Crónica parlamentaria

Sánchez está desnudo (y ahora sí se lo están diciendo)

Los socios ya no compran su argumento y recuerdan una cosa clave: la macroeconomía no se come.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados
Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.David JarFotógrafos

El cuento del emperador y su traje habla de cómo un colectivo es capaz de seguirle la corriente al poder con tal de no asumir los riesgos que conllevaría desmarcarse, hasta que llega un niño y grita eso de que el rey está desnudo. Esta metáfora se ha usado mucho en política. Tanto, que suena manida. Y se dice de vez en cuando de Pedro Sánchez, por eso de que la realidad parece ir por un lado, él por otro, y en el camino los suyos no le dicen nada, no vaya a ser.

Pero la metáfora ya no vale. No porque el presidente del Gobierno haya dejado de ir desnudo, eso no ha cambiado, sino porque todo el mundo se lo dice ya. También los suyos.

Ayer, un destacado dirigente socialista lamentaba en los pasillos del Congreso que el Gobierno está yendo "de flotador en flotador". Es decir, agarrándose a lo que pilla, ya sea Palestina, la DANA, el cambio de hora, el fascismo que crece entre los jóvenes o lo que toque, para no hundirse. Era una apreciación, un esbozo teórico... pero este miércoles ha tocado tierra.

El presidente del Gobierno ha comparecido en el Congreso para hablar de tres cosas: las últimas cumbres internacionales, la corrupción del PSOE y la gobernabilidad (o no) de España. Esto ponía en el orden del día que marca el debate, negro sobre blanco. Pero si ya no importa de qué lado están las mayorías parlamentarias, no se puede imaginar uno lo poco que importa el papelito en el que se escribe el orden del día.

Sánchez sólo ha hablado de estas tres cuestiones la primera media hora de su intervención. Luego, en un ejercicio de contorsionismo encomiable, uno de esos que no se sabe si lo que pasa por detrás de la cabeza es el brazo izquierdo o la pierna derecha, ha ligado la corrupción económica con un nuevo concepto de corrupción que consiste en manejar mal los servicios públicos.

Como es un poco lioso, mejor que lo explique él: "Debemos ser claros y recordar que la corrupción adopta muchas formas. A veces son cargos públicos que cobran mordidas por hacer cosas ilícitas. A veces son comisionistas y lobistas que cruzan la frontera de la ley. Y a veces son partidos políticos que recortan y privatizan los servicios públicos a cambio de determinados favores o apoyos económicos de amplio espectro".

Y ese ha sido el pistoletazo de salida para estar hablando más de 45 minutos, la mayor parte de su intervención, de lo mal que gestiona el PP los servicios públicos en las comunidades autónomas donde gobierna. Es decir, Sánchez se ha inventado un nuevo tipo de corrupción no tipificada, la moral, para no hablar de la suya y ha repartido para todos, de Madrid a Murcia, de Galicia a Aragón. Ah, que el debate del Estado de la Nación era esto.

Pero el problema con las contorsiones a lo Circo del Sol es que no tienen mucho sentido si no hay nadie que te las aplauda. Quedas un poco como el tipo raro del barrio si te pones a hacer el pino puente en la cola de la panadería. Y eso le ha pasado a Sánchez. No sólo por parte de la oposición (en la que ya se puede meter a Junts y Podemos), que es lo esperable, sino que tampoco le han comprado el argumento aquellos que un día decidieron que él era el mejor presidente para España de todos los disponibles. El juego va de resistencia, ya lo dijo Gabriel Rufián, y algunos socios empiezan a mostrar signos de agotamiento.

La portavoz del PNV, Maribel Vaquero, ha criticado "el mitin" de Sánchez. "Ha venido a vender su libro, pero yo no voy a hablar de los servicios públicos que ha utilizado para cargar contra su adversario político", le ha dicho. En una especie de suave cambio de paradigma, ha exigido a Sánchez que se tome en serio el acuerdo con el PNV y ha lamentado que "las negociaciones no avanzan como deberían". Aunque en el PNV son muy sutiles, a Vaquero se le ha puesto momentáneamente la cara de Carles Puigdemont y seguro que algún piloto rojo se ha encendido en la sala de mandos de la Moncloa.

Pero no queda ahí. La de Bildu, Mertxe Aizpurua, se ha quejado de las nuevas olas autoritarias y de ultraderecha y le ha dicho a Sánchez que hace falta confrontarlas, "con esperanza y programas políticos no solo de resistencia, sino programas ofensivos de conquista de derechos y libertades" y le ha trasladado al presidente la responsabilidad de "dotar de propósito a esta legislatura para evitar la inacción". Esto es algo para lo que, simplemente, Sánchez ya no tiene capacidad.

Incluso los que suelen ser más complacientes con el PSOE le han pegado un tirón de las orejas este miércoles. Verónica Martínez, de Sumar: "No sirve presumir de economía cuando tenemos una fábrica de desigualdad a la que no tenemos coto", ha dicho, en referencia a la vivienda. Pero también le ha afeado el Sáhara y todas esas cuestiones del día a día en la que el Ejecutivo pincha, porque la macroeconomía no se come. Incluso Rufián, el más blando de todos, ha acusado a Sánchez de no estar abordando debates como la inmigración. "Si tú no hablas de algo, no existes. No es astucia, es abandono, y yo me niego a abandonar a la gente de mis barrios", ha dicho.

Para terminar, una imagen: a las 9 de la mañana, cuando Francina Armengol llamó a Sánchez al estrado, una señora desde la tribuna de invitados le abucheó tímidamente hasta que un ujier corrió a explicarle las normas del decoro. Ya no es que Sánchez no pueda pisar la calle, es que la calle le persigue hasta entre las moquetas del Congreso.