era un ratón, pero salió fuera y vio gente armada, por lo que se escondió en su habitación», explicó. Pero los terroristas, siete según especificó en su declaración, ya la habían visto y, tras forzar la puerta, «se la llevaron a rastras, en pijama y la subieron a una pick-up», donde ya se encontraban Gonyalons, que estaba herido de bala, y la cooperante italiana Rossella Urru. Tras cruzar la frontera, durante cinco días estuvieron viajando por el desierto de Mali, «las primeras 24 horas sin parar». Durante todo el secuestro permanecieron, recalcó, en el desierto de Mali.
La voluntaria madrileña aseguró que a lo largo de su cautiverio los secuestradores, que iban relevándose, «les cambiaron treinta veces de ubicación». «Dormían entre matorrales y, si hacía frío, parapetados entre mantas, pero siempre a la intemperie». Desde un primer momento, los terroristas les proporcionaron agua, «aunque sólo les daban de comer arroz y pasta. Si mataban una cabra, algo excepcional, les daban algo de hígado y un poco de carne». Al principio, relató la voluntaria, les permitían moverse en un radio de 50 metros del campamento donde se encontraban, pero con el paso de los días esa libertad se fue limitando cada vez más.
«Nos dijeron que nos iban a liberar en un plazo de diez días», explicó Fernández, pero los días pasaban y seguían cautivos. Por eso, cuando llegó el día de dejarlos en libertad y les mostraron dos helicópteros en la lejanía (procedentes de Burkina Faso) para que se fueran no les creyeron.
Según explicó la cooperante, sus captores continuamente intentaban adoctrinarles mostrándoles en sus teléfonos móviles vídeos de contenido yihadista.
El juez le mostró el vídeo que los secuestradores exhibieron como prueba de vida. Fernández confirmó que es ella la que aparece en las imágenes cubierta con un hijab junto a su compañero y reconoció a Pedraz que ambos «pasaron un poco de miedo» cuando se grabaron las imágenes, pues pensaban que después «les iban a ejecutar».
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