El Rey abdica
Don Juan Carlos. «No puedo ser el ciudadano Borbón paseando por las calles de Madrid»
Hace un tiempo, hablaba con un amigo sobre el tema de la abdicación y me decía muy gráficamente lo que pensaba el Rey: «No puedo ser el ciudadano Borbón paseando por las calles de Madrid». Esta imagen refleja muy bien que hay que consagrar lo que marca el sentido común y lo que es la tradición española. Hasta su muerte será Su Majestad el Rey Don Juan Carlos, y el debate no tiene mayor recorrido. Otra cosa distinta es la injusticia histórica que sufrió su padre. Tras la abdicación de Alfonso XIII, dejó de ser Príncipe de Asturias y asumió tras la renuncia de sus hermanos Alfonso y Jaime para convertirse en Don Juan III, aunque prefirió utilizar el título de soberanía de Conde de Barcelona y no el de Rey de España. Don Juan esperaba ser entronizado con la solemnidad histórica de nuestra Monarquía. Era el legítimo depositario de los derechos históricos, a los que renunció, con la grandeza y dignidad que mostró hasta el final de sus días, en el Palacio de la Zarzuela cuando su hijo era Rey de España.
Cualquier norma que se apruebe no tendrá que hacer otra cosa que recoger nuestra ancestral tradición, porque los pocos reyes que han abdicado, fueran de la Casa de Austria o de Borbón, siempre recibieron el tratamiento protocolario que les correspondía. No somos una Monarquía reciente sino el resultado de siglos en los que España y su civilización han tenido un papel muy importante en la Historia del mundo. Los ex presidentes del Gobierno españoles reciben el tratamiento protocolario de presidentes. Es lo que sucede en Estados Unidos. Cualquier otra cosa es una chabacanería impropia de una nación avanzada.
Ni puede ni debe ser el «ciudadano Borbón» paseando por el Paseo de la Castellana como si fuera alguien que no merece la consideración de la sociedad por su enorme contribución histórica. Es cierto que hay otros aspectos que conviene regular porque tiene que disponer de un presupuesto propio, una posición clara en los actos a los que quiera asistir así como cualquier otro aspecto que haga referencia a la Casa que tanto él como Doña Sofía deben tener a su disposición. La fórmula más lógica es que quede subsumida dentro del presupuesto de la Casa Real.
Lo que no puede ser es que alguien se vea influido por las voces de una minoría republicana. Lo mismo sucede con el acto de acceso de Don Felipe al trono, porque resultaría excéntrico que los Reyes lo vieran desde el televisor de su casa. Le corresponde a los presidentes del Gobierno y del Congreso habilitar un lugar para que el acto no sea un despropósito protocolario. No puede ser la tribuna de invitados. Las grandes naciones del mundo, como Estados Unidos y Gran Bretaña, cuidan con minuciosidad esos rituales, que son fundamentales en cualquier democracia.
La trayectoria del Rey muestra una inequívoca vocación de servicio público, que le inculcaron sus padres y que ha transmitido con gran acierto a su hijo. La abdicación era algo que tenía en mente desde hace años, aunque sin una fecha concreta. Era algo que se sabía, porque no era un tema de conversación que él rehuyera. Estaba condicionada tanto a la oportunidad como a su estado de salud. La dignidad en el ejercicio de nuestra más alta magistratura es sobre todo lo que ha marcado en todo momento su voluntad. Por ello, cuando ha llegado ese día lo ha hecho. No por salud, sino porque era oportuno.
Don Juan Carlos es una persona excepcional, con sus virtudes y defectos y es difícil encontrar otra figura con su altura política y calidad humana. Es imposible sustraerse a la fascinación de una trayectoria llena de vicisitudes y dificultades que han forjado su carácter, haciéndolo, a pesar de todo, cálido y próximo, a la vez que muy consciente de su responsabilidad histórica. No ha tenido una vida fácil y la soledad le ha acompañado desde la infancia. No solo es algo que va unido a su condición de Rey, sino la consecuencia de las enormes dificultades que tuvo que superar durante décadas hasta que, en 1975, se convirtió en Rey de España.
La abdicación ha sido su último gesto de generosidad como jefe del Estado y de la Familia Real. Ha tomado la decisión cuando consideró que era más adecuado tanto para su sucesor como para la sociedad española. Cualquier otra persona hubiera tenido la tentación de alargarla unos años más y hubiera estado en su derecho. Nadie hubiera dicho nada. La reina Isabel II tiene 88 años y lleva 62 años de reinado, pero en Gran Bretaña no se plantea que renuncie en favor del príncipe Carlos. En nuestro caso, ha considerado que son tiempos nuevos.
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