Opinión

Lo que nos enseñó Lambán 

"Lo que representaba Javier era la decencia, la lucha incansable contra la desigualdad y la coherencia entre sus ideas y sus actos"

Emiliano García Page y Javier Lambán
Emiliano García Page y Javier LambánCEDIDACEDIDA

La muerte de Javier Lambán nos debe hacer reflexionar. Quienes le conocíamos sabíamos que gozaba de todos los atributos que caracterizan a las buenas personas, amaba a su familia, a sus amigos, estaba comprometido firmemente con sus ideas y, desde luego, con su tierra.

Pero la mejor alabanza que se puede hacer de su figura no es por su ámbito privado, que queda reservado a sus seres más queridos y a quienes fuimos sus amigos, sino que hay que referirla a su contribución como responsable público en su ayuntamiento, en la región de Aragón y en las Cortes Generales y, desde luego, como uno de los socialistas que con mayor precisión ha analizado el momento actual y ha opinado sobre ello.

Algunos decían que Javier era un socialista de los de antes. Pero no hay dos tipos de socialismo, solo hay uno, que él encarnaba con maestría; lo otro es una cosa bien distinta aunque habite bajo las siglas y contra eso también luchó activamente.

Era de esos políticos que ya definió Kennedy hace más de sesenta y cinco años: "Por el triunfo de la libertad, estaba dispuesto a pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier carga, sufrir cualquier penalidad, acudir en apoyo de cualquier amigo y oponerse a cualquier enemigo".

Su determinación le hizo decir, hasta el último momento, lo que pensaba sobre la dirección del PSOE o sobre las cesiones a los independentistas. Sufrió ataques y presiones desde la cúspide de la organización, pero su arrojo y sus convicciones le hicieron no desviarse ni un ápice de las ideas de un auténtico socialdemócrata.

Sin duda, el mejor homenaje que se puede hacer a hombres como él es intentar ser como ellos. Lo que representaba Javier era la decencia, la lucha incansable contra la desigualdad y la coherencia entre sus ideas y sus actos.

Se opuso firmemente a la ley de amnistía. Un socialista no puede estar de acuerdo con un país en el que no todos son iguales ante la ley, en el que se amnistía a una condena por la comisión de un delito penal el sometimiento a los intereses de los que quieren destruir el Estado. Puigdemont representa la derecha rancia, elitista y decomonónica en Cataluña. Sus siete votos no justifican traiciones a la socialdemocracia como la amnistía o el cupo catalán. Es una nueva ruptura del principio de igualdad.

Los territorios no son ricos ni pobres, sino que vive un número mayor de rentas altas en ellos o, en cambio, abundan las rentas más bajas. Si a Cataluña se le otorgan condiciones especiales de contribución a la caja común del Estado, se está dando privilegios a los que más tienen y se pone en peligro la cohesión social.

Un auténtico socialista defiende el autogobierno, como el de Aragón, pero escrupulosamente dentro de la Constitución. Siendo Lambán anfitrión de un consejo territorial, en el que estaban reunidos todos los dirigentes territoriales del PSOE, definió con claridad los principios que, tiempo después, le hicieron enfrentarse a Pedro Sánchez hasta sus últimos días: libertad, democracia e igualdad.

Es inconcebible el acoso al discrepante, la condena al ostracismo del que opina según su conciencia y no según los intereses del líder, el intento de control de medios de comunicación y del poder judicial. De la misma manera, repugna la alianza con xenófobos y supremacistas como Puigdemont. El servicio público guio durante décadas a los dirigentes del PSOE. Sin embargo, la utilización partidista de tragedias como la dana o los incendios forestales que vivimos estos días, con el gobierno absteniéndose de intervenir para intentar culpabilizar de la gestión a los presidentes de siete comunidades autónomas, con tres víctimas mortales, miles de evacuados y familias que lo han perdido todo, son las maneras de Sánchez, Puente y demás ministros.

Los conflictos entre el Estado y las comunidades autónomas han sido motivados, por regla general, por invasión de competencias, no por la inacción del Estado, escondiéndose tras la ventanilla y cruzando los dedos para que no le soliciten intervenir. Desde esa óptica, nunca entendió Lambán que la misma persona pudiese ser ministro y jefe de la oposición en una comunidad autónoma. El entendimiento institucional es lo que subyace a la Constitución del 78, pero un ministro cuyo deseo es ser presidente de una región, va a utilizar todos los resortes que tiene a su alcance para erosionar al gobierno autonómico de turno, es decir, el poder de su cargo es su mejor arma y eso siempre va en detrimento de los ciudadanos.

Alfredo Pérez Rubalcaba, decía, en privado, que en España enterramos muy bien, que amigos y enemigos se esfuerzan en elogios cuando alguien fallece. Durante estos días leeremos y oiremos muchas palabras de recuerdo y afecto sobre Javier Lambán, sin duda, sinceras y sentidas, pero el mejor homenaje que se le puede hacer es seguir el ejemplo de este gran socialista, coger su testigo en la lucha para rescatar al PSOE de populismos y liderazgos autocráticos y devolverlo a su esencia natural que no es otra cosa que la socialdemocracia.