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Santiago Abascal, la suma de los cuatro elementos

Caballo y hombre, furia y mente. En muchas culturas, el equino encarna los cuatro elementos vitales (tierra, fuego, aire y agua).

Santiago Abascal
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Caballo y hombre, furia y mente. En muchas culturas, el equino encarna los cuatro elementos vitales (tierra, fuego, aire y agua).

Dicen que el día en que el hombre subió a lomos de su caballo el curso de la historia dio un vuelco. Su nueva atalaya le permitió mantener distancia con las bestias y una perspectiva de puro dominio. Y en esas llegó Santiago Abascal, con un retrato ecuestre desafiante que enseguida se convirtió en la metáfora estética de su fuerza vital y a veces temeraria. Caballo y hombre, furia y mente. En muchas culturas, el equino encarna los cuatro elementos vitales (tierra, fuego, aire y agua). El líder de Vox es un compendio de esas fortalezas. Ahora bien, ¿su alma palpita igual que en el resto de los hombres?

Varios expertos tratan de sacarnos de esta duda. Desde la neutralidad y respetando las opiniones que les merece éste o cualquier otro candidato. Para ellos, ninguna otra imagen podría expresar mejor esa actitud de hombre tranquilo y dueño de sí mismo preparado para su odisea personal más arriesgada. En su página web, Abascal ha escogido una frase de Tácito definitoria: «Es poco atractivo lo seguro, en el riesgo hay esperanza». Son fragmentos biográficos que ayudan a componer su perfil más allá de palabras, porque de su rostro, como una roca en cuyas grietas y poros parece haberse congelado el agua, cabe esperar más bien poco.

De gesto impasible, sólo en contadas ocasiones deja asomar una emoción. Cuando lo hace, nos pilla con la guardia bajada. Es algo que ha probado José Luis Martín Ovejero, analista de la comunicación no verbal, en sus análisis. «Parece tallado en piedra, por lo que su visaje no da demasiado juego. Siendo una persona fría y con escasa gestualidad, es complicado detectar en él emociones. Sin embargo, cuando le hierven, asoman y, además, con intensidad». Recuerda, por ejemplo, su entrevista con Susanna Griso. «Empezó cogido de manos y muy pegadas al cuerpo. Ni siquiera 30 minutos y nueve vasos de agua después, había conseguido relajar su tensión».

Cuando habla del PP, no advierte en él ninguna carga emocional. Con Ciudadanos, sin embargo, sube su nivel de bilis, provocándole microexpresiones faciales de asco, como la nariz arrugada o su dedo índice acusador. Para Martín Ovejero, la coherencia en su comunicación no verbal es absoluta. Es tal su grado de convicción, que no necesita aspavientos para expresarse. «La barba parece darle el aplomo y la autoridad que desea transmitir. Va acorde con el acento épico de su discurso». Sabe que además le sienta bien.

A Abascal le veremos siempre con esa postura erguida que tanto ayuda a proyectar seguridad, orgullo y firmeza. Tiene gestos muy característicos de autoridad como la mano alzada en un mitin o ese dedo índice acusador que le puede dar un rasgo de autoritarismo. Da la sensación de que actúa sabiendo el efecto de nerviosismo que está provocando. Atrabiliario, más en palabras que en gestos, parece acostumbrado a aceptar la crítica como envite. «Habla pausado y controla sus movimientos, sin alterar su gesto corporal. Es difícil sacarle de sus casillas en este sentido. Tiene un mensaje racional, bien estructurado, sin titubeos de ningún tipo y muy fluido», reflexiona el experto.

Pero si algo llama poderosamente la atención en su escaso repertorio gestual es la mirada, reflejo de su férreo autocontrol. «La clava y te atraviesa. No la retira. Para su objetivo es magnífico porque aporta firmeza a sus argumentos», asegura Martín Ovejero. ¿Cómo es? ¿Perturbadora? ¿Intimidatoria? ¿Compasiva? ¿Aduladora? Si nos atenemos a las teorías de Colin Clifford, profesor de Psicología del Centro de Visión de la Universidad de Sídney, un gesto tan directo podría ser una clara señal de dominio, como si quisiera captar con ella la inexcusable imperfección de las personas y cosas que le rodean. Sería su forma privilegiada de observar con la precisión de un bisturí, deteniéndose en los detalles y atravesando el alma.

Su aspecto invita a muchas deformaciones fantásticas que rozan lo novelesco y él lo alimenta. En una ocasión, durante un paseo por la montaña asturiana, Abascal le espetó a Rocío Monasterio: «Don Pelayo era un tío con dos huevos». Se muestra patriótico y exalta los símbolos. Un hombre a la vieja usanza, que simboliza en su seriedad el liderazgo superlativo. Para Gonzalo Adán, psicólogo social y director técnico del Instituto de Estudios Sociales Avanzados IBES, «es el más natural y menos impostado de todos. El polémico del colegio. El políticamente incorrecto. Líder asertivo que dice lo que piensa sin medir las consecuencias, seguramente era siempre el preferido para ser el delegado de la clase».

Adán no cree, sin embargo, que su vestimenta sea la más adecuada para un presidenciable. «Esa barba recortada como los reyes de la Reconquista puede que sea un buen guiño a los suyos, pero le aleja de conseguir un voto más mayoritario en la derecha, que se fija más en la ortodoxia del aspecto. Le diría que fuese a un asesor de imagen». En su opinión, es, con diferencia, el que mejor maneja la pronunciación. «Esto dota al mensaje de absoluta seguridad en lo que dice y en lo que quiere». Reconoce que sus gestos son duros, igual que su expresión, «pero siempre acordes y coherentes con lo extremo de sus mensajes, como los relativos a retirar las subvenciones y las autonomías o la memoria histórica o violencia de género». La activación muscular en la zona del entrecejo refleja que tiene su mente al 100% en lo que dice.

Emma Rodero, profesora de Oratoria en la Universidad Pompeu Fabra, admite que la seriedad es su puntal. «Le resulta más natural, aunque tenga algo de deliberado para ir en consonancia con su mensaje. Lo que le ocurre cuando sonríe es que sus facciones son tan duras, que emiten una sensación de falsedad». En su voz, ella echa en falta alguna variedad en su registro. «Su tono grave le beneficia, pero acaba resultando monótono. Una voz plana te lleva a la distracción y a la desconexión, incluso a la somnolencia». Su colega Joan Francesc Cánovas se pregunta cuánto de personaje hay en Abascal y si esa altivez no sería una forma de evitar que, a causa de una menor distancia emocional, quedase expuestas sus vulnerabilidades.