Inmigración

Saturación y descontrol en los centros de menores

Viven «centenares» de chicos, aunque solo hay plazas para 24, y «hasta duermen en el suelo»

El menor Mohammed (nombre ficticio) que llegó a Algeciras en una embarcación/Fotos: Cipriano Pastrano
El menor Mohammed (nombre ficticio) que llegó a Algeciras en una embarcación/Fotos: Cipriano Pastranolarazon

Viven «centenares» de chicos, aunque solo hay plazas para 24, y «hasta duermen en el suelo»

Mohammed (nombre ficticio) tiene 17 años y habla un poco de inglés. Los últimos dos años de su vida han transcurrido entre el desierto del Sáhara y las cárceles de Libia. Abandonó a su madre y a sus ocho hermanos cuando tenía solo 15 años porque su país, Sudán del Sur, la nación más joven del mundo, está sumida en un atroz conflicto armado desde 2013 «y la situación política es muy, muy, mala», dice.

Lleva diez días en España, internado en el Centro de Menores no Acompañados de la Concepción, en la localidad gaditana de la Línea. Es un MENA, nombre que se utiliza para referirse a estos jóvenes que aún son menores de edad y llegan a nuestro país a través de nuestras costas, principalmente. Un fenómeno que está pulverizando todos los récords este año.

Mohammed es sólo uno de los más 7.000 menores que han arribado a España en lo que va de 2018, según informó el pasado 26 de julio la ministra de Sanidad, Bienestar Social y Consumo, Carmen Montón, durante la reunión de la Comisión Delegada de Asuntos Migratorios, donde presentó un informe sobre esta realidad. Este fenómeno está poniendo contra las cuerdas a varias comunidades, especialmente la andaluza. Prueba de ello es la crítica de la Junta este jueves, coincidiendo con la llegada del barco de la ONG Open Arms ­­–con seis MENAS a bordo–, que exige más recursos y pide que el Gobierno presione a las comunidades autónomas para que acaten un reparto más igualitario de las tutelas. No en vano, Andalucía asume el cuidado del 3.200 de los menores extranjeros de toda España, según datos de Salvamento Marítimo.

Los centros a los que llevan a estos chicos, que pasan meses intentando alcanzar Europa y las secuelas de sus viajes hacen además más compleja su atención, están totalmente saturados y fuera de control. LA RAZÓN visitó los alrededores de dos de los centros de Campo de Algeciras a los que habitualmente llevan a estos menores, que una vez que pisan territorio español pasan a la tutela de la comunidad a la que llegan. Uno de ellos es el centro de El Cobre, situado Algeciras y el otro el de La Concepción en la Línea.

El Cobre está situado en la antigua cañada real de los Tomates que antiguamente conectaba Algeciras con Tarifa. Situada a diez minutos del centro en coche, es un finca que se encuentra en un estado lamentable de conservación donde se aprecian edificaciones semiderruidas. Este medio trató de contactar con la dirección del centro que nos remitió a la Delegación Territorial de Igualdad y Política Social de Cádiz, que a su vez nos transfirió a las declaración del vicepresidente de la Junta ya mencionadas.

Juan Carlos Cabrera, mediador intercultural en el centro durante 18 años e investigador de Estudios Árabes en la Universidad de Granada, denuncia su inadmisible situación e insiste en que a tenor de los datos de llegadas de este colectivo en 2017 «cuando se sextuplicaron» las llegadas de MENA existe una «falta de organización y previsión así como una ineptitud» en los perfiles que tratan con estos adolescentes.

Chicos como Mohammed, pese a ser menores, han sufrido una dura emancipación que los ha convertido en adultos antes de tiempo. Han sobrevivido en cárceles libias bajo torturas y a mafias a las que han pagado los ahorros de toda la familia para llegar a Europa. En el caso de Mohammed, «2000 dinar libios», unos 3.200 euros. Estas experiencias han forjado en ellos un espíritu de supervivencia, impropio de su edad. A Mohammed lo encuentro en la inmediaciones del Centro de Menores de La Concepción, con unos compañeros, justo antes de que salten un muro que los separa de la ciudad. Viste chándal largo y pantalón negro, a pesar del fuerte calor. «No me gusta este lugar, me quiero ir a Barcelona», dice. Le pregunto si le gusta España y qué quiere hacer; «jugar al fútbol», responde.

Mientras hablamos son varios los chicos que saltan el muro. Unos vuelven y otros salen. El descontrol es evidente. Pese a que no están en un reformatorio porque no han cometido ningún delito y viven bajo un régimen abierto, muchos optan por esta vía para salir. De hecho la ida y venida de furgones de la Policía Nacional con chicos es contante. Intentamos hablar con la Dirección del centro pero nos dicen que «están saturados».

En teoría, solo hay plaza para 24 chicos en el centro pero en la actualidad «hay centenares», según explica un vecino que dice que «hasta duermen en el suelo». Insiste en que no hay ningún problema de convivencia y que la situación parece «va a mejor» en comparación con el mes anterior. Aún así, tutelarlos, es el gran reto al que se enfrenta la Junta para evitar que terminen errando en las calles, sin rumbo.