El desafío independentista
Nacionalismo y recesión
La premisa se vuelve a cumplir: el nacionalismo siempre va por detrás de la realidad social y cultural que pretende defender con énfasis desmedido. Que los gustos literarios de los políticos catalanes constituyan por lo general una recopilación de textos fundamentales y fundamentalistas del independentismo supone un ejercicio de máxima deslealtad y desconocimiento con un territorio, que, por si algo se ha caracterizado a lo largo del último siglo, es por ser el más abierto, creativo y cosmopolita de la geografía española. Pero no nos extrañemos: el carácter nacionalista es expansionista, pero no expansivo. En la medida en que busca legitimar su postura a cada segundo y bajo cualquier excusa, termina por no reconocer nada más que el matiz de realidad que le concede la razón. En un mundo tan controvertido y plural como el actual, la única manera de permanecer a salvo del conflicto intelectual es reduciendo la cultura a una pantomima ridícula, envuelta en un monólogo sin contestación.
La legitimidad de cualquier idea se mide por la mayor o menor diversidad de los argumentos que la sostienen. Si no hay contradicción, no hay vida. Y el discurso nacionalista –incluso en el catálogo de gustos literarios reconocido– pretende ofrecer una imagen de coherencia pasmosa, antinatural, sólo entendible desde el prisma de una sensibilidad enteramente disciplinada y que no se permite la más mínima concesión a la experiencia desprejuiciada. El totalitarismo siempre ha sido extremadamente selectivo y discriminatorio a la hora de determinar lo que era «cultura oficial» y lo que suponía un «comportamiento aberrante» con respecto a ésta. La causa siempre ha sido la misma: bajo la piel del soberanismo más encendido, suele latir un sentimiento de inseguridad en los propios motivos de su reivindicación que obliga a convertir el hecho cultural en un incesante recordatorio de las ideas nucleares e innegociables. Su estrategia no es tanto la de la lucidez cuanto la de la insistencia abrumadora.
En estos momentos en los que la política requiere de una urgente y ambiciosa recomposición intelectual, resulta desolador y, sobre todo, muy inquietante, que los dirigentes catalanes antepongan la norma y el manual a la creatividad impagable que siempre ha sido el principal patrimonio de aquella tierra.
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