Familia
La libertad, ese gran tesoro
Siempre creí que el peor castigo que se le puede aplicar a una persona, es la falta de libertad, ya no lo creo, ahora estoy convencida de ello.
Durante estos días de confinamiento, he sentido en mi piel la impotencia de no poder salir a la calle, de no ver a mis amigos, de no poder abrazar a mi anciana madre. Nunca había valorado tanto un abrazo, un beso, o un paseo.
En estos días, he podido saber lo que sienten millones de personas mayores cuando su vida se reduce a pasar un día tras otro, encerradas entre cuatro paredes, o en la habitación de una residencia sin otra compañía que la soledad. Muchas de ellas pasan años sin salir a la calle, sin recibir una muestra de cariño, sin hablar con nadie salvo con la persona extraña que les atiende.
Estos días he podido sentir en mi piel, la soledad, y la impotencia. He podido ponerme en los zapatos de muchos mayores, e imaginarme el sentimiento de impotencia que tienen que sentir cuando alguien decide por ellos, cómo, y donde deben vivir. Cuando, digan lo que digan, no les va a servir de nada porque hay alguien que dice: “es lo mejor para él/ella”.
De todas las crisis surgen grandes oportunidades, y estoy segura que de esta también surgirán. Oportunidades económicas - siempre hay alguien que sale beneficiado-, y en este caso, no va a ser diferente. Pero estas situaciones extremas también nos enseñan, sacan lo mejor de nosotros, el ingenio se agudiza, y somos capaces de pensar y recapacitar como salir adelante, y esto siempre nos enriquece. Pero sería magnífico, que además de todas estas enseñanzas, esta situación nos sirviera también para reflexionar sobre algunas de nuestras actitudes con los más vulnerables. Aquellos para los que el confinamiento no tiene fecha. Padres, madres, abuelos y abuelas, para los que el aislamiento llega cuando el tiempo y la sociedad les tacha de “mayores”, cuando sus condiciones físicas disminuyen, y cuando sus sueños e ilusiones se reducen a una sonrisa, a un paseo, a una visita, a un beso, o simplemente a sentirse acompañados y escuchados durante un momento.
Para ti profesional, en cuyas manos, cae muchas veces la responsabilidad de cuidar a los más vulnerables, para ti va este mensaje: sé que siempre intentas dar lo mejor de ti, y en esta crisis lo estamos comprobando. También sé que no es fácil muchas veces el cuidado de estas personas, pero ten paciencia y dales cariño. Es verdad que no siempre contáis con el material ni el tiempo suficiente para cuidarles como se merecen. Pero, cuando estés cansado o desesperado, piensa que podría ser tu padre o tu madre, o lo que es peor, tú mismo.
Mi madre siempre decía: “hija, el tiempo no se lo comen los lobos”, y tarde o temprano, todos seremos mayores y podemos vernos en esa misma situación.
Para ti hijo/hija/nieto/nieta, que tienes la suerte de contar todavía con esa figura junto a ti, ten paciencia cuando te repita las cosas un millón de veces, cuando no se entere de lo que le dices, cuando se olvide de como se hacen las cosas. ¡Ten paciencia! Ellos la tuvieron cuando tú no sabías andar, ni comer, ni vestirte. Cuando llorabas por la noche y no los dejabas dormir, cuando renunciaron a sus vacaciones para llevarte al mejor colegio, acuérdate de todo eso y verás como lo ves de forma diferente.
Un día no estarán y sólo te quedará la tranquilidad y la satisfacción de haber estado a su lado cuando te necesitaban.
Muchas veces no podrás cuidarlos como te gustaría y tendrás que dejarlo en manos de profesionales, pero, visítalo/a, bésalo/a, abrázalo/a. Aunque en muchos casos parece que no se entera, nadie lo sabe, y un abrazo, es difícil no sentirlo.
Todo mi cariño para todos esos abuelos, abuelas, padres, madres, hijos, hijas, nietos, nietas. A todos vosotros, os envío un gran abrazo desde el confinamiento al que nos obliga este maldito virus cuya procedencia está por ver.
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