Política

Ministerio de Justicia

Prostituir el modelo

La Razón
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reo que no falto a la verdad si digo que la sensación generalizada entre los miembros del Consejo por la forma en cómo se ha producido este primer intento fallido de renovación ha sido de desconcierto y hasta de desolación. Pero, vistas las reacciones en sede parlamentaria, tengo que añadir la preocupación: parece que no se ha aprendido nada de este desgraciado episodio cuya repetición solo se podrá evitar reconociendo la impostura y recuperando la compostura.
La impostura, aparentar como cierto lo que se sabe que no lo es, ha lastrado en buena medida el proceso de renovación. Pretender que las decisiones del Tribunal Supremo en el asunto del impuesto sobre las hipotecas justificaban una renovación precipitada y urgente ha sido una impostura, una impostura que trasladaba un mensaje nefasto a la ciudadanía que solo contribuía a su desinformación: residenciar en el Consejo las consecuencias de las decisiones de los tribunales es tanto como pretender que le corresponde impedirlas o corregirlas. Al Consejo le corresponde velar por la independencia de los tribunales, no destruirla, y una justificación torpe como ligar decisiones judiciales y Consejo plantea el desastroso mensaje de que es eso lo que se pretende por quienes hacen ese planteamiento, dañando el prestigio de las instituciones del Estado. Pero la esencia del problema es, créanme, la pérdida de la compostura, de la elegancia y el respeto de las formas constitucionales, que han de recuperarse a toda costa. Me parece un grave error que el episodio desemboque en una disputa parlamentaria y partidista sobre el modelo de elección de los vocales judiciales. Es una simplificación perniciosa. En la UE conviven modelos de órganos equivalentes a nuestro Consejo que son de elección judicial, pero también de elección parlamentaria como el nuestro e incluso por el ejecutivo. Y que nadie piense que la elección por los jueces es un bálsamo milagroso: plantea conflictos y no pocos. El problema real no es el modelo, el problema es la falta de asunción de los principios constitucionales que justifican la existencia de las instituciones. Resulta evidente que en una elección parlamentaria en la que se vota y que requiere mayorías amplias primero es necesario hablar y negociar. El problema no radica en hablar y negociar, sino en hacerlo de manera que se traslade una imagen obscena de la negociación y de la institución. El problema no está en el modelo, sino en prostituirlo.