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Japón

Una jaula de oro

La Razón
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Hace ya demasiados años, once, según los expertos en los secretos del trono del crisantemo, que el rostro de la princesa Masako se ha vuelto impenetrable y parece un monumento a la inexpresividad y a la tristeza. Sonríe de una forma tan fugaz y leve que apenas sugiere un estado de ánimo positivo. Es una víctima de la depresión que con los años se ha convertido en crónica y de la que no ha sido posible arrancarla a pesar de los esfuerzos de su marido, el heredero del trono imperial nipón, que lo sigue intentando día tras día.

Tampoco viaja esta vez Masako con su esposo en la gira que acaba de emprender Naruhito por varios países occidentales y que ha empezado por España. Iba a hacerlo, así se anunció al principio, pero finalmente no ha podido ser. Se hizo el enésimo intento por parte de la corte imperial japonesa de que la princesa retomara sus actividades oficiales después de la prueba que supuso estar presente en la jura de los nuevos reyes de los Países Bajos. Imposible. La futura emperatriz de Japón no ha podido afrontar el reto. De ahí, quizá, la sonrisa de la princesa en la despedida a su esposo. Una sonrisa de alivio, al no tener que viajar finalmente en un estado que le puede llevar en cualquier momento a romperse, a no acudir a los actos programados, a no cumplir con la agenda prevista, a encerrarse en su hotel o residencia oficial y no poder explicar de manera plausible su ausencia.

Dicen los que la conocen a fondo que la rigidez de los funcionarios de la Agencia Imperial Japonesa es tan estricta que en ella está la causa de la tristeza infinita de la princesa Masako. Una mujer educada para ser libre e independiente que quedó atrapada en una jaula de oro de la que no puede escapar.