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Muere Margarita Batallas, referente del periodismo judicial de los últimos 30 años

Tan transparentes como su manera de ser, sus crónicas eran un compendio del mejor periodismo de tribunales

Margarita Batallas
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Es difícil hablar en pasado de una amiga que tienes tan presente. Margarita Batallas murió, cómo duele escribirlo, en la madrugada del pasado miércoles, a los 56.

Es difícil hablar en pasado de una amiga que tienes tan presente. Margarita Batallas murió, cómo duele escribirlo, en la madrugada del pasado miércoles, a los 56. Con ella se va una testigo excepcional de la actualidad judicial de los últimos 30 años en España y, sobre todo, una amiga. De Filesa a los GAL, del "caso KIO"al 11-M, de la Gürtel a los juicios contra ETA y el terrorismo yihadista, las crónicas de Marga -primero en Antena 3 Radio, después en El Periódico durante un cuarto de siglo y, finalmente, de forma fugaz en El Independiente- han jalonado la historia de este país en unos años en los que demasiados capítulos se han escrito antes en los tribunales que en la arena política.

Rigurosa hasta la extenuación -siempre tenía tiempo para una llamada más-, didáctica sin vulgarizar (el siempre delicado equilibrio en toda información jurídica), tan transparentes como su manera de ser, sus crónicas eran un compendio del mejor periodismo de tribunales. Y lo apunto, no como amigo, sino como lector que era suyo. Para quienes quieran dedicarse a este oficio malbaratado -"la carne de periodista está de saldo", te lamentabas lacónica- pocas escuelas de prácticas más fructíferas que sus informaciones.

La recuerdo de pie en las escaleras de la vieja Audiencia Nacional, pasilleando incansable de despacho en despacho, sentada paciente con las piernas cruzadas y el bolso amplio a la espera de un magistrado o un fiscal en busca de la confirmación de una noticia que, a menudo, se hacía esperar horas. Daba igual. Sabías que no se movería de ahí hasta conseguirla.

Tuve la suerte de compartir muchas guardias con ella, que inevitablemente derivaban en conversaciones personales en las que se fue afianzando nuestra amistad, y siempre me sorprendía que cuando el hartazgo se hacía insoportable ella se limitaba a rebuscar en el fondo de su bolso, sacaba su inseparable cajita de Juanolas, me ofrecía una pastilla aunque sabía que no me gustaban, y se llevaba una a la boca con parsimonia. Era su particular "hakuna matata", propio de alguien que, como ella, tenía la perspectiva suficiente como para no confundir lo trascendente con lo accesorio.

Pero todo ese sosiego se aborrascaba al tropezarse con lo que consideraba una injusticia. No era Marga de comulgar con ruedas de molino, precisamente. En esas tesituras hacía firme honor a su apellido y ay de quien pretendiera disuadirla. Y si había que entregar su DNI a un policía para defender que los compañeros tuviésemos un mejor acceso a las fuentes, reclamar una resolución judicial o quejarse airada de las cortapisas a nuestro trabajo, no titubeaba.

Bajo esas fugaces reacciones hoscas, no obstante, latía un corazón tremendamente generoso -siempre estaba dispuesta a aclarar cualquier duda jurídica con ese verbo rotundo de guante de seda que la caracterizaba-, preocupado por la gente que quería (se desvivió con su madre en los últimos años de su vida), más vulnerable de lo que aparentaba esa firmeza de carácter y, como todos al cabo, necesitado de cariño. Pocas cosas la hicieron más feliz que saber, tras su paso al gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Madrid, cómo la echabamos de menos en el "zulo"(la sala de prensa de la Audiencia Nacional), donde se hace un periodismo de altura y en el que era querida y respetada.

Tan alejada de ese periodismo que valora más desenfundar rápido que dar en la diana, Marga afrontó su último reto periodístico, el de la transformación digital, con ilusión. Y entonces, junto a la indispensable libreta, siempre llevaba en el bolso su iPad. Y hasta la veías tuiteando en mitad de un juicio por exigencias del guión.

Solía recogerla en coche en avenida de América para ir juntos a los juicios a la sede de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares, para nosotros "el polígono", donde le llenaba de energía ver sobrevolar los aviones del cercano Barajas. Y te hablaba de Israel o de Namibia o de la ilusión que le hacía la inminente visita de su sobrina, a la que adoraba.

Aquella llamada del 26 de enero lo cambio todo. La vida, Marga, te enfrentaba al reto más complicado. Me contaste lo de tu enfermedad y me pediste que no lo compartiera con nadie, porque querías que solo unos pocos te acompañáramos en esa lucha. Y así fue hasta el final. "Batallas no se rinde", solías decirme. Nunca lo hiciste.

Tuve la suerte de poder despedirme de ti unos días antes (gracias Txetxo por el impulso). Eras plenamente consciente de que te ibas y lo afrontabas con una serenidad y entereza ejemplares. No con resignación, que eso no iba contigo. Buen viaje Marga y gracias por tanto. Te echaré de menos, amiga.