Historia

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«¡Si mis hijos ya no saben ni quién es!»

Mientras la Cámara reabre el debate por enésima vez, cientos de turistas visitan un día más el monumento. La familia de Franco afirmó hace unas semanas que no quiere que se traslade el cuerpo.

«¡Si mis hijos ya no saben ni quién es!»
«¡Si mis hijos ya no saben ni quién es!»larazon

Mientras la Cámara reabre el debate por enésima vez, cientos de turistas visitan un día más el monumento. La familia de Franco afirmó hace unas semanas que no quiere que se traslade el cuerpo.

El debate en el Congreso de los Diputados no alteró la vida en el Valle de los Caídos. La normalidad era ayer una constante y salvo comentarios aislados, los cientos de turistas que visitaban este monumento en la madrileña Sierra de Guadarrama, únicamente se centraban en tomar fotografías. A ninguno parecía importarle las batallas políticas, los enfrentamientos entre izquierda y derecha o las proposiciones no de ley. Su único objetivo era inmortalizar el momento y, si lo lograban, conseguir una imagen de la tumba de Francisco Franco o hacerse un «selfie» en el interior de la basílica. Eso sí, evitando el férreo control y la prohibición de los vigilantes.

A esos cientos de turistas se unían, a primera hora, los fieles que acudían a la misa diaria. A las 11:00, una treintena de personas escuchaba atentamente la homilía. Era una más, sin grandes cambios ni proclamas de ningún tipo. De hecho, desde hace algún tiempo se incluyen en las oraciones ruegos para que la memoria de los caídos sirva como elemento para alcanzar la paz y no para la confrontación. Es el momento más solemne, tanto, que se paran las visitas y sólo se permite entrar para asistir a la misa. Apenas 45 minutos después, tras la comunión, todos abandonan tranquilamente el templo y poco a poco vuelven los regueros de turistas alemanes, italianos, chinos...

María es una de las que acaba de salir con una amiga. Asegura que acude a misa «una vez por semana, porque me encanta». Para ella, el Valle de los Caídos es un lugar «lleno de espiritualidad. Es mi oasis y para mí es un regalo poder estar aquí». Quiere alejarse de polémicas sobre la conveniencia o no de que la tumba de Franco o la de Primo de Rivera sigan junto al altar, y lo único que apunta al respecto es que «estas batallas son ya una obsesión. ¡Si mis hijos ya no saben ni quién es Franco!», dice para añadir que «me daría una pena terrible que esto acabara por una cuestión política».

Mientras habla con LA RAZÓN se escucha a un hombre de mediana edad alabando la misa: «Ha sido maravillosa», le comenta a su pareja. «Que no nos la quiten por una tontería», sentencia. María hace la misma petición: «Que los sacerdotes sigan con su misión. Yo no puedo más que rezar para que nada cambie».

No es difícil distinguir a los fieles de los turistas. Los últimos llegan de golpe, en autobuses, y atienden en la explanada a sus respectivos guías con la vista puesta en la enorme cruz de 150 metros, la más alta del mundo. Cuando entran se hace el silencio y comienzan a recorrer los más de 260 metros que hay hasta el altar mayor. La mayoría no se inmuta ante las tumbas de Franco o Primo de Rivera, aunque otros sí que cuchichean con sus compañeros.

La visita es rápida: una vuelta alrededor del altar mayor, visita a las capillas del Sepulcro y del Santísimo, y vuelta. Algunos pasearán por el valle o preguntarán si es posible acceder a la base de la cruz. La respuesta es fácil: Patrimonio Nacional lo prohíbe por seguridad al haberse desprendido trozos de piedra. Así que el funicular que antes permitía el acceso es casi una atracción del pasado. Aun así, pese a la dejadez de Patrimonio Nacional con este monumento, al año pasan por él cerca de 300.000 personas, una cifra bastante alejada del casi millón que lo visitaba a finales de los años 90.

Pero entre estos dos grupos, turistas y fieles, también acude algún nostálgico que no duda en cuadrarse y santiguarse ante la tumba del caudillo. Son los menos y de avanzada edad, pero dejan claro que «a Franco no se le saca de aquí. ¿Qué es eso de sacar a un muerto de su tumba porque a otro no le gusta que esté ahí?», preguntaba Eduardo indignado ante lo que calificó como una iniciativa «que no tiene ni pies ni cabeza».

Frente a las opiniones de los visitantes está el silencio de la comunidad de monjes benedictinos. Apenas se les ve por la zona y los pocos que andan por el lugar tienen muy interiorizado el mensaje de no hacer comentarios al respecto de la polémica: «Ni a la Prensa ni a nadie», sentencian cuando se les pide una valoración sobre una polémica que, en el fondo, les afecta.

Ellos prefieren centrarse en su vida monacal y evitan entrar en el terreno político o de la Memoria Histórica. De hecho, quienes trabajan con ellos confirman que «les da lo mismo que quiten o dejen la tumba de Franco. Para ellos esto es nada más que un lugar sagrado».

Así que las pocas valoraciones son las que llegan desde la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos. Su presidente, Pablo Linares, considera que la proposición no de ley «es para distraer la atención sobre otras cosas. Es algo que el PSOE no se atrevió a hacer cuando gobernaba y que ahora exige al PP». Al mismo tiempo, deja claro la dificultad para sacar de la basílica el cuerpo de Franco.

Primero, porque se trata de una basílica pontificia y hay unos acuerdos Estado-Santa Sede que implican que nadie puede tocar nada porque es un lugar inviolable». Y, segundo, porque «no se trata de un tema legislativo, sino de un tema jurídico, porque si la familia se niega a que los restos del general Franco salgan del Valle, no se puede hacer nada con la legislación en la mano». En este punto, Linares reconoce que hace un par de meses la Asociación mantuvo un encuentro con los familiares de Franco en el que les confirmaron que «ni la hija ni los nietos quieren que se mueva de allí». Eso sí, reconoce que «si nos dijesen que sacando los restos del general de allí, con el permiso de la familia, se acababa el acoso salvaje que sufre el Valle de los Caídos, nos lo plantearíamos». Pero cree que simplemente «sería la primera de una larga lista de concesiones que habría que hacer».

En su opinión, uno de los grandes problemas del Valle de los Caídos, «un enclave turístico de primer orden», es esa falta de mantenimiento por Parte de Patrimonio Nacional: «Lleva generaciones desentendiéndose», asegura.

Y es algo que se palpa si uno da una vuelta por allí o si, por ejemplo, sube a la Hospedería de Santa Cruz, frente a la Abadía y la Escolanía. Allí, en lo que en su momento se planteó como Monasterio, puede observarse el paso del tiempo. Los responsables de gestionar este alojamiento han tenido que hacerse cargo ellos mismos de las reformas, incluida la de la imponente biblioteca, que atesora una importante colección de obras relacionadas con la Educación Social. Esa separación de toda polémica o carga franquista se ve en sus estanterías, donde también reposan decenas de libros sobre el comunismo o los sindicatos.