El desafío independentista

Primeras grietas en el frente constitucionalista

Está fuera de lugar tirar de tacticismo ante el desafío. Las líneas rojas frente al independentismo deberían estar claras en el primer partido de la oposición.

La cartera de trabajo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy
La cartera de trabajo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoylarazon

Está fuera de lugar tirar de tacticismo ante el desafío. Las líneas rojas frente al independentismo deberían estar claras en el primer partido de la oposición.

No hicieron falta censos, tampoco notificaciones o incidencias, ni mucho menos cualquier pretensión de cobertura legal, pero la vistosa afluencia, la búsqueda de la confrontación con la Guardia Civil y la Policía Nacional durante la jornada, el impacto de las fotos, contribuyeron a pergeñar la ficción de Carles Puigdemont. Los secesionistas tiraron por la calle de en medio en el mayor reto al que se enfrentaba el Estado desde la plena consolidación de la democracia. La Generalidad intentará mantener movilizados a sus seguidores y plantear nuevos desafíos. En suma, un escenario permanente de inestabilidad y enfrentamientos.

La voluntad de Puigdemont ha sido el choque de trenes, sin posibilidad de marcha atrás. El propio Artur Mas ya aventuró que el «conflicto» sólo acabará cuando se acumule fuerza social y política para forzar una negociación «de tú a tú» con el Gobierno. La vacilación de algunos altos cargos del PDeCAT ha sido olida por la CUP, que redoblará la presión para cumplir con la proclamación de independencia. La cupera Anna Gabriel lo dejó claro días atrás en un mitin: «El referéndum es de los ciudadanos. El referéndum es de la calle». En román paladino: por encima de cualquier otro extremo, está el compromiso de anunciar la República catalana.

El salto al vacío forma parte del esperpento en el que ha encallado Puigdemont, y que Urkullu ha sabido esquivar. Mientras la tormenta arrecie sobre Cataluña, en el País Vasco seguirán a cubierto. Unidos sí, pero no revueltos. El camino del pulso lo exploró el PNV en tiempos de Ibarretxe y salió muy escaldado. Con la lección aprendida, están forzados a guardar la ropa.

El incierto escenario futuro abre un abanico de posibilidades con efectos secundarios sobre la legislatura. Especialmente, para el Gobierno, que aún confía en poder salvar los Presupuestos Generales del Estado para 2018 y hacerlo de la mano de los nacionalistas vascos. «Tiempo». El despliegue de la Guardia Civil y de la Policía Nacional hará imposible su plasmación.

La senda está también trazada para Pedro Sánchez, blandiendo la necesidad de una respuesta política pese a la determinación del PDeCAT, de ERC y de la CUP de seguir adelante con su órdago. La bandera del líder del PSOE es la de intermediar en la desgarradora polarización. Al PP, según constato, le molesta que Sánchez se sitúe en la equidistancia para ejercer de «pacificador», como si ellos despreciasen el «diálogo» para asegurar el futuro de Cataluña dentro de España. Los populares se irritan por la confesada apuesta socialista por una solución «sin vencedores ni vencidos», pero aprietan los dientes, qué remedio, ante su cierre de filas con el Gobierno. Un respaldo, ojo, cogido con alfileres, aun cuando Ferraz pidiese comprensión ante la dureza de Miquel Iceta –exigencia de dimisión de Rajoy incluida– y justificase al primer secretario del PSC por los momentos de tensión que se están viviendo en Cataluña. La confusión socialista llevó a Sánchez a trasladar a Rajoy en conversación telefónica su disgusto con el despliegue de las Fuerzas de Seguridad en defensa del Estado de Derecho.

Empezar a insinuar desde Ferraz –sin llegar a decirlo– que la Guardia Civil y la Policía Nacional erraron al actuar contra un «simulacro» de votación demuestra un distorsionado sentido de las reglas de juego frente a quienes intentan imponer sus ideas por las bravas. Ello permite vaticinar turbulencias en el «frente común» constitucionalista. Era previsible la incomodidad de Sánchez, pero está fuera de lugar tirar de tacticismo para pescar en río revuelto. Las líneas rojas frente al independentismo deberían estar claras en el primer partido de la oposición.

El desarrollo de los acontecimientos promete no ser tranquilo. Más aún con Podemos sirviendo de coartada al secesionismo. Iglesias vendió la falsa dicotomía de «con el PP o con la democracia» y siguió con sus «apretones» a Sánchez para que se decida a liderar una alternativa frente al PP. Ahí, de momento, tiene el viento en contra. El líder del PSOE dejó clara su falta de disposición a ir tan lejos, y la comparecencia de Rajoy a petición propia en el Congreso de los Diputados le otorga cierto margen de maniobra.

El Gobierno dejó clara su firmeza para impedir que se conculcase la legalidad. Era su obligación. Una cosa es evitar dar argumentos al victimismo separatista y otra muy distinta permitir saltarse a la torera las resoluciones de los tribunales. Hoy la brecha se ha agrandado. El recurso al artículo 155 ya despunta en el horizonte. El independentismo sólo ha logrado dividir a los catalanes y crear un ambiente muy enrarecido en el resto de España, que ya se verá dónde termina. De esto, sin duda, Puigdemont, Junqueras y la CUP son los culpables. Suya, y de nadie más, es esta irresponsabilidad histórica.