Jorge Vilches

El «pablismo» agoniza

Desde hace tiempo el «padre fundador» y sus tuteladas caen mal. Perdieron la vitola de gente del pueblo en cuanto tocaron el poder

Consejo ciudadano de Podemos @ Gonzalo Pérez Mata
Consejo ciudadano de Podemos @ Gonzalo Pérez Mata Gonzalo Pérez Mata Fotógrafos

Devolver a Podemos a la casilla de salida pero sin el «pablismo». No queda otra opción para esa izquierda que quiere mantener sus cargos o que piensa en constituir el apoyo del PSOE para realizar una política «progresista». Por esto, la decisión de Yolanda Díaz, enormemente maquiavélica, trasluce un problema interno de la envejecida coalición de izquierdas.

El «pablismo» triunfó entre 2016 y 2020. Hoy, solo sirve para los intereses particulares del clan de Galapagar. No da votos. Desde hace tiempo el «padre fundador» y sus tuteladas caen mal. Perdieron la vitola de gente del pueblo en cuanto tocaron el poder. El rey populista quedó desnudo, al igual que toda su corte. En realidad, son una oligarquía. Nada de democracia interna ni transformación, sino aprovechamiento personal. En poco tiempo pasaron a ser personajes del peor teatro político, con los modos heredados del más rancio leninismo.

En Madrid estalló pronto. A las primeras purgas se fue la mayoría y fundaron otro partido, Más País, liderado por Errejón, Gómez Perpinya y Mónica García. No es que estos sean mejores. Constituyen en realidad una derivación del plan totalitario del «socialismo del s. XXI», ese que odia la democracia liberal con la misma intensidad que el pablismo.

Sumar, lleno de expodemitas, es la respuesta a una muerte anunciada. Hubo un tiempo en que Podemos se debatía entre el antagonismo y el agonismo. Los «antagonistas», seguidores de Ernesto Laclau, sostenían que nuestra democracia liberal era un obstáculo para la transformación. Los «agonistas», más adheridos a las ideas de Chantal Mouffe, pretendían aceptar el orden constitucional e ir avanzando hacia el paraíso social-populista. La vieja distinción que hizo Rosa Luxemburgo hace cien años entre revolucionarios y reformistas, adaptada al populismo de esta generación de comunistas. El «pablismo» supuso la victoria de las maneras «antagonistas» y el plan fue sustituir al PSOE con un discurso populista y convertir la vida en un conflicto continuo. «Todo es política», decían siguiendo a Gramsci, porque cuantas más trincheras cavaran, más posibilidades de enfrentamiento para la hegemonía. Así convirtieron la vida privada en un debate público.

El Ministerio de Igualdad ha sido su fábrica de problemas antagónicos con su lenguaje absurdo y propuestas extravagantes. De ahí las sandeces de Angela Rodríguez «Pam» sobre el sobrepeso en las relaciones sexuales o que Montero diga que «va a tocar hablar de tener sexo con la regla». Quieren crear problemas generales donde solo hay cuestiones individuales y minoritarias para mostrar antagonismos sociales insoportables. De hecho, su lema electoral para el 28-M es «Valentía para transformar». Esto no va de ser valiente, sino inteligente y útil, pero es sabido que el populismo tiende a la exageración emocional y no a la razón ni a la ciencia.

La distancia entre el Ministerio de Igualdad y los de Díaz, como Consumo, Universidad o la propia cartera de Trabajo, es abismal. La diferencia está en la esencia y en el ruido. Belarra y Montero basan la política en la bronca y la falta de consenso sin importar el error. Es más, si hay efectos indeseados que producen críticas hay más conflictos, que es su escenario preferido. Díaz y los suyos optan por el perfil bajo y la simulación del diálogo.

El resultado del «pablismo» está en las urnas, no en los debates sacados a la luz. Su caída ha sido brutal. Un dato incontrovertible: desde 2020 no supera el 9% del voto en ningún sitio importante. Tezanos engordó artificialmente a Podemos con una media de 4 puntos en cada encuesta durante casi tres años. Ahora que el CIS, siguiendo los intereses de Sánchez, desciende a Podemos a una cifra más real, se incomodan. Les escuece la verdad: el «pablismo» agoniza. Su antagonismo tiránico y desagradable tiene las horas contadas y comienza el «yolandismo», el comunismo populista con rostro humano.