Política

Muere Alfredo Pérez Rubalcaba

Rubalcaba, ante la abdicación de Juan Carlos I: «Me viene fatal, pero contad conmigo»

Cuando Don Juan Carlos le comunicó su intención de abdicar supo la misión que le estaba encomendando. Había que aprobar una ley en el Congreso sorteando las reticencias de algunas voces socialistas.

Alfredo Pérez Rubalcaba mantuvo una intensa relación con el Rey Don Juan Carlos, y participó en el proceso de relevo de la Corona. Foto: Alberto R. Roldán
Alfredo Pérez Rubalcaba mantuvo una intensa relación con el Rey Don Juan Carlos, y participó en el proceso de relevo de la Corona. Foto: Alberto R. Roldánlarazon

Cuando Don Juan Carlos le comunicó su intención de abdicar supo la misión que le estaba encomendando. Había que aprobar una ley en el Congreso sorteando las reticencias de algunas voces socialistas.

Don Juan Carlos no quiso dejar en manos de sus ayudantes la interlocución con el partido socialista. Era quizá el asunto más importante de toda su abdicación: que el PSOE apoyara a la Corona durante aquella transición de la Transición. Sin duda se había retrasado el momento pero, una vez que se anunciara, debía ejecutarse rápido para evitar que una digestión lenta provocara el cuestionamiento de la monarquía.

Quizá por eso fue el propio don Juan Carlos el que llamó a Alfredo Pérez Rubalcaba, Secretario General del PSOE y, también entonces, líder de la oposición. Quedaron para el día siguiente en su despacho de La Zarzuela y se sumó al encuentro el entonces Jefe de la Casa, Rafael Spottorno. Eran los últimos días de marzo o primeros de abril de 2014.

Pocos días antes, el 23 de marzo, había sido el funeral por Adolfo Suárez, todo un símbolo de la Transición. Con el acto que pretendía el Rey, se iba a cerrar una de las etapas más importantes y fructíferas de la Historia de España. Don Juan Carlos fue directo al grano y contó a Rubalcaba que hacía dos días había comunicado al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, su decisión de abdicar. «Eres el segundo en saberlo». Rubalcaba se removió un poco en la silla pero tampoco eludió su responsabilidad. «Señor, si esa es vuestra decisión, contad conmigo. Me viene fatal –le explicó que había previsto dimitir como Secretario General del PSOE y diputado antes del verano–, pero no me iré sin dejarlo solucionado». Y le transmitió que haría todo lo que pudiera para que su partido apoyara la ley. Efectivamente, como señala la Constitución, el Congreso de los Diputados debía aprobar una ley de abdicación que haría efectiva la renuncia de Juan Carlos I.

Don Juan Carlos agradeció al líder de la oposición el retraso de su salida, y se lo agradeció especialmente porque no era la primera vez que Rubalcaba le demostraba su lealtad a lo largo de los años. Como detalle anecdótico pero revela muy bien como era la relación entre ambos, el discurso de Navidad que elaboraba el Rey con sus ayudantes, siempre recibía –y recibe con Felipe VI– el visto bueno de Moncloa, pero mientras Rubalcaba fue Secretario General del PSOE, la Casa siempre le mandaba copia para recabar su consejo y sugerencias.

Rubalcaba, hombre inteligente y que cultivaba una imagen de maquiavelismo bastante impostada, tuvo claro cómo y donde debía jugar aquel último partido: en el grupo parlamentario del Congreso de los Diputados. Pero la batalla tampoco se centraría en el grupo. Tendría que buscar apoyos en los barones socialistas de confianza. Y se puso a trabajar en silencio. No hubo ninguna filtración. Nada hasta que el 2 de junio de 2014, Mariano Rajoy, anunció la abdicación.

Para entonces, las reticencias de algunos diputados socialistas no eran más que la punta del iceberg de un republicanismo que estaba en los orígenes, y en la propia historia del PSOE. Rubalcaba sabía que no podía abrir ese melón y tuvo que cortar con rapidez las voces que pedían un debate dentro del partido para trasladar esa postura al grupo del Congreso. Rubalcaba no cedió.

Cerró filas y tomó la bandera del respeto constitucional. Sabía, por supuesto, que algún diputado socialista rompería la disciplina de voto, pero para entonces ya sabía que la mayoría de sus compañeros le apoyarían a él y al partido en aquella decisión. Finalmente, además de Odón Elorza que se abstuvo, solo dos más decidieron ausentarse del hemiciclo: Guillem García Gasulla, diputado por Baleares, y la diputada por A Coruña Paloma Rodríguez Vázquez.

Así las cosas, el 85% del Congreso aprobó la ley. De los 341 votos emitidos, 299 votos fueron a favor (PP, PSOE, UPyD, UPN y Foro Asturias), 19 en contra (Izquierda Plural, ERC, BNG, Compromís y Geroa Bai) y 23 abstenciones (CiU y PNV), que ya habían iniciado su viraje hacia el soberanismo. Por el mismo motivo, los diputados de Amaiur abandonaron el hemiciclo antes de la votación.

En la tribuna, Maiano Rajoy subrayó «la naturalidad» del trámite, pero la decisión de Pérez Rubalcaba de garantizar el «respeto y lealtad» de su partido al futuro Felipe VI facilitó que estemos donde estamos. Una cosa más de las que, en silencio, hizo Alfredo.