Opinión
Sánchez go home
Los votantes han decidido enviar a Sánchez a casa, pero a la propia, no a la oficial
Perdió el plebiscito. De hecho, Pedro Sánchez se quedó en casa, en La Moncloa, en lugar de acercarse a Ferraz a dar la cara. Un resultado positivo mínimo habría sido suficiente como para que el presidente del Gobierno apareciese para atribuirse la victoria. No solo embarcó a su partido a un plebiscito sobre su persona, sino que no ha arropado a los dirigentes locales en la derrota, ni ha dado la cara.
Los votantes han decidido enviar a Sánchez a casa, pero a la propia, no a la oficial. Ha perdido un plebiscito en el que nunca debió meterse. El «sanchismo» se atribuyó una supuesta inteligencia estratégica basada en el buen cálculo de las maniobras de los actores políticos. Era un espejismo, y el error en esta campaña electoral ha sido inmenso.
Planearon un plebiscito para degradar a Alberto Núñez Feijóo como gestor y conocedor de la política española. Incluso intentaron quitar protagonismo al gallego enfrentándolo a Isabel Díaz Ayuso, y no solo han salido escaldados en Madrid, sino en el resto de España. La idea de debilitar al PP inoculando un falso problema de liderazgo fue muy mala, tan horrible como el argumentario que han estado dando a los gerifaltes sanchistas.
Las excusas de los portavoces del PSOE para encajar a Bildu dentro de la democracia fueron patéticas. Los 44 candidatos etarras en las listas fueron un golpe muy duro. El grito de «¡Que te vote Txapote!» se hizo más cierto que nunca. Los sanchistas, desencajados, llegaron a decir, y bueno es recordarlo, que la formación filoterrorista era más democrática que el PP. Es más, que los populares eran unos electoralistas que añoraban el terrorismo.
El ridículo de Patxi López y Pilar Alegría en este aspecto ha sido inmenso, tanto como el inflar a Yolanda Díaz, que se ha dado un batacazo importante. El «sanchismo» pensó que podía mantenerse con lo que quiere ser «Sumar» y Podemos, pero ni uno ni otro han aguantado la realidad de las urnas. El daño que Pablo Iglesias y sus ministras tuteladas han hecho a la izquierda es digno de estudio. No solo han generado la certeza de que el «Gobierno de coalición» es una jaula de grillos, sino que se llevan a matar.
A la mala imagen de unidad de los partidos de la izquierda ha contribuido mucho Pedro Sánchez en esta campaña. Transformó los Consejos de Ministros en una prolongación de los mítines electorales. Oímos así propuestas ridículas sobre la construcción de infinitos pisos sin saber el presupuesto ni la ubicación, o la de los dos euros del cine para los jubilados. La sensación que quedó es que el PSOE cree que el electorado es idiota.
Y en la cumbre del patetismo tuvimos la noticia de la compra-venta de votos que llevaba a cabo el PSOE en algunas localidades españolas. Incluso de algún secuestro. Otra vez se volvía a citar en la vida española aquello que se hizo famoso en la década de los ochenta: «CorruPSOE». De esta forma, a la mala gestión económica y sanitaria, porque ahí quedan las sombras sobre la Covid-19, se añadieron los aliados rupturistas, filoterroristas y golpistas, sin olvidar a los indultados, y las propuestas demagógicas.
En lugar de debatir sobre la política local, lo cercano, la gestión del Gobierno municipal o autonómico de turno, el PSOE únicamente aceptó que Sánchez convirtiera las urnas en algo suyo. El batacazo recibido en casi todas las comunidades autónomas que estaban en juego, y en muchos municipios simbólicos, como es el caso de Sevilla, debería servir para recapacitar sobre el presente y el tenebroso futuro para el PSOE.
Quizá es hora de que los socialistas que quieran seguir adelante se planteen si fue conveniente dejar el partido en manos de un ególatra que lo cambió de arriba a abajo. Eliminó las primarias y las disidencias internas, colocó a los suyos en todas las localidades en juego, obligó a dirigentes territoriales a callar, apartó a los padres del partido, convirtió su interés en el programa oficial, y acaparó el protagonismo. Y lo hicieron después de que Pedro Sánchez intentara manipular las elecciones del Comité Federal en el año 2016, y después de que se desdijese cuando prometió no pactar con Podemos ni con Bildu.
Por otro lado, en el PP, Feijóo debe ser capaz ahora de gestionar la victoria de sus barones y asumir que necesita a Vox en muchas localidades para poder gobernar. No meter la pata resulta muy importante para no resucitar a Sánchez.
Es preciso poner puente de plata al enemigo que huye, recordar el descrédito del presidente del Ejecutivo, el rechazo general que ha sufrido, y el daño que ha hecho a un PSOE que no va a ser capaz de desprenderse de su amo.
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