El personaje

Meritxell Batet: en serena retirada

La expresidenta del Congreso de los Diputados era desde hace tiempo un objetivo a batir por los independentistas catalanes

Ilustración Meritxell Batet
La expresidenta del Congreso Meritxell Batet renuncia a su acta de diputadaPlatónLa Razón

Su retirada ha sido pactada discretamente con Pedro Sánchez y Salvador Illa. Tras las elecciones del 23J, Meritxell Batet mantuvo varias conversaciones con el presidente del Gobierno y el primer secretario del PSC. La expresidenta del Congreso de los Diputados era desde hace tiempo un objetivo a batir por los independentistas catalanes. Su firmeza contra una ley de amnistía, cuyo informe negativo había solicitado a los letrados de la Cámara baja, su rechazo a debatir en lenguas diferentes al castellano y su pertenencia al alma de los socialistas catalanes encuadrada en un sentido identitario no separatista, la convirtieron en «bestia negra» de los partidos que ahora tienen en sus manos la investidura de Pedro Sánchez.

Y aunque ella alega motivos personales, lo cierto es que el enrevesado escenario político y las exigencias de los soberanistas pesaron en su decisión. «Me voy con total orgullo y serenidad», les dijo a sus colaboradores en el Congreso en un sencillo acto de despedida. Y se va también con el segundo mejor resultado obtenido por el PSC en las elecciones generales como cabeza de lista por Barcelona, con diecinueve escaños decisivos para el resultado del PSOE a nivel nacional en estos comicios.

Algunas fuentes opinan que su marcha no será definitiva. Y aunque ahora deja el escaño y la primera fila política, vaticinan que Pedro Sánchez, si finalmente logra formar gobierno, la rescatará para un puesto de relevancia en el ámbito económico de la empresa dónde el PSC y Salvador Illa tienen mucho peso. Sea como fuera, por el momento esta mujer de pelo rubio ensortijado, discreta y serena ante la legislatura más bronca que se recuerda, ha dado un paso atrás. Veinte años como diputada, ministra de Política Territorial y Función Pública, y tercera autoridad del Estado como presidenta del Congreso, avalan su trayectoria. En estos años tan duros con debates muy crispados, nunca perdió los nervios.

Erigida en ama de llaves de un Parlamento fragmentado, Meritxell Batet afrontó su polémico cierre por la pandemia, fue objeto de ataques por el PP y Podemos por los casos del voto equivocado del diputado Alberto Casero y la retirada del escaño al podemita Alberto Rodríguez. También hubo de lidiar con el escándalo del socialista canario Tito Berni, en medio de una gestión envuelta en polémicas. Para el PP su presidencia ha sido sectaria y nada neutral, mientras que para los socios de Unidas Podemos y los separatistas todo lo contrario, blanda y conservadora.

El espectáculo del Congreso en la pasada legislatura ha sido bochornoso, impensable en cualquier país democrático y sin precedentes en nuestra historia parlamentaria. Las Cortes Generales, sede de la soberanía nacional, se han convertido en un campo de minas, dónde reinaban el insulto, los malos modos y la agresividad. Una muestra fue ha el histriónico debate sobre la reforma de la Ley «sólo sí es sí», con el Gobierno partido en dos, la coalición social-comunista hecha trizas, las dos ministras podemitas, Irene Montero e Ione Belarra, amarradas a su escaño en absoluta soledad, los exabruptos y salidas de tono inundando el hemiciclo, y las amenazas feroces de ambas ministras a su compañera Yolanda Díaz para que no osara votar con los socialistas.

Un escenario denigrante, deleznable, mientras la presidenta Meritxell Batet se desgañitaba en llamar al orden e implorar silencio a sus señorías con escaso éxito. Bajo su mandato el Congreso vivió la peor época de su historia, sin respeto ni el más mínimo nivel de cortesía parlamentaria. Como bien dicen algunos veteranos de la transición: «Un circo de fieras incontrolables».

Ante tal espectáculo, Meritxell Batet, mujer de carácter afable y templado, estaba cansada. Y según algunos dirigentes socialistas, «le ha hecho un favor a Pedro Sánchez», ante las exigencias de los independentistas que pedían su cabeza. En estas Cortes Generales cabe ya todo, en un escenario radical populista que refleja una degradación lamentable. Su presidenta intentó poner orden en este hemiciclo embarrado, vulgar y grosero, con escaso éxito.

Todos los días se producía un nuevo incendio verbal. La supresión de la palabra a una diputada de Vox, entre cruzadas acusaciones de filoetarras o fascistas, la tibia advertencia a la ministra Montero, pero sin aplicar el reglamento que podía sancionarla por el brutal ataque al principal partido de la oposición, o la desesperada utilización de una fotografía de Alberto Núñez Feijóo hace treinta años, desbordaban a Meritxell Batet. Para el PP, el cargo le venía grande, mientras en el PSOE alaban su gestión moderada y ecuánime. Desde luego su perfil nada tiene que ver con el de su sucesora, Francina Armengol, una radical catalanista que promete dar titulares de gloria.

Mujer hecha a sí misma, nacida en Barcelona, estudió Derecho a base de becas y fue profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Pompeu Fabra. Nunca ha ocultado su origen humilde, vivía sola con su madre separada y trabajó de camarera para pagarse los estudios. Apasionada de la danza, dejó su sueño de ser bailarina por entrar en política de la mano de Narcís Serra, con quien trabajó hasta que José Montilla la llevó al Congreso de los Diputados. Aunque en las primarias del PSOE optó por Eduardo Madina, el actual líder socialista la integró en la Ejecutiva Federal como Secretaria de Estudios y Programas y la llevó de número dos por Madrid en las elecciones de 2015. Desde entonces Pedro Sánchez le otorgó cargos relevantes en el diálogo con Cataluña como ministra de Política Territorial, y después presidenta del Congreso.

Discreta en su vida personal, Batet está separada de José María Lasalle, con quien tiene dos hijas mellizas que son su pasión. Ahora mantiene una relación con el exministro de Justicia y magistrado del Tribunal Constitucional, Juan Carlos Campo, con quien se escapa a su refugio en la gaditana playa de Zahara de los Atunes. De momento, piensa que hay vida después de la política, aunque el tiempo dirá si es definitivo.