Cataluña
Votamos paciencia
Para el constitucionalismo el empate es ya una victoria porque desmonta con estadísticas el relato de que haya un alma de la nación catalana.
Ya tenemos resultados de las elecciones de ayer. Ahora, de cara a la convivencia, la pregunta es: ¿cual va a ser la actitud de la población catalana frente a estos resultados?. Está claro que ya nadie puede negar que la región está dividida en dos bandos, con proyectos políticos totalmente opuestos, y que ninguno de ellos puede ignorar al otro a la hora de tomar decisiones. Cualquier escenario de empate beneficia más a los constitucionales que a los separatistas. Es por esa razón que, aunque sociológicamente el empate ya estaba claro desde los resultados del 27-S de 2015, el independentismo siempre se ha obstinado sañudamente en negarlo, incluso mintiendo o inventándose supuestos mandatos democráticos. Lo negaban hasta un punto suicida que llevaba al descrédito internacional, ya que Europa terminó diciéndoles que aducir ese mandato democrático imaginario era mentir. Si insistían era porque tener que aceptar esa realidad de empate dinamitaba los cimientos de su ideario, basado en un mundo simbólico de máximos y héroes irrenunciables que poco tenía que ver con la verdad de la calle catalana. Dado que cualquier igualdad en política obliga a pactos, negociaciones y renuncias, los hechos les obligaban a cambiar su temario básico pero, al carecer de mejores argumentos y armas dialécticas, solo supieron comprometerse con el irredentismo radical nacionalista y, lo que es peor, identificaron cualquier disenso o revisión con traición. Esa fue la trampa artera que le tendió Junqueras a Puigdemont y en la que éste cayó como un primo hasta dirigirse de cabeza, cuando le temblaron las piernas, al aparthotel con wi-fi y calabozo.
Para los constitucionales, el empate es ya una victoria porque desmonta con estadísticas el relato nacionalista de que Cataluña sea una sola voluntad o de que haya un alma de la nación catalana. ¿Que van a hacer frente a estos números las Forcadell y Gispert? ¿Ofrecerse para deportar a la mitad de la población que, según ellas, no tiene ese alma? ¿Y que hará Pedro Sánchez? ¿Decir que la plurinacionalidad existe, pero a ratos, a trocitos y solo en algunas partes de esas supuestas naciones? ¿Un fenómeno cuántico que a veces está y, a la vez, no está? ¿Como la república de la DUI? Vaya jardín teórico para meterse. Tendría que proponer un modelo de socialismo que sirviera para todo el mundo, independientemente del territorio en que habitara y de que creyera en el alma o no. Porque da la sensación de que el votante socialista de España y de la Unión Europea le va a pedir eso y, además, con mundialidad y plurirregionalidad pero con poca nación. No veo a nadie ahora mismo en este mundo capacitado para proponer y argumentar convincentemente un multiverso de ese tipo. Mientras Sánchez empieza a deshojar la margarita, los constitucionales seguirán haciendo camino, sabedores de que la paciencia está de su lado y la impaciencia del otro. Saben que abrir una brecha en esa idea monolítica de que Cataluña es un todo ha significado ya provocar una vía de agua en la línea de flotación del independentismo. Porque ya no existe «el problema catalán», «el encaje de los catalanes» o «la voluntad de los catalanes» sino «el problema catalanista», «el encaje de los catalanistas» y «la voluntad de los catalanistas».
La mayor ventaja de los constitucionales, lo que les ha hecho crecer en los últimos tiempos, es su simple deseo de ser españoles y catalanes, algo que, automáticamente, al estar al alcance de toda la población provoca un poco de manía al sufijo «-ista». Sentirse español y sentirse catalán suenan a cosas la mar de normales; fenómenos naturales que señalan el lugar de residencia y trabajo. Ser catalanista o ser españolista ya transmite significados un poco pedantes, hiperbólicos; una necesidad pretenciosa, una especie de complejo de inferioridad compensado. Fascistas, comunistas, derechistas, izquierdistas, feministas, machistas, nacionalistas, espiritistas, etc. ¿No nos basta con ser lo que somos, que tenemos que ser más? A muchos, ahora mismo en Cataluña, vivir a contrapelo, a la defensiva, no nos parece cosa de gran interés en la vida. Cuentan que Pujol, para robarle la cartera a la población, dijo: «hoy paciencia, mañana independencia». Años después, muchos de los engañados vinieron ingenuamente a cobrarse su deuda. Ahora la paciencia ha dado un vuelco y se ha puesto del lado de los constitucionales. Porque, incluso en aquellas ocasiones en que los resultados no les sean suficientes para gobernar, solo estar ahí y que se les vea ya les proporcionará a ellos una victoria. No ser catalanista deja de estar socialmente mal visto. Además, muchas de las retiradas de palabra familiares por diferencias ideológicas se han producido últimamente más del lado separatista. Desde el punto de vista objetivo de la práctica democrática eso quedaba un poco feo y totalitario. Por eso, acto seguido, tenían que inventarse terribles crímenes imaginarios como los mil heridos de Turull (que ningún hospital ha visto todavía) para justificar su caprichosa actitud. Necesitaremos paciencia, constancia y tranquilidad para ir desmontando ese ambiente de infantilismo político. Ayer los catalanes votamos en muchos sentidos ideológicos diversos, pero todos probablemente sin saberlo, nos guste o no, votamos paciencia.
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