Gobierno de España

El desigual ministerio de igualdad

El ministerio de Igualdad no equipara en representación, se pasa la equivalencia por el refajo.

Rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros celebrado en viernes
Rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros celebrado en viernesRicardo RubioEuropa Press

Tenemos un ministerio de Igualdad en el que todos los altos cargos son ocupados por mujeres. Me parece fetén. Esto no debería llamarnos la atención en absoluto, pues muchos ministerios a lo largo de la historia de la democracia se han compuesto exclusivamente por hombres. Lo cual no me parece, a mí, sintomático de nada más que del hecho de que gente con talento y experiencia, independientemente de su genitalidad, sea seleccionada para ocupar un cargo y desempeñarlo con solvencia, prestando un servicio a la ciudadanía. Pero resulta, escúcheme señora, que estamos hablando del ministerio de Igualdad. De Igualdad. Y que a la actual ministra de Igualdad se le ha venido llenando la boca con la palabra “igualdad” (cuatro veces lo he dicho yo en tres líneas y no es nada comparado con lo suyo) desde que la conocemos. Y no voy a decir aquí el motivo primigenio por el que la conocemos, que ya sabemos cómo se las gasta judicializando incomodidades (que no los conflictos políticos).

Atienda señora, que lo dice la RAE, no yo:

Tercera acepción de “Igualdad”: “Principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones”.

Cuarta acepción de “Igualdad”: “Equivalencia de dos cantidades o expresiones”.

Digamos que empezamos reguleras. El ministerio de Igualdad no equipara en representación, se pasa la equivalencia por el refajo. Y, ojo, que yo estoy muy a favor de que no se tenga en cuenta el sexo de aquellos que nos representan, sino su valía profesional. Que es al fin y al cabo la que, como ciudadanos, nos interesa. Pero si has hecho del discursito de las cuotas y la paridad tu bandera, deberías, nada más subirte a los tacones de ministra y agarrarte a la cartera, hacer gala de aquello que nos vendiste. Poner solo a mujeres, por el hecho de ser mujeres, en los altos cargos es la misma estolidez que colocar solo hombres, por el mero hecho de serlo. Tan estúpido como criticarlo en un sentido y no en otro. Pero, además, con el añadido de medida cosmética, de gestito que funciona para los que ya han comprado el discurso. Debajo del colorete solo se encuentra palidez.

Por si esto fuera poco, que no decaiga la juerga, tenemos a un directora general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico Racial dimitiendo por blanca en favor de una negra. Perdón. Una mujer racializada. O no blanca. Ojo, que eso me lo han dicho a mí, no me lo invento. Una mujer negra refiriéndose a sí misma como “no blanca”. Lo juro. Que lo he visto yo con estos ojitos.

A lo que iba, que una mujer blanca ha dimitido por blanca para que entrara a ocupar su puesto una mujer negra, por negra. A mí llamadme escrupulosa, pero esto me parece una auténtica soplapollez, sin embargo Alba González, la blanca, dice que “si algo sabemos en el feminismo es que la representación y lo simbólico importan”. Tócate los pies. Desde luego, parece que sí, que importa más lo simbólico que lo real, que lo auténtico. Parece que prefieren parecer por encima de ser.

Podríamos tirarnos aquí (podría tirarme yo, que para eso es mi columna, entendedme) un buen rato tratando de discernir cuánto de útil tiene una dirección general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico Racial. Podríamos, después de eso, tirarnos otro rato largo tratando de comprender cuánto de “igualdad en el trato” hay en que una persona deje un cargo por el exclusivo hecho de ser blanca. Y, tras todo eso, podríamos tirarnos otro ratazo intentando entender si el hecho de que la nueva directora general sea negra aporta algo a su currículum. Porque, llamadme melindrosa, pero jamás he valorado yo, ni nadie que yo conozca, profesionalmente a alguien por el color de su piel. Y, de hacer semejante valoración, no ha sido tenida en cuenta por encima del color de los ojos, el pelo o la camiseta.

Vayamos un poco más allá, hagamos ese ejercicio. Compremos por un momento la tesis de que solo una persona racializada… Inciso: ¿Qué pasa con lo de racializada? ¿Qué pasa con el -ada? Ese sufijo que implica un acción recibida por alguien, ejercida por alguien sobre otro, como si la raza se la hubiese adjudicado alguien solo por fastidiar. Exactamente igual que con la España vaciADA. Alguien la ha vaciado. A mala fe. Alguien que no son ellos. Los malos habrán sido, me imagino. Reconduzco el tema, que me pierdo en mis disquisiciones. Compremos por un momento la tesis de que solo una persona racializada puede entender y, por lo tanto, solucionar el problema de pertenecer a una minoría étnica en un lugar como España. En ese caso, y solo en ese, Sería lógico pensar que el ministerio de Igualdad, puesto que lo simbólico y la representación importan tanto (hola, Alba González), debería ser igualitario. Debería, porque lo simbólico importa, tener una representación equitativa de hombres y mujeres. Porque en caso contrario podríamos pensar, porque lo simbólico computa, que este no es un ministerio para la igualdad sino uno para las mujeres, desde el que ejercer un servicio exclusivamente para ellas y por ellas.

Como diría mi queridísimo Julio Valdeón: la degradación de la democracia española avanza a buen ritmo, señora.