Diplomacia

Sánchez reclama a Albares que le priorice la agenda internacional

El presidente del Gobierno busca evadirse de la política doméstica, contaminada por la corrupción que afecta a su partido. El ministro de Exteriores gana músculo político en la estrategia interna de la Moncloa

El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Exteriores, José Manuel Albares
El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Exteriores, José Manuel AlbaresAlejandro Martínez VélezEuropa Press

Si hay un tándem en el Consejo de Ministros que debe funcionar sin fricciones es el que conforman el presidente del Gobierno y el ministro de Exteriores, puesto que la acción exterior del país la dirige personalmente el jefe del Ejecutivo. Y Pedro Sánchez y José Manuel Albares están plenamente alineados desde que el presidente le nombró.

El ministro ha ganado músculo político en el círculo de estrategia política del presidente, con quien siempre tuvo gran afinidad desde que le eligió como secretario general de Asuntos Internacionales nada más llegar al poder. Según ha sabido LA RAZÓN por fuentes conocedoras de la maquinaria interna de Moncloa, el líder socialista ha pedido al ministro que priorice la agenda internacional en los próximos meses.

Sánchez busca evadirse de la política doméstica, contaminada por la corrupción que afecta a su partido, y controlar también la exposición a los medios de comunicación. Pero no solo, el presidente intenta contrarrestar la irrelevancia internacional a la que se está enfrentado recientemente tras negarse en junio ante la OTAN a cumplir con el compromiso del gasto del 5% del PIB en defensa; un movimiento que no sentó nada bien en buena parte de los aliados que ven la «excepción española» como un mal precedente.

Sánchez, según fuentes diplomáticas, es preso de los socios de izquierda que le sostienen y que se sientan con él en el Consejo de Ministros. Lo cierto es que el nuevo contexto geopolítico está poniendo muy difícil al Gobierno recuperar la influencia de la que gozó.

Los diplomáticos están preocupados a la par que decepcionados, porque, una vez más en la historia, ante un momento crucial para el devenir de Europa, España no se sienta en el puente de mando. Las fuentes consultadas en el mundo diplomático admiten que, por el momento, Madrid seguirá fuera de la toma de decisiones estratégicas para el rearme y la defensa comunitaria y la resolución de la guerra que libra Rusia en suelo europeo.

Y, en efecto, la política exterior no está siendo fuente de satisfacción para el presidente en los últimos días. Sin ir más lejos, España se ha quedado fuera de dos citas claves para el futuro de la guerra en Ucrania. El pasado sábado, el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, citó a altos cargos de Francia, Alemania, Italia, Finlandia y Polonia para preparar las negociaciones sobre el conflicto. La cumbre, celebrada en Londres el 9 de agosto, contó con Reino Unido y su secretario de Estado para Relaciones Exteriores, David Lammy, como anfitrión.

Hoy, el presidente Sánchez tampoco tendrá asiento en el encuentro convocado por el canciller alemán, Friedrich Merz, y en el que estarán el presidente estadounidense, Donald Trump, y el presidente ucraniano Volodimir Zelenski. España ni tan siquiera participará de forma telemática, como sí entrarán Francia, Reino Unido, Italia, Polonia y Finlandia, además de los presidentes de la Comisión Europea y del Consejo Europeo, Ursula von der Leyen y António Costa, así como el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.

Aunque en el complejo presidencial preocupa la nueva debilidad de Sánchez en la Unión Europea. En estos momentos, el presidente no tiene capacidad para mostrarse como un socio fiable ante sus colegas ni para comprometerse con la fiebre del rearme que ha invadido las capitales comunitarias para hacer frente a la amenaza rusa y la hostilidad estadounidense. Sánchez ha trasladado en Bruselas que el incremento de las partidas de defensa no tiene por qué pasar por el Congreso.

Y unas nuevas cuentas que reflejen los nuevos vientos que soplan se antojan una utopía con el «no» garantizado de partidos como Podemos que no dudan en llamar al presidente «señor de la guerra». Sánchez es plenamente consciente de las dificultades y de que está siendo apartado de la toma de decisiones respecto a Ucrania, también a nivel europeo.

Muestra de ello es que España tampoco firmó el último documento de apoyo a Ucrania, que sí cuenta con las rúbricas de Von der Leyen y otros cinco países de la UE. Pero ello no le impide seguir cerrando compromisos internacionales para aparentar que no hay crisis de reputación alguna. Exteriores intenta relativizar las ausencias españolas con la reunión que mantendrán en septiembre Sánchez y el primer ministro británico, el laborista Keir Starmer.

De hecho, el presidente ha dedicado buena parte del verano a la agenda exterior antes de recluirse en Lanzarote para pasar las vacaciones. Y esa misma agenda es la que quiere a partir de septiembre. Cabe recordar que poco después de terminar la última cumbre de la OTAN, en La Haya, que se celebró a finales de junio, recibió en Sevilla a más de 50 líderes mundiales en la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de la ONU.

Es más, allí se enteró de que el juez envió a prisión a su ya exsecretario de organización en Ferraz. Y justo después emprendió dos viajes: una visita oficial de unas ocho horas a Mauritania para celebrar la primera Reunión de Alto Nivel bilateral entre ambos países y una gira por América Latina de claro trasfondo político.

España mira a otros aliados para capear la soledad. Sánchez empezó aquella gira en Chile, donde participó en la segunda edición de la cumbre «Democracia Siempre», junto a líderes como Boric, Lula, Petro y Orsi. El presidente buscó alinearse con la izquierda latinoamericana para erigirse como contrapeso a la ultraderecha internacional. Luego viajó a Uruguay, donde se reunió con la viuda de José Mujica (Lucía Topolansky).

Esa imagen fue todo una declaración de intenciones y evidencia cómo concibe el presidente las relaciones internacionales. En Exteriores llevan tiempo lamentado la politización del departamento desde que Albares está al frente. Sánchez remató la gira en Paraguay, donde firmó varios acuerdos y defendió el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur en plena guerra arancelaria de Estados Unidos contra todo el planeta.

Precisamente, Donald Trump se ha convertido en dolor de cabeza de la diplomacia española. Aunque en el Ejecutivo, según las fuentes consultadas, están encantados de confrontar ideológicamente con el mandatario estadounidense, porque piensan que les permite proyectarse como némesis de la derecha. Pero la presión de Washington a Bruselas, a la que ha impuesto recientemente un pacto arancelario del 15%, tampoco juega a favor de Sánchez.

Europa tiene que rearmarse como nunca en ocho décadas: construir un mando común, una estructura militar única y disponer de armas homologables que hablen el mismo idioma, porque en estos momentos hay 27 arsenales distintos que carecen de interoperabilidad. Y todo indica que España y el resto de países europeos se van a ver obligados a hacer recortes en su gasto público para cumplir tan colosal empresa.

El presidente no cuenta para ello con el apoyo, no ya de la mayoría en el Parlamento que le dio su tercera investidura, sino de un tercio de su Gobierno. Sumar enseñó ya sus cartas: no quiere oír hablar de gastar más en armas y resucita el grito histórico de la izquierda española contra la OTAN.

La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, acostumbra a tomar nota de todo lo que no le gusta. Y en el PSOE, en privado, se admite que a la alemana no tuvo que gustarle nada escuchar a Sánchez criticar el nombre del plan con el que quiere movilizar hasta 800.000 millones: Rearm Europe.

En Bruselas se entienden los juegos que debe hacer cada Ejecutivo, pero como admiten fuentes diplomáticas «la paciencia tiene un límite». Sánchez ha pasado en poco menos de dos años de considerarse un «actor global» con influencia —según su equipo— a perderla poco a poco. Las coordenadas políticas de Occidente están cambiando aceleradamente y se están desacoplando de la socialdemocracia.

El derrumbe de aliados «progresistas» del presidente se ha acelerado. Ya no tiene a Joe Biden a los mandos de Estados Unidos, tampoco tiene a Justin Trudeau al frente de Canadá, que renunció a principios de año. También ha perdido a su colega socialdemócrata alemán Olaf Scholz. El presidente está en fuera de juego diplomático y noqueado en España. Albares tiene que socorrerle.