Opinión
La semana horribilis del presidente más detestado
Parece bastante evidente que esto es un régimen que va camino de la autocracia, donde todas las instancias se ponen al servicio del poder único.
Tras el desastre de las municipales del 28 de mayo, donde el PSOE perdió la mayor parte de su poder local, la convocatoria de elecciones generales en pleno verano tórrido, fue considerada una extravagancia. Luego vino la victoria pírrica del Partido Popular (137 escaños frente a los 121 del PSOE) y la jugada de Sánchez para meterse en el gobierno con calzador. Todo el mundo coincidió en que era un prestidigitador. Pero desde aquel 23 de julio, apenas han pasado ocho meses y parece un siglo. Este señor se ha convertido en un presidente tan detestado, que no puede acudir ni a las ceremonias en espacio público por las víctimas, sean en Barbate o en Madrid. Cuando sale a la calle, lo abuchean. El aniversario del 11M lo conmemoró en la Galería de las Colecciones Reales y no invitó a la oposición. Para acudir a Valencia, tras el incendio de Campanar, hizo peinar todos los pisos de alrededor y sacó a los periodistas de los balcones. De eso modo logró un cinturón de vacío que permitió el silencio.
A Sánchez le hemos visto romper promesas y cambiar principios. ¿Se puede gobernar al filo de lo imposible? Se puede, pero las consecuencias son imprevisibles y ya están aquí: la vuelta de Puigdemont a España, su carrera electoral hacia la Generalitat, la exigencia de un referéndum de autodeterminación, la imposibilidad de renovar presupuestos nacionales y una legislatura en dique seco.
Esta semana horribilis ha sido la del intento de cargar a la presidenta de la Comunidad de Madrid con el sambenito de la corrupción. Cuando el caso Koldo manchaba a medio gobierno -mujer del presidente incluida- los secuaces de Sánchez en la Fiscalía y Hacienda han filtrado datos de Ayuso y su novio e incurrido en un delito. Ahora Alberto González, la pareja de la presidenta, ha anunciado que se querellará contra María Jesús Montero y las instancias administrativas implicadas. El escándalo ha sido el intento fallido de tapar con un supuesto fraude a Hacienda la venta de mascarillas a precio desmesurado y con tráfico de influencias, lo que constituye un caso flagrante de prevaricación y enriquecimiento ilícito.
Parece bastante evidente que esto es un régimen que va camino de la autocracia, donde todas las instancias se ponen al servicio del poder único. Desde el CIS a los ministerios, de la administración a las autonomías del PSOE, del partido a la casa del presidente, de la Fiscalía al Tribunal Constitucional, todos obedecen al mando único. Es el final de la división de poderes, del imperio de la ley o de la igualdad. Y el campo abierto para los delitos. Me pregunto si el daño institucional que está haciendo a España el que llaman Mr. Handsome será recuperable. Es temerario sacrificar alfiles, caballos y torres y pretender ganar con peones. La posibilidad de que uno de ellos alcance el final del tablero y se transmute en reina es remota. Y ahora nos queda a todos el recuelo de este aquelarre: cuentas mal llevadas, jueces en entredicho, desigualdad nacional y enemiga con Cataluña. De reconciliación, nada, a otros con ese cuento. Por no hablar del desfondamiento del PSOE.
A los socialistas, a estas alturas, no les queda más camino de poder que aguantar el chantaje del independentismo, el recelo de Europa (ahí está, desde el Consejo de Europa, la queja de la Comisión de Venecia de ayer por el procedimiento de urgencia aplicado a la amnistía), el disgusto de la calle y el choteo de sus socios. Están en un bucle en el que no pueden gobernar y el escándalo de la corrupción se los va comiendo poco a poco.
Pedro Sánchez nos vende que es un creador de puentes y que sus medidas pacifican Cataluña y España. Yo sólo percibo una división sin precedentes, deterioro institucional y una cada vez mayor desvinculación de la gente del escenario político, en espera de elecciones.
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