Política

Restringido

Ya –casi– han ganado

La Razón
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Si hay algo que admiro de los ingleses –además de ser uno de los países que más ha contribuido al progreso científico– es su falta de complejos. Desde el británico de a pie, nunca mejor dicho, que luce sus calcetines amarillos bajo sandalias de cuero, a sus más rancios aristócratas que cuando «sacan los tergales» para ir a Ascott se interpretan con extravagantes chalecos floreados o imposibles tocados. Los envidio. Esa seguridad en sí mismos hace que cualquier acto institucional de la corona inglesa sea un despliegue de caballos, carruajes, abadía de Westminster, armiño, cetro y corona. Y no olvidemos ese gracioso movimiento oscilante de la mano tras los cristales del vehículo real, que sin ser un saludo afectuoso ni deferente hace las veces de ello.

Permítanme una anécdota personal. Cuando me colegié como abogado en Madrid en los ochenta, mi ingreso en el Colegio se hizo íntegramente en el nada protocolario entorno de la cola de la ventanilla, y el acogimiento formal en esa confraternidad profesional fue con la escueta formula de «venga a recoger el carnet el lunes...». Si no fuera por el color de la póliza del expediente podría haberme hecho peluquero o «esteticien».

Poco después, el decano Pedrol instituyó como obligatorio un acto formal y solemne de jura ante las autoridades colegiales y miembros de la Magistratura, de etiqueta y con el boato del salón de los pasos perdidos del Tribunal Supremo. Hoy este acto se asume con naturalidad como algo necesario. Nada nuevo, sólo ritos y símbolos para hacer patente la importancia de la función que se asume. Eso es lo que distingue al ser humano –ahora que los monos saben leer–. Todos los hechos importantes se rodean de ritos y símbolos para subrayar su singularidad –nacimiento, familia, muerte, religión–.

La proclamación de Felipe VI se va a hacer con un mínimo acto, sin presencia de dignatarios extranjeros, sin misa, y casi sin corona, en fin, desprovisto de símbolos y ritos, menos solemnidad que el nombramiento del presidente de la República Francesa, casi como nombrar un cargo administrativo. Entiendo que puede ser una asunción de la Casa Real más que una decisión y con ello, supongo que se pretende no zaherir la sensibilidad de los necios que consideran que el mundo empezó cuando ellos nacieron y que lo anterior –véase, la Constitución– no les condiciona por no haber consentido libremente. Esos se sentirán igualmente ofendidos por cualquier proclamación que no sea la suya propia –¿y por qué ése sí y yo no?–.

La Corona simboliza la continuidad de los españoles de hoy respecto a su historia, es decir, respecto a la trayectoria vital de los españoles de ayer. Sin esta continuidad, las razones de nuestra unidad e identidad son simplemente coyunturales. Como Institución simbólica su ser mismo son los símbolos y los ritos, despojándose de unos y otros, no se convierte en más cercana ni más aceptable, sólo en más trivial. Al final... Todos peluqueros.

* Abogado