La pelea de los currículum

La titulitis sacude los pasillos de Moncloa

El Gobierno, preso de su caza de títulos, destaca la preparación de élite de los trabajadores de Presidencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con las vicepresidentas Teresa Ribera y Yolanda Díaz, ayer en el Palacio de la Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con las vicepresidentas Teresa Ribera y Yolanda Díaz, ayer en el Palacio de la MoncloaEp

Para quienes trabajan día a día en el «edificio Semillas» de Moncloa, bautizado así por almacenar en su día semillas selectas del Ministerio de Agricultura, es casi imposible evitar la comparación con quienes les precedieron.

Los hombres y mujeres que desempeñan mano a mano con el presidente del Gobierno dentro y fuera de su gabinete viven día a día con la presión del extenuante servicio público 24/7. Quizá ese agobio sea lo único que permanece y que une, como un hilo invisible, a las generaciones que han trabajado en los pasillos del poder.

Pero la sociedad española no es la misma de finales de los 70 y principios de los 80. Tampoco lo es su élite política. El país ha dado en los últimos 50 años un salto sin precedentes, especialmente en el nivel educativo de los ciudadanos. Lo llamativo es que en las últimas semanas se ha desatado una caza de currículums falsos que inició el ministro de Transportes, Óscar Puente —licenciado en Derecho—, al apuntar a la ya exdiputada del PP Noelia Núñez, quien admitió no tener título alguno pese a haber sostenido lo contrario.

La titulitis jaleada por Moncloa se ha cobrado ya tres dimisiones, una de ellas la del propio comisionado del Gobierno para la DANA, así como varias «rectificaciones» en las biografías de buena parte de la clase política del país.

Si a principios de 1980, la proporción de adultos con estudios superiores no sobrepasaba el 7%, según un estudio firmado por los economistas Ángel de la Fuente y Rafael Doménech para el BBVA, hoy, según la OCDE, el 44% de quienes tienen entre 24 y 65 años tiene al menos una titulación universitaria. Algo similar ocurre con quienes tienen un doctorado. El número de tesis anuales defendidas en los 80 era muy inferior al actual: centenares en lugar de las miles que se leen hoy.

Del mismo modo, que algún título se hubiera sellado en una universidad extranjera era algo exótico en esa década. Se puede decir que ese fue uno de los grandes traumas de los españoles del pasado, también el de quienes aterrizaron en el Palacio de la Moncloa de la mano de los primeros gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González, aunque esos gabinetes, en verdad, no fueron en absoluto un reflejo de la sociedad de su época.

Ambos expresidentes comparten licenciatura en Derecho. Suárez por la Universidad de Salamanca y González por la de Sevilla. El abulense incluso se doctoró en la Complutense de Madrid.

Su primer ejecutivo, el de la legislatura constituyente, compuesto por 19 ministros, solo tenía uno sin formación superior: el vicepresidente y ministro de Defensa, Manuel Gutiérrez Mellado. Y el primer gabinete de González, formado por 16 ministros, hizo pleno de titulados. Las 22 carteras del actual gobierno de Pedro Sánchez —licenciado en Económicas y con una tesis polémica por su nivel— también están sujetas por 22 licenciados y licenciadas.

Pero lo que destacan las fuentes consultadas en el Ejecutivo es la formación del gabinete de la Presidencia. Quienes allí trabajan repiten machaconamente que son personas de la academia.

«Aquí casi todos tienen doctorados por las mejores universidades del mundo», explica una persona cercana a Sánchez. Oxford, Harvard, Georgetown o Bolonia son algunos de los centros de élite en los que se han curtido los expertos que asesoran al presidente, entre ellos su jefe de gabinete, Diego Rubio, licenciado en Historia, con máster en Lyon y doctorado en Oxford. Como él, la mayoría de su equipo está especializado en Ciencia Política, Sociología y Economía sin más ascendencia dentro del PSOE que cierta afinidad ideológica.

Aunque hay quien se pregunta de qué sirven tantos expertos «de élite» si la gestión es deficiente. «Si el exceso de burocracia en la Administración va acompañado de inflación de cargos políticos, la desprofesionalización está servida: presupuestos que no se ejecutan, trenes que no entran por los túneles, danas mortales mal gestionadas, puentes que se caen, apagones masivos...», lamenta el sociólogo Narciso Michavila —crítico con el nombramiento del jefe de gabinete del jefe de gabinete de Presidencia—.

El responsable de GAD3 se pregunta: «Si tan buenos son, por qué no somos capaces». La primera jefa de gabinete de la democracia fue Carmen Díez de Rivera —la única mujer que lo ha sido—, quien trabajó para Suárez y estudió Ciencias Políticas en la Complutense. «Mi madre quería que estudiáramos. Esto era importante porque en aquella época las mujeres solo cumplían con las tres K alemanas (niños, cocina, iglesia)», explicó en una entrevista.

Pero es ese nivel de élite curricular el que, destacan las fuentes consultadas en Moncloa, no tuvieron quienes construyeron los primeros gobiernos de la democracia. Si bien es cierto que no lo dicen con ánimo de menospreciar la labor de los que les precedieron, sí pretenden relativizar las críticas de los «mayores» a las decisiones políticas que se toman desde «Semillas».

Hay quien se acuerda de las pullas de González. O de Alfonso Guerra. En cierta manera, se intuye la guerra generacional; el clásico conflicto que surge de la incomprensión entre personas que crecieron en mundos políticos muy distintos. «El gabinete de Presidencia tiene que ver con lo que el presidente busca, es un reflejo de la sociedad. Y la de ahora está más necesitada de especialistas. Tampoco creo que la formación sea determinante. En ese edificio debe primar el espíritu de servicio a España» comenta el consultor político Luis Arroyo, vinculado desde hace décadas al PSOE.

De forma inevitable, la pregunta que surge es: ¿hace falta tener un título para servir al país? «Puede no venir mal, pero no es imprescindible. Basta con tener una visión global, general y eficiente de la política. No es imprescindible ser doctor en Ciencia Política para ser ministro. La sociedad ahora está llena de titulitis para mostrar que tener uno es venderse mejor», sostiene el exdiputado socialista Manuel de la Rocha, padre de uno de los expertos, del mismo nombre, que asesoran a Sánchez hoy día —el director de la oficina de asuntos económicos—.

Ambos encarnan esa tensión generacional: el padre, licenciado en Derecho, y el hijo, en Empresariales con máster en Política Económica por la Universidad de Columbia. Si hubiera que condensar el espíritu de las generaciones anteriores, basta con replicar lo que contestó Rodolfo Martín Villa, exministro de Suárez, cuando le preguntaron si le ayudaron sus estudios de Ingeniería en los puestos que ocupó: “La política y, en muchos casos, la profesión, no constituyen una ciencia, por lo que no son algo exacto. La ingeniería me ha ayudado a no confundir pronósticos con deseos, a ser preciso en los valores y en los principios y a ser flexible en todo lo demás. Con seguridad hubiera actuado de distinta manera si mi profesión hubiera sido otra. No así en mis convicciones profundas. Creo ser conservador en lo personal, lo íntimo. También en el orden. No soy nada resistente al progreso y los cambios sociales, considerándome muy cercano a la solidaridad, la igualdad y la promoción de los no poderosos. Me sigue emocionando que un hijo de un albañil llegue a ingeniero de caminos”.