Presidencia del Gobierno

Rajoy nunca pensó en dimitir

«Salid con la satisfacción del deber cumplido». El presidente se despidió así de su equipo el viernes. El miércoles por la noche supo que tenía la moción perdida. Lo demás ya es historia.

El escaño de Mariano Rajoy, durante una de las sesiones de la moción de censura / Alberto R. Roldán
El escaño de Mariano Rajoy, durante una de las sesiones de la moción de censura / Alberto R. Roldánlarazon

«Salid con la satisfacción del deber cumplido». El presidente se despidió así de su equipo el viernes. El miércoles por la noche supo que tenía la moción perdida. Lo demás ya es historia.

A las diez de la noche del pasado miércoles en Moncloa ya tenían la constatación de que el PNV iba a apoyar a Pedro Sánchez en la moción de censura que empezaría a debatirse a las nueve de la mañana del jueves. Hasta ese día en el PP nadie dudaba de que todo estaba bajo control. No había dirigente nacional o territorial al que ante la pregunta de qué iba a pasar, no respondiese categórico con un «la moción no va a salir». Quizá esta seguridad fue también la que llevó a la decisión de impulsar que el debate se celebrase lo antes posible, menos tiempo para la incertidumbre, y menos tiempo también para que el líder socialista pudiera prepararse su intervención. Ahora la sensación que queda en la organización popular es que todo fue demasiado rápido, y que esa rapidez jugó en su contra. La ventaja se convirtió en un inconveniente.

El lunes por la noche Mariano Rajoy ya abandonó su despacho en Moncloa con serias dudas sobre su futuro. La negociación no acababa de cerrarse porque el PNV alegaba que tenía miedo del coste de quedarse solo, de votar lo mismo que Ciudadanos. Aunque todas las miradas han estado puestas en los nacionalistas vascos, la pieza clave han sido los independentistas de Cataluña. Su «sí» a Pedro Sánchez fue la razón última que la dirección peneuvista utilizó para negarse a mantener su apoyo a Rajoy. El ya ex presidente del Gobierno ha mantenido siempre una buena relación con la cúpula del PNV, en Madrid y en Ajuria Enea, con el lendakari, Íñigo Urkullu, y con el presidente del PNV, Antoni Ortuza. En las conversaciones intervinieron otros miembros del Gobierno, el grupo parlamentario y Rajoy. Pero todo acabó chocando con la decisión de los independentistas catalanes de aprovechar la ocasión para pasar su factura al Gobierno del PP. Ni los contactos económicos ni la ratificación del compromiso de una rápida ejecución de las inversiones y acuerdos presupuestarios negociados en las cuentas de 2018 sirvieron finalmente para nada. Al PNV le bastaba con que no hubiera elecciones y con que Sánchez le garantizase el Presupuesto, y con esa garantía en ningún caso iban a hacerse la foto en el Congreso votando con el PP y con Ciudadanos. «En casa no pueden entenderlo».

Máximo secretismo

Rajoy gestionó estas dificultades con el máximo secretismo. Tanto que ni en su círculo más cercano en la dirección del PP o incluso en Moncloa llegaron a percibir hasta el último momento que la batalla estaba perdida. La rueda seguía circulando y la cúpula popular y el partido continuaron instalados en una confortable tranquilidad desde la confianza casi ciega que habían acabado teniendo en los tiempos y en la capacidad de Rajoy de sortear los momentos más críticos. En este contexto, el debate interno en los primeros días de semana no estaba en qué hacer si la moción salía adelante, sino en cómo gestionar la situación el día después de que la censura fracasase para evitar que en cualquier caso el PSOE y Ciudadanos pudieran seguir sacando ventaja de su desgaste por los casos de corrupción con los que han tenido que ir lidiando en los últimos años.

El martes por la noche los temores del día anterior se confirmaban un poco más. Y a última hora de la tarde Rajoy daba instrucciones a su responsable de Comunicación para que filtrara la advertencia de que la negociación con el PNV no estaba hecha. Había demasiada relajación, y la realidad no se correspondía con lo que se estaba dando por hecho. El objetivo era presionar a los poderes económicos influyentes sobre el PNV para que mediaran en un último intento. Pero hasta tal punto la información la estaba manejando Rajoy con absoluta reserva que otros altos cargos de Moncloa no tenían ni idea de que la situación era ésa cuando, como reacción a esa filtración, recibieron la llamada para pedir más datos sobre lo que estaba ocurriendo. «Debe ser una cosa de ella para presionar», explicaba alguno de ellos. «Ella» era la ya ex secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro.

El miércoles se acabó todo. Y de algunos despachos de Palacio se marcharon ya de noche sabiendo que al día siguiente tenían que recoger sus cosas. Aunque el PNV mantuvo la pose de que hasta la reunión de su Ejecutiva, el jueves por la tarde, no fijaría su posición, en Moncloa, en el núcleo de máxima confianza de Rajoy, ya sí que estaban al tanto de que la moción de censura estaba perdida y de que el PNV votaría a favor de Pedro Sánchez el viernes en el Congreso. «Nos echan». Pero en esta manera de Rajoy de gestionar las cosas con discreción, el mismo jueves por la mañana hasta los principales «barones» del partido ignoraban que era el PSOE, y no su partido, el que contaba con el apoyo de los nacionalistas vascos.

Nadie le pidió un paso atrás

Durante todo este proceso a Rajoy no se le pasó en ningún momento por la cabeza la idea de la dimisión. Nunca. Y tampoco nadie, ni en su círculo de confianza ni en el partido, se lo pidió. Los números no daban para sacar adelante la propuesta de otro candidato, que en la lógica hubiera sido Soraya Sáenz de Santamaría, y el líder popular entendía que no tenía sentido alargar la inestabilidad una vez que el PSOE había cerrado el acuerdo para aprobar la moción de censura. Su dimisión le apartaba también de la posibilidad de seguir como jefe de la oposición, y éste es otro factor que pesó a la hora de descartar esa salida. En cuestión de horas Rajoy se encontró con que delante podía tener que gestionar su posible sucesión al frente del PP, sobre la que él no tenía previsto decidir al menos hasta después de las elecciones autonómicas y municipales, es decir, en un año. A su juicio, el partido no estaba preparado para eso, y sólo una transición tranquila puede garantizar que no haya guerras intestinas. «El futuro debe salir del consenso».

Por eso, una de sus principales preocupaciones fue frenar ese debate mediático, al que también contribuyó el líder socialista en su discurso de presentación de la moción. La Secretaría de Estado de Comunicación intentó por todos los medios pararlo, en un esfuerzo que pocas veces se había visto hasta ahora en otros asuntos, aunque no pudieron impedir que hasta el último momento siguiese siendo una opción a barajar en los análisis del desarrollo de los acontecimientos. La tarde del jueves que Rajoy pasó en un céntrico restaurante con algunos de sus ministros y colaboradores no fue de reflexión sobre el futuro, sino de «desahogo» con algunos colaboradores, amigos, ante las horas tan difíciles que estaba atravesando. La reflexión sobre la estrategia de futuro vendrá a partir de ahora.

Antes de irse del Palacio de la Moncloa, Rajoy convocó el pasado viernes a las seis de la tarde a sus colaboradores para despedirse de ellos. «Nos marchamos con la satisfacción del deber cumplido».