Elecciones andaluzas
Un Parlamento inane: sólo dos leyes en tres años
La «falta de tiempo» deja en el cajón 26 propuestas de ley de las 28 aprobadas entre el bipartito PSOE-IU
En el arranque de la Transición, el escritor Camilo José Cela ocupó un escaño en el Senado por designación real. Era la legislatura constituyente y las Cortes Generales fueron escenario de una multitud de anécdotas, entre las que figura alguna del gallego. Durante una sesión plenaria, el entonces presidente de la Cámara Alta, Antonio Fontán, advirtió en una de las votaciones al novelista de que no había emitido ni un «sí» ni un «no».
– ¿Tampoco se abstiene, senador Cela?
El escritor padronés respondió diligente, levantándose del escaño:
–No, señor presidente; estoy ausente.
Para ausencias, las de los diputados del Parlamento de Andalucía si la medida fuera la actividad legislativa. Dos leyes aprobadas en tres años de 28 prometidas: la ley de transparencia y la ley contra la discriminación de los transexuales, un balance de lo más cachazudo. La IX Legislatura nació marcada por el Acuerdo por Andalucía, un pacto suscrito por PSOE e IU en abril de 2012 y que comprometía 28 leyes durante el cuatrienio. Pero no ha podido ser. Y eso que hubo varios proyectos de ley en las últimas fases de tramitación. Pues no. El adelanto ha dejado todo en poco, más bien en nada. «Si hubiéramos tenido más tiempo», se ha lamentado algún diputado en los pasillos del Parlamento. No pudo ser. La presidenta, Susana Díaz, dizque por un arrebato de recelo, dio un día el más hondo de sus quejíos y el suelo se abrió bajo la soberanía de los andaluces. Y andaluzas. El Poder Legislativo, una vez más, descabalgado por el Poder Ejecutivo. Una inflamación ejecutivista en toda regla, la ejecutivitis que ha favorecido que 1.022 días de pretendido impulso parlamentario hayan degenerado en resuelta repulsa legislativa.
Marzo de 2012. Tras la pírrica victoria del Partido Popular (50 diputados) los electos del PSOE y la docena de IU acordaron una aventura de Gobierno. En el principio fue el verbo (pero salió irregular) y se hizo carne. Septiembre de 2013: Susana Díaz es designada por José Antonio Griñán para sucederlo. En el Debate sobre el Estado de la Autonomía, la presidenta centró la actividad legislativa en 25 medidas, que es algo así como un 28 en números redondos, por decir algo. La idea era volver a poner de relieve el pacto regulador del principio de legislatura, presunta referencia para gobernar desde la «ética» y desde la «solvencia», ese modelo de políticas de izquierdas, decía el acuerdo.
De aquellos compromisos suscritos, el bipartito sólo ha sacado adelante dos leyes. No ha regulado finalmente la creación de comisiones de investigación, entre otros. La cosmética ha primado sobre lo sustantivo. Se ha impulsado el escaño 110, por el que un ciudadano con 40.000 firmas podrá defender en la Cámara una iniciativa. De corto recorrido. El propio Antonio Maíllo, coordinador general de Izquierda Unida, reconoció en una entrevista el balance «insuficiente» del cumplimiento del pacto de legislatura. Su grupo parlamentario, cuyos diputados han llegado a declararse traicionados, alegan haber sido víctimas del azote de la presidenta, retratada por los lares comunistas como un género de la cólera de Dios.
La realidad de la novena legislatura concluida no puede ser más vacía. Y todo bajo la mirada de unos ciudadanos que estallan de alegría y no cesan de fundirse en el afecto a sus instituciones y a sus representantes. El artefacto le acabará explotando a más de uno en las urnas, pues son tiempos de cambio, dicen unos. Tocan tiempos de regeneración, afirman otros. Ya quedó patente en la crisis noventayochista, pese a la opinión pública de entonces, que en España no existía poder legislativo. La semejanza con la actualidad andaluza asusta. Al igual que entonces, sólo un análisis estrábico puede llevar al diagnóstico desenfocado: la de un Ejecutivo fuerte. Así lo ha querido la presidenta, un cirujano de hierro frente a la actividad parlamentaria, esa cámara que, como cabildean algunos diputados, se ha quedado a poco, sólo a esto, de armar una suerte de rebelión regulatoria.
La realidad política ha deparado un Parlamento inane. El parlamentarismo ha quedado como ese concepto de la Edad Media que fue despreciado ya por los ilustrados más jacobinos, mismo tratamiento que dedicaron por cierto a las universidades o al primer humanismo. Aunque, para jacobinismo, el de ahora, de cuyo escaso bagaje no cabe incluir una medida que, aunque anecdótica, ofrece su instante de epifanía. Desde la constitución del Parlamento, los diputados y trabajadores habían interpretado villancicos el último día del periodo de sesiones de diciembre, tras la aprobación de la ley de presupuesto. Eso fue hasta la pasada legislatura, cuando se cortó con una tradición arraigada en la Cámara. El «arre, borriquito, arre» del Parlamento dejó de «llegar tarde», por obra y gracia de la mayoría de progreso. Como resultado, el Parlamento también ha dejado de llegar tarde, dejando de llegar. Una legislatura inane.
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