Política

César Vidal

Por decisión del Rey

Don Juan Carlos junto a Franco
Don Juan Carlos junto a Francolarazon

Nunca dejó Franco disposición alguna para ser inhumado en el Valle de los Caídos, ni siquiera en su testamento redactado en octubre de 1975. Sus restos deberían haber reposado, en teoría, en un modesto panteón situado en el cementerio de Mingorrubio en El Pardo. De hecho, allí sería sepultada su viuda, Carmen Polo, trece años después. Sin embargo, el Gobierno español de la época, presidido por Carlos Arias Navarro, adoptó la decisión de manera no poco apresurada. La lógica era aplastante porque, en contra de lo que se repite últimamente hasta la saciedad, la construcción no fue concebida como monumento a la reconciliación de los dos bandos contendientes en la guerra fratricida.

Por el contrario, como señalaba el decreto de 1 de abril de 1940, que impulsó los trabajos, la finalidad era levantar «el templo grandioso de nuestros muertos en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria». Por si cabía alguna duda acerca de a quienes se honraba, se afirmaba que el lugar sería «un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada». Dentro de ese espíritu, tenía sentido que el Consejo de Ministros decidiera ese lugar del entierro. Sin embargo, fue el propio Rey Juan Carlos quien, el 22 de noviembre de 1975, dos días después del fallecimiento de Franco, ordenó por escrito al entonces abad del Valle de los Caídos, Luis María de Lojendio, que se diese sepultura en la basílica a «Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los ejércitos de España».

Para el padre Lojendio, antiguo diplomático, no se trató de una tarea fácil porque no había nada preparado. Incluso por el lugar donde debían depositarse los restos mortales pasaban líneas de alta tensión y conducciones de aire. Así, tras un velatorio público en el Palacio de Oriente en el que desfilaron ante Franco centenares de miles de españoles, a la una de la tarde del 23 de noviembre, llegaron los restos mortales a la basílica del Valle de los Caídos, donde recibieron sepultura ante cinco mil asistentes.