
Premios Princesa de Asturias
El Rey defiende «educar en valores» para apuntalar la convivencia democrática
Felipe VI abre la puerta a ceder todo el protagonismo a Doña Leonor en la próxima edición en 2026
El discurso del Rey en el Teatro Campoamor de Oviedo ha tenido un cierto aire de despedida. Quizá no inmediata, porque ya se sabe el ritmo de las cosas en Palacio, pero a nadie se le escapa que en cada edición de los Premios Princesa de Asturias el protagonismo de la Heredera crece en detrimento del papel de Felipe VI. Lo mismo ocurre, sobre todo desde el año pasado, con el número de palabras pronunciadas. A este recambio inexorable ha dedicado el Monarca las primeras que ha entonado ante una audiencia entregada: «Me corresponde ir cediéndole este espacio como Heredera de la Corona y como presidenta de Honor de la Fundación desde hace once años».
«Hablar desde esta tribuna es, además de un honor, un enorme privilegio. Créanme: lo llevo haciendo desde hace 44 años, los últimos 7 junto a mi hija, la Princesa Leonor, que ha ido asumiendo gradualmente esta tarea, dando a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad; con un papel también más activo en la vida pública», ha señalado.
A renglón seguido, el Rey ha querido asegurar que, «presente o no», siempre estará comprometido con la Fundación, «con sus objetivos, sus valores y su futuro». Y con Asturias, «una tierra querida de la que no puedo concebir, ¡y menos la Reina!, estar lejos. Es tanto el afecto que recibimos, son tantos los recuerdos y vivencias, que veo difícil corresponder justamente».
Este año ha vuelto a ceder a su primogénita la glosa individual a cada uno de los premiados, aunque sí quiso agradecerles personalmente «su contribución a la Humanidad». «Hay un camino en el pensamiento lúcido, complejo y de denuncia de Byung-Chul Han; en el análisis sociológico y demográfico de las migraciones de Douglas Massey; en los trabajos de la genetista Mary-Claire King; en la ironía elegante y el pulso narrativo de Eduardo Mendoza; en la garra y el espíritu competitivo de Serena Williams; en la verdad descarnada de los paisajes y retratos de Graciela Iturbide; en la dedicación de Mario Draghi al progreso y al consenso, especialmente europeo, y en la excepcional labor divulgativa e investigadora del Museo Nacional de Antropología de México», ha enumerado.
A continuación, se ha referido el Rey a una cuestión que parece ocuparle especialmente y sobre la que le hemos escuchado expresarse en más de una ocasión en este año de tantos discursos, algunos de gran hondura. «Vivimos en un mundo que se debate, demasiado a menudo, entre dos extremos que son, por igual, inquietantes. Tenemos por un lado el cultivo de un individualismo radical, que —si no se embrida de algún modo— puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad. Parece paradójico que sociedades tan interconectadas como las actuales estén tan llenas de personas que están solas, se sienten solas, o tienen problemas para comunicarse. Y existe, por otro lado, una pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias, las singularidades; que degrada la diversidad. Y lo hace en favor de comportamientos gregarios, sujetos muchas veces a los dictados —sutiles, pero persistentes— de una red, de un algoritmo, de una pantalla».
Esta tensión entre dos fuerzas antagónicas que, en realidad, marca cualquier avance digno de este nombre desde el signo de los tiempos, es tan irresoluble como insoslayable, pero Felipe VI ha vuelto a plantear la educación como único bálsamo posible. «Sobre ese debate —en muchas ocasiones interesado—, sobrevuelan los valores. Y la educación. Educar en valores no consiste en negar la realidad que nos toca vivir, ni tampoco en huir de cambios tecnológicos que son parte ya de nuestra vida y que, gestionados con sentido ético, pueden ser un aporte extraordinario para todos. Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo».
Para Felipe VI, «educar en valores es potenciar la vida en sociedad sin abandonar el complejo universo moral que se encierra en cada uno de nosotros, y que se perfecciona con la convivencia. Es abrir a la persona a una manera de vivir mejor, con más plenitud, con más conciencia del ser y el estar en el mundo».
El Rey ha destacado la necesidad de apuntalar la coexistencia pacífica, otros de sus mantras. «La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación. Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro».
«Esa dimensión didáctica está muy presente en los Premios Princesa de Asturias: en este homenaje a un grupo de personas excepcionales, cuyo camino —largo, fecundo y exitoso— merece ser reconocido. No para seguirlo, ni para imitarlo, sino para aprender cómo se hace: cómo se traza y cómo se recorre un buen camino. Recibamos su ejemplo como una palabra de ánimo que nos alumbra en nuestra propia andadura, como la experiencia de los mejores que nos inspira, también, para ayudar a mejorar en lo posible la sociedad en que vivimos», ha terminado el Rey.
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