Familia

¿En serio es este el feminismo que merecemos?

Me pasa con el esquizofeminismo lo mismo que con el gluten: no es que sea intolerante pero bien, bien del todo, no me sienta. Y esta semana la hemos tenido muy a tope de harinas refinadas.

Irene montero preside la toma de posesión de altos cargos del Ministerio de Igualdad.
Irene montero preside la toma de posesión de altos cargos del Ministerio de Igualdad.© Gonzalo Pérez MataLa Razón

Me pasa con el esquizofeminismo lo mismo que con el gluten: no es que sea intolerante pero bien, bien del todo, no me sienta. Y esta semana la hemos tenido muy a tope de harinas refinadas.

Mis favoritas, del tres al uno:

3. Pin parental sí, pin parental no, pin parental solo si lo digo yo:

No es que yo a estas alturas les vaya a pedir a estas mozas coherencia. Pero no sé, un pelín de vergüenza torera. No puedes montar la de las Navas de Tolosa por el “pin parental” (qué mal nombre le han puesto, por cierto) y, a continuación y sin rubor alguno, protestar hasta el desgañite para que suspendan en la Universidad Complutense de Madrid un seminario sobre pornografía porque a ti te molesta. Un seminario (“Una introducción a la teoría del porno”, se llamaba) que, recuerdo aquí para mentes dispersas, no es de obligatoria asistencia. Tú acudes o no, en base a tu libertad individual y tus gustos personales. Con tu mayoría de edad ya reflejada en el documento pertinente, tus genitales desarrollados y tus preferencias más o menos definidas, te matriculas en él o no lo haces. Pero no, aquí el pin parental (más que parental, social; más que social, universal) es de recibo y, además, celebrado. Que alguien me lo explique, por favor.

Todo lo del pin parental (qué horror de nombre, insisto) a mí, que soy muy de retener datos absurdos y olvidar los importantes, me ha recordado cuando hace unos meses se retiraron de ciertas escuelas libros como Caperucita Roja, por tóxicos y sexistas. Y no deja de sorprenderme que sean los que ahora se llevan las manos a la cabeza los que entonces lo celebraban. Exactamente los mismos (y las mismas) que consiguieron censurar unas jornadas en la Universidad de La Coruña sobre trabajo sexual que pretendían debatir y reflexionar sobre la prostitución. Porque debatir ahora es subversivo. Los mismos, muy probablemente, que aplaudieron el boicot al profesor Pablo de Lora en la Pompeu Fabra. Como digo, no seré yo quien les pida coherencia, pero por lo menos algo de disimulo. Por un elemental sentido del decoro.

2. Ayudas al cine realizado por discapacitados y mujeres:

Propone el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales ampliar los límites de las ayudas otorgadas a obras dirigidas por mujeres del 50% al 75%. Con el fin de paliar dificultades en obras consideradas como “obra difícil”, estas ayudas se conceden a pelis dirigidas exclusivamente por mujeres o discapacitados, por ejemplo. Yo, la verdad, no veo cual es la especial dificultad de una mujer para dirigir. No soy capaz de intuir qué dificultad extra tiene que afrontar una mujer al dirigir una película con la que no vaya a encontrarse un hombre en las mismas circunstancias. Llamadme obtusa.

De hecho, como recordaba Juan Luis Sánchez mientras hablábamos sobre este tema, Icíar Bollaín, Gracia Querejeta o Isabel Coixet han salvado algunos años la temporada con sus obras sin sobreprotección y sin, ni por asomo, ser percibidas como seres con especiales dificultades para desempeñar con solvencia su trabajo.

Estando como estoy muy a favor de apoyar y promocionar la cultura, no solo el cine, no puedo estar ni de lejos de acuerdo con la idea de que ser mujer resulte equiparable a cualquier dificultad congénita, a una limitación manifiesta. Ser mujer no es una discapacidad. Y no me entra en la cabeza que las mismas que gritan que somos igual de capaces que los hombres, que lo somos, sean las mismas que claman por una asistencia extra. Que las mismas que dicen que el Estado es heteropatriarcal y misógino le pida al mismo tiempo que las proteja y ampare, que las tutele. Y no voy a volver a apelar a la coherencia, que me aburro.

1. El Ministerio de Igualdad definitivo, por fin:

Ante las declaraciones de Irene Montero durante la toma de posesión de los altos cargos de su Ministerio, me siento como si habitara la Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de Les Luthiers. En ella, al pisar Don Rodrigo tierra firme tras seis meses de brava porfía, y dando pronto con nativos, estos cantaban, encantadísimos de la vida, “nos descubrieron, por fin nos descubrieron”. Qué genialidad. Pues así estamos las mujeres ahora mismo, parece, recién descubiertas y mostrando nuestras lindas tolderías. Agradecidas y emocionadas. Menos mal que ha llegado Montero al gobierno (nos descubrieron, por fin nos descubrieron) que ya no nos aguantábamos más.

Este activismo panderetil jugando a la alta política me produce entre tristeza y sonrojo. Tristeza al ver que cala en la sociedad, que hay gente que compra el discursito reducido hasta el hastío, la ideología soluble en sobrecitos monodosis. Y sonrojo por la desfachatez con la que operan, la caradura con la que se empeñan en distorsionar la realidad, en sobredimensionar el problema para luego presentarse como la única solución posible. “Un Münchhausen por poderes de libro” gritaría el Doctor House si se encontrara con esta dolencia cara a cara, fondendoscopio en mano.

Reconozcámosles, al menos, el mérito de haber conseguido que cale en la masa (ese ente sugestionable, mermado y manipulable en el que nos convertimos las personas cuando dejamos de ser individuos para ser únicamente un colectivo) la idea de que no estar de acuerdo en absolutamente todo lo que braman es, invariablemente, síntoma manifiesto de misoginia.

No me ofendan, por favor: llamarme misógina es devaluar a la mitad mi misantropía. Y por ahí sí que no paso.