José María Marco

Su palabra como símbolo

Un repaso por los discursos de Felipe VI nos permite tanto rastrear una «política», en el sentido menos partidista del término, como asistir además a la reinvención de la Corona

Su palabra como símbolo
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El primer discurso del actual rey Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias, tuvo lugar en la ceremonia de entrega de los Premios del mismo nombre en 1981, algunos meses después del intento de golpe de Estado del 23-F.

El primer discurso del actual rey Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias, tuvo lugar en la ceremonia de entrega de los Premios del mismo nombre en 1981, algunos meses después del intento de golpe de Estado del 23-F. El entonces Príncipe debutó por tanto poco después de un momento de crisis. En sus breves palabras no hubo la menor referencia a aquel episodio. Ahora bien, su aplomo y su seriedad, algo más que infantil, contribuyeron a despejar cualquier duda acerca de la voluntad de permanencia de la Corona después de haberse comprometido una vez más en defensa de la Constitución y la España democrática. Desde el acceso del nuevo Rey al Trono en junio de 2014, la presencia de la crisis ha sido una constante. Todavía no ha tenido el Rey un período de estabilidad un poco prolongado. Por ahora el reinado y el propio carácter del monarca se han ido definiendo en la necesidad de afrontar desafíos de gran calado. Han afectado al conjunto de la sociedad española y a la solidez y al sentido de las instituciones, más en particular a la Corona. Un repaso por algunos de los discursos de Felipe VI nos permite por tanto rastrear una «política», en el sentido menos partidista del término, y asistir además a la reinvención de la Corona, de su imagen, de su papel institucional, de su forma de representar a España y a los españoles. Don Juan Carlos tuvo que inventar la Monarquía parlamentaria española echada a perder durante la crisis del liberalismo en las primeras décadas del siglo XX. Su hijo ha tenido que volver a imaginarla. Ha tenido modelos, como su propio padre, y buenos consejeros, pero el paisaje era nuevo y el camino, inédito y sin desbrozar.

De fondo, ya desde el discurso de proclamación en junio de 2014, ha estado siempre presente la crisis económica y todos aquellos que la han sufrido. La conciencia de la gravedad de la situación, mitigada a medida que la recuperación se iba haciendo más evidente, ha ido siempre acompañada de una afirmación de fe y de optimismo: en el trabajo, en el tesón, en la iniciativa y la capacidad de innovación de los españoles y también en la cohesión de nuestra sociedad, en particular de aquella que echa sus raíces en la familia.

Esta, la familia, ha sido otra de las líneas de fondo de los discursos de estos años, en particular de los navideños, tan relevantes siempre en la Casa Real. Unas veces implícita, por el decorado y las alusiones, y otras explícitamente, el Rey ha querido fijar un modelo de sencillez, de lealtad y de cotidianeidad con el que todos los españoles pudieran identificarse. Ha sido, además, un buen hilo para hacer explícito y comprensible un motivo casi obsesionante en los grandes discursos de estos años, el de la necesidad de acabar con el ambiente turbio de aquellos años. Llegó a su clímax en el discurso de la Navidad de diciembre de 2014, cuando apeló a «cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción».

No se trataba de un problema moral. Eran los momentos álgidos de la crisis de representación política subsiguiente a la crisis económica, cuando, entre 2011 y 2015, pareció que la oleada podía llevarse por delante el propio régimen democrático. Desde el primer momento, y asumiendo incluso la arriesgada retórica regeneracionista, el Rey se puso por tanto al frente del cambio en nombre de una «nueva» generación de españoles. La Corona se aliaba con lo nuevo y el nuevo reinado establecía una forma de ruptura con lo anterior.

Fue el precio de la continuidad de la institución y la democracia liberal. Una y otra vez, el Rey ha proclamado la lealtad a la Constitución, la necesidad de respetarla, su papel fundador de un régimen de libertad. Como era de esperar, la reflexión sobre la Constitución cobró una especial intensidad en el discurso de proclamación, pero no ha dejado nunca de estar presente. El Rey ha sido, de hecho, el mejor defensor de la realidad constitucional. Es también una indicación muy clara acerca de su propio papel como monarca.

Esta continua apelación a la Constitución no le ha impedido al Rey asumir siempre su papel de símbolo y defensa de la continuidad histórica de la nación española. Así se puso en escena en el discurso de Navidad de 2005 cuando el escenario se trasladó de la relativa intimidad de la Zarzuela a la grandiosidad del Salón del Trono del Palacio de Oriente. Fue un despliegue de aplomo institucional, pero sobre todo una invitación a los españoles a ser conscientes de lo que su historia y su cultura representan.

La conjunción de la nación política y la nación histórica permitió al Rey tomar la palabra con extrema claridad el 3 de octubre pasado, tras el fallido referéndum secesionista en Cataluña. El paso era arriesgado. La democracia liberal española se ha construido sin una idea y sin un fundamento nacional. Por eso la afirmación de la Nación podía ser entendida como una intervención política partidista. No fue así, y el discurso permitió romper la reticencia a la sustancia de lo nacional que ha prevalecido cuarenta años. También abrió las puertas a la reconciliación de los ciudadanos españoles con su nacionalidad, reconciliación que tantos cambios políticos ha traído en pocos meses. El Rey supo hacer el discurso patriótico y constitucional que la clase dirigente española no ha hecho nunca, y sigue sin hacer y sin querer escuchar. Fue el equivalente a la intervención de Don Juan Carlos en la madrugada del 23-F.

De aquella invitación al patriotismo se deducen otros dos discursos. El de Navidad, que la encauzó en un tono más institucional luego de la aplicación del artículo 155 y la celebración de elecciones autonómicas. Y sobre todo el discurso de Davos, con el que el Rey ha asumido conscientemente la representación de una España que ha superado con éxito la crisis, como superó la que siguió al final de la dictadura: una España modernizada, tolerante, dinámica, liberal, que reanuda su tradición de diversidad y de apertura al mundo. A media que ha ido reinventando la Corona, el rey Felipe VI ha contribuido decisivamente a la reinvención de su país.