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Permitido pavonearse un poco

La Razón
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«La flota del Imperio divinamente guiado encontró a la flota de los miserables infieles y la voluntad de Alá miró para otra parte». Éste es todo el parte de guerra con que el almirante de la flota turca dio cuenta de la derrota que sufrió en Lepanto ante la escuadra de Don Juan de Austria en 1571. Concisión extrema y hasta opaca, ahora que está de moda la palabra, y que contrasta con la explosión de júbilo que hubo en la Cristiandad toda (el rey Jaime I de Inglaterra compuso un largo poema) y que perduraba en los libros de texto de la España preautonómica. Ahora es de mal gusto recordar cualquier gesta del pasado.

Algo parecido, en mucha menor escala, ocurrirá ahora en los dos países con nuestra entrada en el Consejo de Seguridad. En Ankara habrá prisa por olvidar una costosa campaña que Turquía ha desarrollado con intensidad estos años. En España lo contrario: titulares en la prensa, una fugaz y merecida llamarada de júbilo en un gobierno que necesita de buenas noticias, satisfacción muy descriptible en un sector de la oposición y berrinche disimulado en otra franja de la misma a la que aterra cualquier éxito de Rajoy y que seguirá repitiendo incongruencias como la que «todo eso del Consejo de Seguridad está muy bien pero Rajoy no acaba de explicar ni de solucionar el tema Bankia y de las tarjetas de sus amiguetes» y, otra incoherencia aún mayor, la de que «la inoperancia del Gobierno nos ha convertido en el hazmerreír de Europa en el caso del ébola» (no deben leer la que está cayendo en Estados Unidos en este asunto con las autoridades dejando que una enfermera posible portadora del virus tomara un avión en el que viajaban 132 personas).

En verdad, nuestro Gobierno y nuestra diplomacia (Exteriores ha empleado prudencia, horas, personal y esfuerzos en la batalla del Consejo) se han apuntado un buen tanto. España, que ya habia estado en el Consejo en la época de Franco ha sabido en ésta y en otras ocasiones, con González, con Aznar, esperar el momento oportuno para presentar su candidatura y trabajársela adecuadamente. El granero iberoamericano de votos ha sido ubérrimo (sólo Brasil parece que nos salió rana mientras Cuba cortésmente nos votó) y la cosecha árabe y de la Unión Europea también han sido generosa. Existía el peligro crónico de las promesas tramposas, siempre hay un 17 o 18% de gobiernos que te aseguran que te votarán y luego «miran para otra parte» al depositar la papeleta. Esto ocurrió ayer a nuestro país en la primera votación, nos fallaron varios, pero una vez destacada Nueva Zelanda por varios cuerpos ese porcentaje de «sospechosos habituales» volvió al regazo español y abandonó a Turquía. El país islámico era sobre el papel un correoso enemigo, economía creciente en los últimos años, potencia clave estos años para hincar el diente a los problemas de la zona que habita, un líder con estatura, abundantes inversiones en Africa donde se manejan casi 50 votos, etc. Su vidriosa y egoísta conducta en el tema del Estado islámico no ha tenido tiempo de pasarle factura, pero el hecho es que hemos rebasado al contrincante.

Un buen número de ciudadanos, con un hijo tal vez en el paro y desencantado con los temas de las tarjetas, los ERE, la corrupción y alarmado por el ébola puede, ante el éxito de ayer, exclamar como el protagonista de «Lo que el viento se llevó»: «francamente, querida, me importa un pepino». No le faltará razón, pero el paso dado por España no es baladí. Te coloca durante dos años en la oligarquía que decide los temas relevantes de la ONU. En el Consejo se cuecen, a veces, es cierto, de forma estéril, los temas importantes de la Organización: Siria, Irán, la amenaza fundamentalista islámica, Ucrania... y nuestro país será uno de los quince que hablara y decidirá. Tu voto, hacen falta nueve para aprobar una resolución, es a menudo relevante.

Como español y diplomático me resbala que esto lo haya logrado el Gobierno del PP y me ocurriría igual si dentro de un tiempo lo repite el del bienintencionado pero algo tierno Pedro Sánchez. Pero se mire por donde se mire, y por mucha irritación que suscite, Rajoy y, mejor aun, nuestro país, puede enorgullecerse con la entrada.