Navidad
La navidad es tiempo de volver a nacer
Vicente Esplugues, conocido como el cura roquero, nos relata qué es la Navidad
¿Qué es en realidad la navidad? Se nos pasa desapercibido con demasiada frecuencia que el causante de todo este revuelo es un recién nacido, Jesús, el hijo de María y de José, el Salvador del mundo.
Son días de mucho ajetreo social y comercial, largas colas en los centros comerciales y en las grandes superficies, aguardando turno para pagar o para envolver el regalo. Esperas ansiosas a que los transportistas y mensajeros traigan en anhelado pedido, en su plazo convenido, deseando y suplicando que lo comprado en internet se parezca a lo que en realidad nos traen. Reuniones familiares, reencuentros, felicitaciones, desplazamientos para «volver a casa» por navidad. Deseos expresados y acompañados por brindis espumosos y buenas intenciones por doquier. Sentimientos de pérdida y de dolor frente a las ausencias y a los lugares vacíos que antes ocupaban personas fundamentales en nuestras vidas. Comidas suculentas y remordimientos inmediatos por la sensación de habernos excedido muchísimo, ingiriendo comida y bebida en cantidades que superan lo que en realidad nos hacía falta, con un deseo de redención y de cambio radical de dieta para el inicio del año nuevo.
Pero ¿qué es en realidad la navidad? Se nos pasa desapercibido con demasiada frecuencia que el causante de todo este revuelo es un recién nacido, Jesús, el hijo de María y de José, el Salvador del mundo. Son innegables las raíces cristianas de esta fiesta que celebramos, pero no por un absurdo deseo de reivindicar la historia cultural de nuestro país, y su indudable arraigo religioso, sino por la vigencia del mensaje que nos trae a nuestras vidas el anuncio de: “El ángel les dijo: —No temáis. Mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor.” Lc 2,10-11.
Este 24 de diciembre, en nuestra ciudad o pueblo, en el contexto real que cada uno de nosotros vivimos, con nuestras circunstancias concretas, con nuestro nivel de satisfacción o de desesperación, Dios ha decidido acompañarnos, acercarse a nuestras vidas, visitarnos para quedarse en medio de lo que la humanidad está viviendo. La primera navidad todo lo que rodeó al niño era un ambiente de improvisación, de sobresalto, de provisionalidad, de pobreza y desconcierto, de su madre María, primeriza, que seguro que imaginó el nacimiento de su hijo en otras circunstancias más favorables, de los pastores que cuidaban el rebaño «al raso», y que se vuelven sin poder imaginarlo en los primeros agraciados por la noticia del nacimiento del Mesías. De José y su inexperiencia; de los ángeles que irrumpen de improvisto en medio de la historia; de los Reyes Magos que viajan desde el lejano Oriente, todos los personajes que representan nuestros Belenes están en movimiento, en camino, en permanente cambio.
La navidad no es tiempo de pasividades o nostalgias, es más bien tiempo de creatividad, de frenética actividad de parte de Dios y de sus hijos para hacer sentir a toda la humanidad que es muy amada, muy acompañada, muy redimida. La fragilidad que conlleva lo humano nos suele provocar rechazo. No nos gusta ni soportamos con facilidad lo enfermo, lo roto, lo feo. Nos gusta lo bello, lo joven, lo nuevo, lo inteligente y triunfador, lo exitoso y que goza de popularidad. La navidad se nos presenta como una provocación a nuestros «castings» y «criterios de selección». Dios no viene a «nominar» a nadie, ni quiere la «expulsión» de la casa. Justo pretende lo contrario, crear un hogar común, un espacio de convivencia donde todos tengamos un sitio a la mesa. En aquella cueva de Belén cabían todos. Los pastores, clase obrera, los últimos de la sociedad y los reyes. La mula y el buey, adorados y venerados por los animalistas, gente sencilla y letrada, lo humano y lo divino conviviendo y siendo fuente de comunión y de alegría.
En ambientes tan crispados como los nuestros, a nivel político, económico, social, autonómico y de relaciones que se construyen bajo la sospecha y la confrontación se hace urgencia inaplazable el volver a la sencillez y a la alegría del pesebre. 2018 años después la navidad es vivida con la misma urgencia y premura. Dios ha decido decirle a todo lo humano que es amado. La gran declaración amorosa de Dios al mundo. “¡Tanto amó Dios al mundo!, que entregó a su Hijo único, para que quién crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. [17] Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él.” Jn 3,16-17.
Se nos he entregado a un niño, puesto en nuestras manos que nos reclama toda nuestra atención y cuidado. Es necesario recuperar la delicadeza de quien se sitúa frente al otro y descubre el tesoro que lo habita. Lo divino se envuelve demasiadas veces es un barro que lo afea y lo hace mediocre. Pero la fe nos informa del valor y de la dignidad inalienable que contiene lo humano. “El mismo Dios que mandó a la luz brillar en la tiniebla, iluminó vuestras mentes para que brille en el rostro del Mesías la manifestación de la gloria de Dios. Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que su fuerza superior procede de Dios y no de nosotros.” 2Cor 4,6-7.
Es tan grande lo que celebramos en estos días que parece un verdadero insulto a nuestras inteligencias reducirlo a folclore, luces callejeras, a degustaciones gastronómicas y a consumismo histérico. Lo humano necesita de una mirada que lo redima, que lo ensalce, que lo dignifique. Y Dios sigue empeñado en que nos consideremos con el valor real que Él les da a nuestras vidas. Qué tristezas tan prolongadas esconden muchos rostros, qué frío en las vidas y en las relaciones afectivas de tantos descartados por una sociedad que colecciona méritos y se encarga de clasificar a la gente entre «premium», «VIPS», los buenos y triunfadores y se olvida de manera descarada de los últimos, los empobrecidos, los ancianos en sus residencias, aparcados como trastos viejos, los enfermos, los inmigrantes, los presos y privados de libertad.
Pues la buena noticia de que nos ha nacido un Salvador es para todos, pero especialmente para quienes más lo necesitan, precisamente los primeros en el corazón de Dios. Es tarea de todos los creyentes actualizar de forma creativa el mensaje de navidad. No se nos invita a mirar con nostalgia formas de vivirlas de antaño, se nos pide actualizar, renovar y con creatividad volver a acogernos como lo que en verdad somos. “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y lo somos. Por eso el mundo no nos reconoce, porque no lo reconoce a él. Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.” 1Jn 3,1-2.
Es navidad cada vez que un corazón es capaz de activar el principio compasivo que le hace acercarse a la necesidad del otro y es capaz de decirle mirándole a los ojos: «No estás solo, estoy contigo». Eso nos lo repite nuestro Dios cada día, por eso es una invitación constante de volver a nacer a una existencia acompañada.
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