Memoria histórica

Testigo directo: “Yo acudí al sellado y cierre del ataúd de Franco”

El subdirector de LA RAZÓN, J.M. Zuloaga, relata en primera persona cómo fue el sellado del ataúd de Franco ante un puñado de periodistas

Francisco Franco en el ataúd en que fue expuesto en el Palacio Real. Reuters
Francisco Franco en el ataúd en que fue expuesto en el Palacio Real. Reuterslarazon

El subdirector de LA RAZÓN, J.M. Zuloaga, relata en primera persona cómo fue el sellado del ataúd de Franco ante un puñado de periodistas

Eran las primeras horas de la mañana del 23 de noviembre de 1975. Hacía algunas horas que se había clausurado la capilla ardiente de Francisco Franco en el Palacio Real de Madrid y llegaba el momento de proceder al cierre del ataúd del anterior jefe del Estado para llevarlo después al exterior de la Plaza de Oriente, donde se iba a celebrar el funeral oficial.

Dado el número de periodistas que deseaban asistir a los actos relacionados con la muerte de Franco, y la proclamación de Don Juan Carlos como Rey de España, las autoridades optaron por la formación de un pool reducido de informadores para los lugares en los que no era posible acoger a todos los que lo habían solicitado.

Se optó por acreditar a las agencias, que servían las noticias a los demás medios de comunicación, a periódicos nacionales y extranjeros. A mí, como redactor de Europa Press, me tocó la capilla ardiente y allí me pasé unas horas interminables, casi sin dormir, desde su apertura hasta su cierre.

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Se produjeron multitud de anécdotas, pero no son el objeto de esta noticia, aunque como dato recuerdo que los periodistas, después de tantas horas allí, dividimos “sociológicamente” en tres grupos a los que acudían a la capilla: los fervientes seguidores de Franco, algunos ataviados con uniformes falangistas o carlistas; losciudadanos (eran la mayoría) que querían estar presentes en un hecho histórico; y un tercero, mucho más reducido, perfectamente identificables, con sus melenas de entonces a lo “beattle” y sus trencas, que iban, pura y simplemente, a comprobar que realmente había muerto el gobernante al que aborrecían. Ser de izquierdas en aquellos tiempos, y significarse como tal, no era cosa fácil. Se les veía circunspectos pero le echaban valor para estar allí.

Cuando se cerró la capilla ardiente, estábamos en Palacio muy pocos periodistas, dos de una revista (un redactor gráfico y otro literario), un equipo de TVE, que retransmitía durante las 24 horas todos los actos y el que suscribe.

Acudimos al lugar donde se iba a proceder al cierre del ataúd, creo recordar que en la planta baja de Palacio (en unas dependencias en las que antiguamente esperaban las caballerías para ser uncidas a los carruajes).

El jefe de la Casa Civil, Fernando Fuentes de Villavicencio, ordenó que los informadores, pese a estar acreditados, nos retiraramos del lugar.

Con esa osadía que te dan los 24 años, y por lo ya aprendido en la agencia Europa Press, que dirigía de manera magistral Antonio Herrero Losada, me dirigí a él y le dije que estábamos ante un hecho histórico del que debían quedar testimonio periodístico.

Tras unos segundos de silencio, estábamos a un metro escaso del ataúd de Franco, aún abierto, creo recordar que me contestó que confiaba en que hiciera la información de lo que iba a ver con la seriedad y veracidad que requería el momento. Le di mi palabra y nos dejó quedarnos. Sería injusto sino reconociera que un joven capitán de la Guardia, del que era y soy amigo, me echó una mano, algo que nunca podré agradecerle de manera suficiente. Para los atléticos, les recordaré que Fuertes de Villavicencio fue jugador del club.

Además de los citados, creo recordar que estaban presentes los jefes de la Casa militar; el yerno de Franco y uno de los responsables del “equipo médico habitual” que le había atendido en la Residencia de la Paz hasta su fallecimiento, Cristóbal Martínez Bordiú, Marqués de Villaverde; personal de la Guardia y otros que no llegué a identificar.

En un determinado momento, aparecieron unos operarios con una tapa de zinc que cuidadosamente fueron soldando sobre la parte del ataúd en la que reposaban los restos de Franco.

Con anterioridad, habían retirado una especie de alzador que se había puesto en la espalda del cadáver para que los ciudadanos pudieran ver mejor al fallecido.

Cuando tocaron el cuerpo, me llamó la atención que los zapatos parecían fijados a la parte posterior del féretro ya que, pese mover los restos mortales para ajustarlos dentro, se quedaron inmóviles.

Antes de soldar la tapa, apareció una persona con varias bolsas de un producto formado por una especie de virutas de colores que fueron arrojadas al interior. Y, finalmente, se cerró la caja mortuoria.

Ese instante, se produjo el hecho más sorprendente, que rompió el silencio y quietud del momento. El Marqués de Villaverde se abrazó con fuerza al ataúd en señal de despedida emocionada; y el redactor gráfico de la revista, pese a la prohibición expresa, logró captar el instante, en una fotografía que constituyó una auténtica exclusiva periodística.

Viene a cuenta este relato, de hechos que acontecieron hace ya muchos años y que fueron recogidos en un despacho de la agencia Europa Press, porque el Tribunal Supremo, en uso de sus atribuciones, ha prohibido la presencia de medios de comunicación durante la exhumación de los restos de Franco de su actual sepultura en el Valle de los Caídos. Se trata de otro acontecimiento histórico, que bajo ningún concepto se puede convertir un reality show. Sin embargo, los magistrados podrían considerar la posibilidad, como ocurrió entonces, de que se forme un pool para que pueda existir el testimonio periodístico de lo que allí ocurra. En 1975 vivíamos en un régimen ajeno a la democracia, a las libertades que conlleva, y, bien es verdad que por la decisión de una persona con criterio y que entendió la petición de un joven informador, se pudo obtener ese testimonio. Es, simplemente, una sugerencia.