El periscopio
El síndrome de una España irreal
El balance que hace el Gobierno del curso político es un cuadro patético de resistencia a toda costa
En el asador navarro ubicado en el centro intelectual y jurídico de Madrid. Allí se reúnen a almorzar todos los meses el expresidente del Gobierno Felipe González y algunos de sus ministros como Javier Solana, Carlos Solchaga o José Luis Corcuera. También acuden destacados juristas, varios periodistas parlamentarios en los años de la Transición y hasta un sindicalista como José María Fidalgo, antiguo líder de Comisiones Obreras. Un hombre de intachable trayectoria en el ámbito de la izquierda y para quien, en su opinión, sufrimos una crisis institucional, ética y de valores severa. En esta última cita, antes de las vacaciones veraniegas, la preocupación es enorme por la situación política.
A Felipe, que protagonizó 70 años de su vida dedicados al PSOE, nadie la calla la boca y ha tenido que soportar ataques de todo tipo por parte de unos actuales dirigentes de medio pelo que integran el «sanchismo» y que, incluso, le abren la puerta de salida. «Si quieren, que me echen», advierte el expresidente. La conclusión es unánime entre los comensales: «Pedro Sánchez es como Antoñita la Fantástica, vive bajo el síndrome de una España irreal». En efecto, atinada reflexión para un líder que no puede pisar la calle de su propio país sin ser abucheado.
Nada mejor para comprender tal opinión que analizar su rueda de prensa en Moncloa sobre el balance de fin de curso político. Un cuadro patético de resistencia a toda costa, un ejemplo de argumentos falsos en el plano económico, institucional, social, de libertades y derechos que no se sostienen. «Lo que él llama social es falaz», dice un socialista de la «vieja guardia», alarmado por la deriva a la que Pedro Sánchez y sus terminales mediáticas conducen a un partido en hecatombe. Ni los escándalos de su señora Begoña Gómez, su hermano David, su fiscal general del Estado, y la podredumbre que rodea cada día más a Koldo, José Luis Ábalos y Santos Cerdán en la cárcel, hacen mella en un hombre digno de un cuadro de psicología integral.
El Gobierno está «cuarteado y flagelado», dicen en privado algunos altos cargos de la Administración que se escudan en el anonimato. Cuarteado por unos socios de la coalición con Sumar en barbecho. Y flagelado por el látigo de los audios de la UCO sobre el escándalo del caso Koldo, Ábalos y Cerdán, propios de una sucia película de vampiros. Frente a tal repugnancia, advierte Alberto Núñez Feijóo: «Necesitamos una limpieza total». Vamos, con detergente de cien grados.
A pesar del deterioro, nunca visto en la historia de la democracia, el gran líder amenaza con resistir y presentar unos Presupuestos Generales del Estado que llevan congelados en la nevera desde hace tres años. Confía en que el prófugo de Waterloo se los apoye. Y para ello, está dispuesto a viajar a la capital belga, hincar la rodilla y hacerse la foto con un fugitivo de la Justicia. Pero, ¿Hasta cuándo piensa Carles Puigdemont apoyar a Sánchez? Esta es la verdadera pregunta que muchos se hacen en el seno de Junts, un partido que cinco años después de su constitución, evento celebrado en el sur de Francia este fin de semana, no deja de bajar en las encuestas.
Dentro del partido emerge ya un movimiento muy fuerte para abandonar tal estrategia y quitar de una vez por todas el respaldo a un PSOE acorralado. «Un interlocutor en prisión y un líder cerca del paredón», dice un dirigente neoconvergente crítico con Puigdemont. Así es, Santos Cerdán, el eterno viajante a Suiza, en la cárcel. Y Pedro Sánchez contra la pared entre una maraña de corrupción.
Así las cosas, Alberto Núñez Feijóo asume su mando electoral y ha dado instrucciones para no descansar un solo día con un horizonte caldeado. Desde que accedió al liderazgo nacional del PP sus enfrentamientos con Pedro Sánchez han sido sonados. En 2022, cuando resultó elegido presidente del partido y senador autonómico, Feijóo tuvo su primer encuentro con el presidente socialista en la Cámara Alta. «Aquí se juega en primera división», le espetó Sánchez en tono chulesco. «Vengo entrenado», respondió el gallego. Feijóo ha ganado todas las elecciones pero Sánchez logró la investidura de la XV Legislatura gracias a los votos del «Bloque Frankenstein».
Nunca en la historia de la democracia se dio esta paradoja: el ganador no puede gobernar y el perdedor sí lo hace. A Sánchez se le nota la aversión que siente hacia Feijóo con un rictus malhumorado y los carrillos del rostro hinchados, en un gesto muy suyo. Pero la fractura en la coalición y los socios parlamentarios se agiganta cada día. En el propio PSOE comienzan a darse algunos movimientos que miran hacia el presidente castellanomanchego, Emiliano García-Page, sus rivales en las primarias, Eduardo Madina y Susana Díaz, o el que fuera líder del partido en Madrid, Juan Lobato.
De momento, son fuegos de artificio porque el gran líder controla el aparato, las listas y los sueldos. Pero la sangría parece ya imparable. El anterior líder del PSM, Juan Lobato, defenestrado pero no maniatado, conserva aún ciertos apoyos en la Comunidad de Madrid y se le ve en algunos almuerzos en un restaurante de Soto del Real, localidad en la que vive, de la que fue alcalde y donde es muy respetado. «Seguro que estoy grabado», ironizó hace unos días con unos compañeros ante la avalancha de los vergonzantes audios de Koldo.
Sea como fuere, parece que Pedro Sánchez aguanta, medita una crisis de Gobierno para finales de agosto en su lujoso retiro lanzaroteño de La Mareta, donde se han invertido miles de euros públicos para reformar la piscina y el lago natural que lo circunda, y planta cara. Pero como bien apostilla un veterano socialista, comienza la gran evasión. O sea, liberarnos del yugo de la prisión «sanchista».